Una hora después de que Daniela Cortés publicara en Instagram su denuncia contra Sebastián Villa, un vocal de la comisión directiva de Boca, Matías Daglio, lanzó un tuit breve pero que podía abrir un camino para sus colegas: “Tolerancia 0”. Diez horas más tarde, después de que las fotos de Cortés ensangrentada se reenviaran entre los WhatsApp dirigenciales preguntándose qué hacer, con discusiones que atravesaron la madrugada, el club eligió un atajo. Sin nombrar a Villa, con el eufemismo de “los hechos de público conocimiento”, Boca avisó que ya estaba en contacto con el abogado y el representante del jugador, y que se ponía a disposición de la Justicia. Ningún dato relevante, más allá de una toma de posición general sobre la violencia de género y los Derechos Humanos, ni el camino hacia una decisión, ni una palabra para la víctima.

La denuncia, que incluyó la amenaza de Villa de contratar sicarios en Colombia, no quedó en las redes sociales. La víctima declaró vía Zoom ante la fiscal Verónica Pérez. Un médico legista comprobó las lesiones. La situación se agrava por el aislamiento social, como ocurre con tantas víctimas de violencia de género en estos días de pandemia. Cortés está lejos de su familia. Villa, a quien se le impuso una perimetral y se le prohibió la salida del país, se refugió durante algunas horas en un country cercano al que ambos habitaban, en la casa de su compatriota Juanfer Quintero. Pero tuvo que dejar ese lugar. El caso se tramita en el Juzgado Nº 2 de Garantías de Esteban Echeverría.

Pero si la Justicia debe determinar culpabilidades, las organizaciones del fútbol también tienen que aportar voluntad política. No es sólo un problema de Boca, de sus dirigentes, es un problema del fútbol. Y, por supuesto, de la sociedad patriarcal. El fútbol es parte de eso, pero tiene su especificidad. La idolatría genera poder. Y el poder genera impunidad, o al menos la sensación, que ya es bastante. No es lo mismo ser jugador de elite que oficinista. Los dirigentes del fútbol, formados bajo la enseñanza de que lo mejor es el silencio, de que dejar pasar el tiempo es la solución, le escapan a tomar medidas de fondo.

“Llamamos a la voluntad política de quienes conducen los destinos de Boca para que el área de género tenga una real incidencia en la toma de decisiones y sea transversal a todos los espacios del club”, publicó el colectivo Feminismo Xeneize, que reclamó un protocolo. Como contó por estos días la periodista Analía Fernández Fucks, sólo lo tienen Vélez, Newell’s, Rosario Central, San Lorenzo y Racing, adherido a la iniciativa Spotlight de la Unión Europea y Naciones Unidas. En las últimas horas, se sumó Huracán. Es un avance indispensable, pero no alcanza. La reacción de Racing con Jonathan Cristaldo, denunciado por su pareja, lo demuestra: licenció al jugador por cinco días y cuando las aguas mediáticas se calmaron lo restituyó al plantel, incluso al equipo titular. Vélez, en cambio, dio un paso interesante: incluyó una cláusula por violencia de género cuando contrató a Ricardo Centurión, también denunciado por su ex pareja.

La que sigue ausente es la Asociación del Fútbol Argentino. Su intervención evitaría que sea cada club el que deba determinar qué hacer. Es la AFA la que debiera establecer protocolos, asesorarse con especialistas, avanzar no sólo en la dirección de cómo actuar ante una denuncia sino también cómo generar prevención. Pero la AFA desconoce la perspectiva de género y todavía son muy pocas las mujeres que logran ocupar lugares de relevancia en el fútbol.

La AFA, además, vive en el emparche. Después de cuatro años de intentar desarmar un torneo de 30 equipos, ahora busca volver hacia ahí suspendiendo descensos hasta 2022, una medida que, como advirtieron algunos de ellos, golpea al universo de futbolistas con menores ingresos, los que viven al día. Sin nada por qué competir, varios clubes se sacarán contratos de encima. No lo van a sufrir las estrellas, lo van a sufrir, entre tantos, aquellos que cobran el sueldo mínimo en la Primera C, 20 mil pesos. Esa también es la escala de ingreso que tienen las jugadoras de la Primera A femenina, una conquista que tiene un año. La AFA -aunque dijo lo contrario- sostiene que mantendrá el subsidio para que los clubes paguen al menos ocho contratos de sus planteles femeninos. La situación es desesperante en algunos sectores. Ya hay jugadores del Ascenso que ante la falta de pago subsisten gracias a bolsones de comida. En Primera D, donde apenas se cobran viáticos o existen arreglos muy puntuales, algunos técnicos no están atentos a si sus jugadores pierden el ritmo, sino a si comen. Algunos entrenadores, a los que no les sobra nada, se encargan de hacerles llegar comida. En este panorama, el colectivo Futbolistas Unidxs propuso un salario universal al menos hasta que se retome la actividad. Agremiados criticó la medida de AFA, pero son muchos los jugadores que le reclaman una mayor acción al sindicato. 

Sin decisiones de fondo, sea con la violencia de género, con sus torneos, con sus futbolistas y sus selecciones, el fútbol argentino transita una transición permanente. No es la pandemia, es un método.