Se puede ver Un juego de Caballeros, una serie inglesa situada en 1879, y se puede tratar de entender también las diferencias que todavía persisten en el fútbol actual. Escrita por Julian Fellowes, un guionista inglés nacido en Egipto, autor de Downton Abbey, los seis capítulos de la serie están centrados en los primeros pasos hacia la profesionalización del fútbol, con sus dos protagonistas antagónicos pero cercanos, el jugador proletario y el jugador millonario. Cada uno representa lo propio, al equipo obrero y al equipo de las elites. 

Lo que se ve es un tiempo sin derechos laborales para los futbolistas, la insinuación de un amateurismo marrón, el de jugadores que cobraban por abajo o que revestían el cobro como trabajadores de alguna fábrica. Al margen de las líneas de novela rosa, algunas historias de amoríos, The English Game -su nombre en el idioma original- es un fresco de una época futbolística. Los movimientos torpes, el infantilismo de correr todos atrás de la pelota, pero también las primeras intenciones del juego de pases, de posicionarse en la cancha, de abrirse, lo que podría tener un link con el libro La piramide invertida, historia de la táctica en el fútbol, del inglés Jonathan Wilson.

Esas ideas del juego las lleva el escocés Fergus Suter, el jugador obrero, el que llega a Darwen junto a su amigo Jimmy Love, contratados ambos por una fábrica textil pero con la única idea de que jueguen en el equipo de los trabajadores. De que un equipo de trabajadores gane por primera vez la FA Cup. Suter, más allá de cierta tendencia carnera, el intento de querer torcer una huelga para poder jugar, representa ese lado de la historia. El otro lado es Arthur Kinnaird, capitán del Old Etonians, hijo de un banquero, el jugador de la elite.

“¿Qué impide que alguien compre a los mejores jugadores y al trofeo? ¿Te parece justo?”, le pregunta en algún momento Kinnaird a Suter mientras juegan billar y discuten sobre si un futbolista debe cobrar. “Un hombre -le responde Suter- que trabaja desde las 5 hasta las 21, seis días a la semana, y apenas le alcanza para poner comida en la mesa tiene que competir con hombres descansados, bien alimentados, con mucha práctica. ¿Te parece justo?”.

Un siglo y medio después, con profesionalismo, convenios colectivos, derechos laborales, con la reciente inclusión de las mujeres, sigue sin haber un jugador de fútbol sino distintas clases de jugadores de fútbol. Un colectivo como tantos pero acaso con mayores diferencias ante una industria que mueve millones pero que tiene amplios cortes según la categoría y, sobre todo, según el género. El diálogo entre Kinnaird y Suter podría recrearse en estos tiempos de pandemia entre Carlos Tevez y Luis Salmerón. “El fútbolista puede vivir seis meses o un año sin cobrar”, le dijo Tevez días atrás al animador Alejandro Fantino. “Que le avisen a Tevez que en el Ascenso hay jugadores que viven el día a día con los sueldos”, respondió Salmerón, delantero de Los Andes.

Hay futbolistas de elite que recorren estos días a la espera de que regrese algo parecido a la normalidad. Que la máquina vuelva a funcionar. Con angustia, por supuesto, como la que atraviesa la sociedad, pero también con vivos de Instagram, challenge, ejercicios en gimnasios personales. Otros futbolistas, los proletarios, los de las categorías más bajas, viven estos días con la angustia extra de quizá no aguantar, de no cobrar y no llegar. No hay espera, hay preocupación. Eso es lo que Salmerón le marcó a Tevez, que no hay un futbolista, hay muchos futbolistas. Es el mismo punto para el planteo de recortes salariales. No todos están preparados para afrontarlo.

En un tramo de Un juego de Caballeros, un dirigente de la federación le pregunta a Kinnaird si entonces, ante el nuevo escenario, tendrán que entregarle el fútbol a la clase obrera. “Deberíamos compartir el fútbol con la clase obrera”, le responde. Esa ruptura se produjo de manera inevitable y con sus contradicciones. Hay otros actores además de los futbolistas: están los patrocinadores, los empresarios, la televisión, los representantes y los oportunistas.

En otra serie que se ve en Netflix, y que va por la segunda temporada, Del Sunderland hasta la muerte, uno de los nuevos patrones del club dice que no hay nada peor que tratar con intermediarios. Pero en el fútbol argentino, y en el mundo, pareciera que sólo existiera la posibilidad de recortar salarios, sin pensar a veces que esos recortes pegan más en los de abajo. Eso de compartir el fútbol con la clase obrera hoy podría reconvertirse en otra frase para los que están arriba de la pirámide de la pelota, los que viven de ella de traje y corbata: “Bueno, muchachos, les tocó la hora de ganar menos”.