Todo lo que alguna vez salía mal, ahora sale bien. El robo con guante blanco de Paulo Dybala, la zurda artística de Ángel Di María, un palo que salva, el gaffe de Emiliano Martínez corregido en pleno movimiento. Le dicen estado de gracia, también puede ser estado de convencimiento. Aunque en ocasiones no alcance con el convencimiento. Tampoco con la gracia. Mucho menos se explica con la suerte. La Selección argentina se constituyó durante este año en un equipo al que ninguna situación lo incomoda. Nada lo atribula, no hay circunstancias que lo acomplejen. Gana sus partidos con mucho, con poco, con nada. Con Lionel Messi, sin Lionel Messi.

Ver a la Selección se transformó también en una experiencia de convencimiento. Se espera lo mejor. Y cuando eso no ocurre, como este viernes con Uruguay, al menos está el gol y está ganar. Está el arquero, están los centrales, cosas para rescatar de un equipo que estuvo muy liviano en el medio y –acaso por correspondencia– fue insolvente en ataque. El contexto fue un gol que llegó temprano y la necesidad histórica de su rival para no quedarse sin nada. Hubo que resistir. Sin embargo, los hinchas, las hinchas, esa generalización, confían en el equipo. Es lo que ocurre cuando, al final, ganás. 

El triunfo da autoridad, pero también engaña. Que eso no ocurra es la tarea de Lionel Scaloni pero también del grupo que conduce. Las fallas que muestra el equipo, a veces en pérdidas de pelota que terminan armando ataques rivales, son objeto de ajuste. El staff técnico lo sabe. Son asuntos que se conversan y se trabajan. Pero esos ajustes no minimizan las virtudes de un equipo que se recorre con la memoria, incluso aunque haya cambios porque hay reemplazos que se convirtieron en naturales. Si no está Leandro Paredes, está Guido Rodríguez. Es Nahuel Molina o es Gonzalo Montiel. En algún momento entrarán los Correa, Ángel y Joaquín.

Lo que es difícil de asimilar –tan lógico que sea así– es no tener a Messi. Scaloni fue astuto con la posibilidad de jugar su carta desde el comienzo, lo que ocurrió recién sobre el final. En todo el episodio de pulseada con la patronal del PSG –que arrastra también a Paredes– hay una construcción de identidad. La discusión sobre los calendarios no se limita al equipo francés, tampoco a Messi. Es la batalla de los clubes europeos contra FIFA. Una discusión de la que ya pidió ser parte FIFPro, el sindicato de futbolistas, los que ponen el cuerpo. En el medio de todo eso, los jugadores argentinos mandan señales. Pasó con la Premier cuando se negó a ceder a los sudamericanos para una triple fecha. Los argentinos volaron. Ahora no hubo negativa, pero Leonardo, director deportivo del PSG, resumió el enojo con el superstar de París: “En estos dos meses pasó más tiempo con la Selección que acá”. 

Una crítica así reafirma el lugar simbólico del crack. Para el sentido común futbolero argentino, lo que dijo Leonardo arma la lista de prioridades que tiene Messi. La contracara de lo que sucedía en los mejores de tiempos de Barcelona, cuando se lo observaba ajeno, catalán, dionisíaco allá, terrenal acá. París entrega otra foto. Este 2021 también. Es difícil recordar un año con tanta placidez para la Selección argentina. Con la Copa América, con Qatar a mano.

El cierre es con Brasil en San Juan, el martes. Todavía están cerca los sucesos con Anvisa, la autoridad sanitaria de Brasil, un conflicto aún irresuelto, el partido suspendido en San Pablo. También cerca está la memoria del Maracaná, el pico extático de esta historia. Brasil, ya clasificado y aun sin Casemiro es el rival de esta parte del mundo futbolero, lo que suele plantearse como medida. Es la búsqueda de un pasaje al Mundial, pero también de un final, el de un año y el de un tránsito. San Juan puede ser una llegada. Y al mismo tiempo un despegue.