En el vestuario del “Equipo A” del estadio Lusail, un rato antes de las 18 hora de Qatar, una cartulina marca la táctica y la estrategia de la selección argentina. Es la final que planea Lionel Scaloni y su cuerpo técnico, aunque el fútbol, lo saben, es un juego imprevisible, de imponderables. El otro Lionel, después de la semifinal con Croacia, había reconocido a Scaloni. “Sobre todo, prepara muy bien los partidos -había dicho Messi-. No deja nada al azar. Cada detalle te lo hace saber y después pasa. Es una gran ayuda. En ningún momento estamos perdidos, en cada momento sabemos lo que tenemos que hacer y cómo se van a dar los partidos”. En la cartulina, cuatro jugadores -Nahuel Molina, Cuti Romero, Enzo Fernández y Rodrigo de Paul- enciman al número 10 de Francia, jaula de contención a Kylian Mbappé y su contraataque. Julián Álvarez va sobre Aurélien Tchouaméni. Y la selección volcada hacia la derecha, aireando la izquierda para poner mano a mano a Ángel Di María con el central tironeado a lateral Jules Koundé. A los 20 minutos, Ousmane Dembélé toca en el área a Di María. Penal, 1-0, tres caños de Di María en el primer tiempo, su 2-0, 70 minutos de exhibición argentina, 3-3, la atajada de Dibu Martínez a Randal Kolo Muani, los penales, Messi con la Copa, y la Argentina campeón del mundo.

Como en la final con Brasil de la Copa América 2021 -aquella vez, en el Maracaná, por la derecha-, Di María fue la llave en la final de Qatar 2022 con Francia. Pero Argentina apoyó el título mundial en la pelota. En disponer de pases fáciles y rápidos en busca de profundidad, y en la flexibilidad de esquemas, del 4-4-2 al 4-3-3, sin menospreciar la línea de cinco. Jugar bien, dijo una vez un entrenador, es elegir bien. Si en la final sumó más pases que Francia (635 frente a 532) y duplicó los tiros (20 contra 10), Argentina promedió el 57% de posesión de pelota en los siete partidos (Francia, el otro finalista, el 51%). Con la selección, el control de la pelota para atacar volvió al centro de la escena en Qatar. Los rasgos diferenciales se centraron en la distancia promedio de pases (17,9 metros, 4,95 menos que el promedio de los seis Mundiales anteriores) y, también según Big Data Sports, en la cantidad por posesión (5,8 pases, un alza de 1,2). El juego asociado, que incluyó menos remates, menos saques en largo desde el arco y defensas más adelantadas, primó: es lo que los futbolistas llaman “juntar” pases, pero pases cortos. Y para eso hay que ganar la pelota, seducirla.

Ricardo Gareca, el entrenador que se quedó con Perú en la puerta de Qatar 2022 tras caer por penales en el repechaje ante Australia, dice -sin decir- que el Mundial terminó con cierto guardiolismo “bobo”, inocentón, declamativo. “Vi una reivindicación del fútbol sudamericano. Vi alguna metodología que por ahí se ha empleado mal, apañada por cierto gusto periodístico. Durante años, si un equipo salía jugando de atrás, se la robaban y le metían un gol, el periodismo decía: ‘Qué bien, intenta salir jugando de abajo, arriesga, eso es bueno’. El arquero de Australia quiso gambetear a De Paul dentro del área chica y terminó en el gol de Julián. Y, a lo mejor, sin ese gol, era un empate”, dice el Tigre Gareca, aún sin dirigir, sin equipo, en Buenos Aires, y aclara: “A Guardiola no le interesa la posesión sin profundidad. Si puede meterte siete goles, los mete. Es un momento de reflexión. Me gustó también que, cuando pareciera que los zurdos tienen que jugar por derecha, y después de desbordar volver a enganchar porque un zurdo por derecha es difícil que centre bien, Di María jugó por izquierda y fue un factor determinante, tal vez la figura de la final. Argentina reivindicó a un equipo serio, metió donde tenía que meter y empleó la habilidad cuando la tenía que emplear. Si algo se le rescataba al sudamericano, al argentino, es la picardía, la inteligencia, y no me refiero a las artimañas fuera del reglamento”.

