La presentación de la camiseta que la Selección usará en el Mundial Australia/Nueva Zelanda 2023 sin las tres estrellas en el escudo de la AFA abrió un debate. No es la primera vez que las jugadoras disputarán un Mundial sin los tres títulos masculinos –pasó en Francia 2019– pero sí es la primera vez que genera una controversia, y es importante abordarla más allá del fútbol masculino y femenino porque la AFA, además, incluye al futsal y al fútbol playa.

En 2018, durante un entrenamiento en el equipo de futsal en el que jugaba, en Pamplona (España), la camiseta de una compañera me llamó la atención. Era, sin más, la de algún arquero de la selección española, pero tenía una particularidad: dos estrellas arriba del escudo en referencia a los dos Mundiales que el equipo masculino de futsal de ese país había ganado. Lo primero que pensé fue por qué había normalizado que, arriba del escudo de la AFA, sólo tenían que estar los campeonatos del fútbol masculino. Que es el más exitoso de nuestro país, es sabido. Y sin embargo… ¿Sabían que el futsal masculino salió campeón del mundo en 2016? ¿O que la selección femenina de futsal no tiene ninguna estrella porque la FIFA todavía no organizó ningún Mundial? ¿O que el primer Mundial que jugó el fútbol femenino de Argentina fue en 2003, 73 años después de la selección masculina?

Esta semana, cuando surgió la discusión de si las jugadoras debían llevar o no las tres estrellas en el escudo, una amiga periodista me dijo: «Me interesaría que se hablara más del derecho de las deportistas que de las estrellas en el pecho». Justamente, hablar de las estrellas es el puntapié para hablar de la desigualdad de derechos, de la historia de cada disciplina: qué se esconde detrás de las tres estrellas del fútbol masculino y de las cero estrellas del futsal femenino, por ejemplo.

Previo al Mundial de Francia 2019, las jugadoras alemanas –con sus dos campeonatos mundiales en el pecho– denunciaron en un video: «Jugamos por un país que no sabe nuestros nombres. Pero, ¿saben que fuimos campeonas europeas tres veces? ¿No lo saben? Está bien porque lo ganamos ocho veces. Por nuestro primer título, nos regalaron un juego de té».

Aquel año, las jugadoras de Brasil también alzaron la voz: jugar con el escudo de la federación brasileña sin las cinco estrellas. Así lo exigió la FIFA previo al Mundial porque «los títulos son de las disciplinas, no de cada federación». Pero la CBF no respetó la bajada de línea porque «las cinco estrellas son una marca oficial y son utilizadas en todas las circunstancias». Las jugadoras, no convencidas con su propia federación, exigieron igualdad. Dos años más tarde, en 2020, la CBF quitó las estrellas del escudo en la camiseta de Brasil para la selección femenina. Las jugadoras festejaron el logro: «Es un gran paso para nosotras, las locas del fútbol. Hacemos nuestra propia historia».

La falta de estrellas en los escudos de Brasil y Argentina dan cuenta, por ejemplo, de que las sociedades durante mucho tiempo les dijeron a las mujeres a qué podían jugar y a qué no. En Brasil, el fútbol estuvo prohibido para las mujeres de 1941 a 1979 con el objetivo de «resguardar» los cuerpos «frágiles» de las mujeres para concebir «niños sanos». En Argentina, el primer partido de la selección masculina fue en 1902 y el primer partido de la femenina, bajo regulación de la AFA, en 1993. Son 92 años de diferencia.

En Estados Unidos y Noruega, las estrellas pusieron en debate, entre tantas cosas, la desigualdad salarial. Cuatro campeonatos mundiales, cuatro estrellas para las jugadoras norteamericanas que recién el año pasado lograron la igualdad salarial con sus colegas varones. Ada Hegerberg, delantera noruega, renunció en 2017 a su selección en medio de una disputa: su reclamo se ligaba a la diferencia en el pago salarial entre las selecciones femenina y masculinas, como así también a la desigualdad en la organización.

Detrás de las estrellas hay una historia. Cada disciplina tiene la suya, cada país también. Y en el caso del fútbol femenino, lo dijeron las alemanas en 2017: «No solo hemos peleado contra nuestros rivales, sino también contra los prejuicios. No tenemos pelotas, pero sabemos cómo usarlas».  «