El Pepe Mujica, que ya pasó los 81 y reconoció que sigue haciendo cosas, sin parar, porque así los dolores se van, también aseguró que una de las razones de su vida es “encontrar flores nuevas de romances viejos”.

Y así como su adorada Celeste hace años que va y viene, intentando un recorrido de reconversión de aquella inequívoca garra en un presente más teñido de fútbol, que a veces lo logra, de este lado del charco común, hay un equipo que se entrega a la modernidad y que siembra flores nuevas, pero que revive cuando cosecha sus romances viejos.

Estudiantes perdió sólo dos puntos en 21, en este campeonato largo, anual, multitudinario, más democrático que los de lustros anteriores, si se cuenta que de otro modo los muchos menos poderosos jamás podrían participar. El Pincha no integra el lote de los más plebeyos, pero tampoco el de los cinco que instalaron su nombre entre los más “grandes”, otra de las cuestiones de enormes discusiones futboleras sin conclusiones. Pero, en definitiva, el equipo de La Plata, recorrió casi la cuarta parte del torneo sin las discontinuidades profundas de la mayoría, incluidos los integrantes de ese pentágono favorecido por la historia, y muchas veces por la AFA, quienes una fecha ganan los cinco, en la siguiente ninguno y en otra, como la de este fin de semana, más allá del resultado logrado, se empardan todos ellos en la mediocridad de sus juegos, el fracaso de sus intenciones y la angustia de sus finales.

Como Independiente, hundido en el típico desconcierto conceptual por el que atraviesan los urgidos de mostrar, al fin, una línea de juego (la que pretende Gaby Milito), en este caso atildada, pero que choca con la ansiedad, devenida en la contradicción, de jugar sin demostrar a qué juega. Un gol en contra lo salvó en tiempo de descuento.

Como Racing que saca resultados, pero que se le nota: su técnico (Ricardo Zielinski) comprende que maneja un plantel para pretender algo más que vencer, aburriendo, por un amarrete 1-0 a un devaluadísimo Arsenal, y por momentos parece que intenta demostrar que no macaneaba cuando al llegar a la Academia dijo: “Nos gusta jugar bien pero somos inteligentes”. Pero su íntima identidad parece traicionarlo y se le escapa el eficientismo como el agua entre los puños.

Como River, que trascurre una crisis futbolística de difícil pronóstico, sin que su entrenador (Marcelo Gallardo) atine a volantear, y en la que lo complican mucho en el orden táctico, equipos menos prodigiosos a decir de su permanencia en los últimos pisos de la tabla. Y que termina ganando, como el sábado, con un rebote fortuito de un impreciso remate de quien, queda establecido, debe ser su fuente creadora (Andrés D’Alessandro), y en cada partido hace pensar si el calendario no es demasiado pesado.

Como Boca, que para no ser menos, no es ni chicha ni limonada, parece furioso cuando ataca aunque sólo lo es a medias, parece bien parado en defensa pero comete errores de potrero y sus conductores (los Barros Schelotto) ponen cara de fastidio muy seguido ante el juego soso, desabrido, de un equipo con un plantel que tiene una riqueza y una variedad de nombres insólita para el borroso momento en que transita el fútbol argentino.

Pincha y corta

Y como San Lorenzo, el que se floreaba, el favorito de la afición, que no sólo pagó el precio de haber jugado un partido de copa pocas horas antes (como adujo el oriental Diego Aguirre) sino que se topó con Estdudiantes que, estructurado con un juego mucho menos lucido, le dio de tomar al Ciclón parte de su propio brebaje, aunque haya elegido los ingredientes más utilitarios.

En tiempos en que la presión bien arriba parece ser el artilugio más seductor para los entrenadores modernos, el de Estudiantes (Nelson Vivas) planteó una partida de ajedrez en la zona media. Movimiento contra movimiento. Ya no se estila marcar hombre a hombre, como hace unas décadas: ahora la cuestión es ahogar a todo rival apenas cobra la pelota, no dejarlo pensar, evitar que circule y evolucione. Evitar romances ajenos. Evitar que Ortigoza tuviera un segundo para elucubrar juego. Evitar que el mejor volante del momento, Belluschi, pudiera jugar de primera. Evitar que Blanco tuviera medio centímetro para su creatividad desconcertante. Una sola vez falló la maquinaria, en el empate transitorio.

A triangulo amoroso del momento le opuso el de Damonte, Braña y Ascacibar. ¿La repentización versus el músculo? Sería un reduccionismo plantearlo en esos términos. Sí, con mucho menos fulgor. Pero lograron bajarle el nivel de sutilezas al juego y le añadieron una dinámica (no confundir con vértigo o denuedo) que queda simbolizada en sus dos goles: Lucas Rodríguez e Israel Damonte marcaron pisando el área chica rival.

¿Equipo mañoso? Digamos mejor que ese medio juego, corazón y pulmones del equipo, tiene la virtud de saber desplegar recursos para impedirle al adversario utilizar los propios, sin perder poder de fuego. ¿Equipo práctico? En parte: pone el esfuerzo para neutralizar los cañones rivales, pero tiene inteligencia y la utiliza para saciar su codicia. En Soldati, contra el Ciclón, podría haberse conformado con el empate y claramente no lo hizo, dentro de su estructura escasamente maleable. ¿Equipo ganable? Esa es otra diferencia de los históricos que se hicieron populares con esa camiseta. No tiene la histórica solidez.

Aunque, como a aquellos, habrá que sudar la gota gorda para vencerlos.

Es lo que hay. “Los jugadores de fútbol no pueden ser tallados por Miguel Ángel”, solía excusarse otro oriental futbolero de tribuna, Eduardo Galeano, elogioso de un emblemático mediocampista ardoroso, el inmortal Negro Jefe, pero admirador incondicional y confeso, hecho verificable en su pluma, de tipos como Francescoli, Maradona y todos aquellos que en una cancha “encuentran flores nuevas de romances viejos”.