El Mundial con la mejor final de todos los tiempos fue, a la vez, el de más goles: con 172, Qatar 2022 pasó por uno a Francia 98 y a Brasil 2014. Y, además de la final, registró más partidazos inolvidables, como el Argentina-Países Bajos en los cuartos de final. Si en Rusia 2018 el 43% de los goles había sido de pelota detenida -en situaciones en las que el juego no fluye-, en Qatar se redujo al 28%. Se impusieron los goles hijos de los ataques organizados (41%) y de las transiciones (31%). “¡El mediocampo cambió de estilo! ¡El 4-2-3-1, fuera! ¡Doble pivote, fuera! ¡Brasil juega con Casemiro, fuera! ¡España juega con carrozas, fuera! ¡Ganó el vértigo! ¡El fútbol cambió! ¡Los tres volantes de Argentina vuelan! ¡Es otro fútbol!”, editorializó el exarquero argentino Jorge D’Alessandro en El Chiringuito. Y se volvió viral. “Tsss, tsss, tsss”. Más allá del histrionismo y del show televisivo, de las 16 selecciones en los octavos, sólo una de las siete que habían clasificado con un saldo negativo en la posesión pasó a los cuartos. Marruecos, que superó a España en los penales, fue la excepción que ratificó que tener la pelota más que el rival (para atacar) aún garpa en el fútbol. Más que “el vértigo”, lo que ganó, porque se impuso Argentina, fue agenciarse de la pelota para atacar, su movilidad y la de los jugadores, ese empuje. En el suplementario ante Francia, Leandro Paredes completó todos los pases, 15 de 15, 100% de efectividad como el alemán Franz Beckenbauer en el alargue de la final de Inglaterra 66. Pero con un detalle: los de Paredes fueron todos hacia adelante. Ganó el toque para atacar, inocuo sin la pausa para dominar. Ganó la pausa para “juntar” pases (cortos) entre los mejores de la clase.

“Scaloni empezó en la selección con una idea más vertical, de cerrarse y salir rápido, y se adaptó a los jugadores para maximizar su juego, especialmente cuando se acopló Messi. Ese nuevo juego tiene que ver con el juego interno”, repasa Sebastián Rosa, sociólogo y director de @cortayalpie11, y desarrolla: “La idea era controlar el juego, y salvo en minutos con Países Bajos o Francia, lo logró en todo el Mundial. Incorporó elementos de los otros grandes campeones del año. Del Real Madrid, la competitividad, la flexibilidad y la adaptación del sistema a la idea, a momentos y a rivales, sintiéndose cómodo. Del Flamengo: mantuvo salidas del juego de posesión, que domina la tendencia desde el Barcelona de Guardiola. Aunque a la hora de pasar a fases de ataques, sumó el ataque funcional, donde los jugadores se mueven en torno a la pelota, rotando posiciones entre sí, creando una red de pases, el gran apoyo a Messi. Es el juego más tradicional de Sudamérica”.

Qatar 2022 fue el Mundial de las emociones. Ante la paridad, la abulia o la estandarización, el componente emocional intervino y hasta inclinó la cancha. No es que los hinchas jueguen -que sí, como lo vimos con las hinchadas de Marruecos y de Argentina en Qatar-, sino que los futbolistas también entrelazan energías, como si estuviesen recorridos por cables de alta tensión coloridos, enchufados a un equipo que aguanta, metaboliza, explota. “El juego en equipo tiene mucho de compañero de trinchera. El juego en la selección, quizás un poco más -decía Pablo Aimar, ayudante de Scaloni, en el podcast La Selecta, en abril-. Estos muchachos, y los anteriores, han generado recuerdos de ese estilo: de compañero de batalla, de batalla deportiva, obviamente; esa es la unión que uno siente con un compañero”. Argentina conectó con su estilo creativo y su idiosincrasia rebelde. Rejuveneció como selección, estética y sensible. Y encumbró, a los 35 años, a un Messi total, cuya jugada de todos los tiempos fue el pase-gol a Julián en el 3-0 a Croacia después de que sacase a la pista a Joško Gvardiol, el defensor enmascarado. “¿Cómo hacemos los científicos de la pizarra para desactivar la ilusión de un equipo que siente que representa a un pueblo desfavorecido?”, se preguntó Juanma Lillo, exayudante de Guardiola en el Manchester City. La cartulina de Scaloni en el Lusail encerró más que nombres y flechas. A dos semanas de la final, lo confirmamos: Qatar 2022 fue un Mundial a prueba de nuestras frecuencias cardíacas. El corazón de la Argentina sigue latiendo.