La familia Gavio vive enfrente del estadio Florencio Sola desde la década del 50. Cuando se mudó al barrio, había unas pocas casas. La de ellos está en la esquina de Lugano y Peña, donde en marzo se pintó un mural para recordar a los desaparecidos en el ex Pozo y en la Escuela Superior Antonio Mentruyt (ENAM). Germán Gavio vivió en esa casa hasta que lo balearon en la asunción de Héctor Cámpora. Murió seis días después en el Hospital Argerich. El carnet de Banfield todavía descansa en su modular. Raúl Ceci jugaba en las inferiores. Le decían el Patón. Su carrera se cortó cuando empezó a militar en el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Alejandro Hansen creció a unos cien metros de la sede social de Banfield. Iba a la cancha con Carlitos, su hermano, hasta que lo secuestraron. Su familia conserva el carnet con el que entraba al estadio. Los tres forman parte de un equipo que regresa al club: el jueves se les devolverá la condición de socios a 11 víctimas del terrorismo de Estado.

Ricardo Chidichimo, Roberto Matthews, Eduardo Streger, Silvia Streger, Leonel Saubiette, José Pablo «Tala» Ventura, Mario Pierrepont, Alberto Pera, Gavio, Hansen y Ceci son los nombres que estarán presentes el jueves en el club. Sus familiares y amigos recibirán un carnet en el acto del que participarán Lita Boitano, de Familiares de Detenidos-Desaparecidos por Razones Políticas; Nora Cortiñas y Taty Almeida, de Madres de Plaza de Mayo (Línea Fundadora); y Ezequiel Fernández Moores como moderador. «Son gestos simbólicos que siguen sumando a la construcción de una memoria histórica colectiva, y lo hace más significativo en esta oportunidad viniendo del fútbol, que hasta ahora no había tenido este tipo de homenajes», dice María Ceci. Raúl, su padre, integró la llamada «División perdida» de la ENAM en la que desaparecieron 31 personas entre maestros, alumnos y ex alumnos durante la última dictadura. Era hincha de Banfield por mandato familiar: su padre fue vicepresidente en 1951 y también médico del plantel profesional.

La iniciativa de reconocer a estas víctimas como socios surgió desde el grupo Banfield por los Derechos Humanos, un colectivo que se organizó a partir de la consigna del No al 2×1 y que ya llevó al club el reclamo por la aparición de Santiago Maldonado, un mural para recordar a los desaparecidos del ex Pozo y otros actos por la Memoria, Verdad y Justicia como bandera. La entrega de los carnets es el segundo capítulo de la movida que empezó a principio de año cuando hicieron una volanteada para identificar a hinchas desaparecidos. De ahí surgieron los 11 nombres que serán homenajeados el jueves. Pero van por un paso más: crear la categoría de socio detenido-desaparecido en el nuevo estatuto que están preparando para modificar en Banfield. River, Estudiantes, San Lorenzo, Defensores de Belgrano y Ferro pidieron la carpeta para conocer los fundamentos técnicos y jurídicos. Son clubes que también cuentan con espacios vinculados a los Derechos Humanos y que podrían avanzar en la incorporación de la nueva categoría.

«Toda esta movida sirve para visibilizar desde un ámbito como la cancha y para encontrar a los nietos que todavía faltan recuperar», dice Alejandra, hija de Alejandro Hansen, quien desapareció el 12 de abril de 1977. El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) halló sus restos en 2007 y determinó que en realidad lo asesinaron ese mismo día en la casa de unos compañeros que también militaban en Montoneros. Hay una anécdota que define su relación con Banfield. El 23 de agosto de 1974, se casó con María Eva -estuvo detenida en la ex Esma durante un año- y, después de unas horas de festejo, se fue a la cancha. «Era su segunda casa, su descarga», cuenta Alejandra. “Siempre dije que soy hincha de Banfield como un amor heredado”, agrega.

En el club va a conocer a Analía Gavio, sobrina de Germán y actual integrante del área de Género y Diversidad de Banfield y delegada de fútbol femenino. «Estamos todos ligados al club», cuenta. Una prima baila en la murga del Taladro, otra está en el fútbol femenino y toda la familia es socia. Como Germán que dejó su carnet al día: todavía tiene el talón de la cuota de mayo de 1973, la última que pagó antes de ir a la asunción de Cámpora donde recibió un balazo fatal. Tenía 16 años.

Raúl Ceci era más grande -28 años- cuando lo secuestraron en la intersección de Hipólito Yrigoyen y Coronel Beltrán, la esquina de Remedios de Escalada que lleva su nombre desde diciembre de 2011. Banfield era el espacio donde jugaba, el club de su infancia, su primer rasgo identitario. Dicen que jugaba bien, pero la militancia pesó más que la pelota.

Sumar los 11 nombres al padrón de Banfield es una reparación histórica distinta a lo que sucedió en San Lorenzo, donde los nombraron socios honorarios. En Banfield existe un compromiso de crear la categoría de detenidos-desaparecidos. «Para bien o para mal, el fútbol tiene mucho que ver con la dictadura», opina Analía. Alejandra Hansen coincide: «Me atrae la iniciativa. Tengo ganas de que mis hijos conozcan ese lugar donde mi viejo fue tan feliz». El jueves, sus dos nenes estarán en el Florencio Sola. Ella también. Será su primera vez en la cancha.