A Javier Gerez lo mataron un lunes a la tarde. Le decían el Zurdo. Argentina Leyes, su madre, estaba mirando la televisión. Lanús jugaba con Estudiantes en La Plata. Sabía que Javier -38 años, una mujer, un hijo- estaba en la cancha. Era hincha de Lanús, que ese 10 de junio de 2013 peleaba el torneo con Newell’s y River. Faltaban tres fechas. Argentina escuchó en un canal de noticias que había problemas en la entrada: que con la policía, que con la barra, que un grupo de hinchas y que había un muerto. El nombre que dieron fue el de Marcelo Gerez, uno de los hermanos de Javier. No puede ser, pensó Argentina, Marcelo no había ido a la cancha. 

Fue al rato que corrigieron por el de Javier. “Dijeron que era un barrabrava. Él trabajaba, era socio, pero no tenía que ver con la barra”, dice Argentina nueve años después. Durante el ingreso al estadio Único de La Plata hubo empujones entre los hinchas. La Policía Bonaerense inició la represión. Según Adrián, el amigo que estaba con él, Javier saltó en defensa de otras personas. Fue ahí que un efectivo le disparó con balas de goma a quemarropa. Javier cayó con la entrada en la mano, apretándosela contra la herida. Estaba tan cerca que la perdigonada de la Ithaca 37 le produjo un agujero de cuatro centímetros en el tórax.

Tres efectivos fueron apartados de la Policía Bonaerense: Roberto Lezcano, Víctor Bacuco y Jorge López. Estuvieron unas horas detenidos, los liberaron rápido. Ricardo Casal era el ministro de Justicia y Seguridad. Daniel Scioli era el gobernador de la Provincia. Todo apuntó hacia Lezcano, que pasó el proceso en libertad. En 2016, después de un juicio oral, fue absuelto. Las imágenes y los testigos no pudieron determinar que fuera el autor del disparo. El mismo tribunal ordenó, entonces, que se investigara a Bacuco, que a la vez adujo problemas de salud. La causa se archivó. Argentina lucha para que se vuelva a abrir.

¿Quién mató a Javier Gerez? Lo que se sabe es que fue una bala de la Policía Bonaerense. “Fue violencia institucional”, dice la docente Liliana Depetris, una de las integrantes del Colectivo de Educación Por la Memoria, la Verdad y la Justicia de Ezeiza y Esteban Echeverría. El próximo domingo colocarán dos baldosas para recordar a Javier, una adentro del estadio de Lanús y otra en la vereda. Además, aunque todavía no hay fecha, también se señalizará el estadio Único de La Plata. 

Gerez fue el último hincha visitante asesinado en una cancha de fútbol. Por su crimen se decidió que los partidos de Primera División sólo se jugaran con público local. La medida ya regía en el Ascenso desde que en 2007 algún miembro de la barra brava de Nueva Chicago -no hubo condenas- mató al hincha de Tigre, Marcelo Cejas. En 2013, la decisión tuvo el apoyo de la AFA y el Gobierno nacional. Tiempos de Julio Grondona, AFA Plus y sistema biométrico. Sergio Berni era el secretario de Seguridad de Cristina Fernández de Kirchner.

A Gerez lo mató un policía, pero el único castigo concreto fue para los hinchas. La policía siguió ahí. “Es un fiel reflejo de la naturalización del control y el castigo como la única forma de regulación posible de la la violencia en el fútbol”, escribe Diego Murzi en su libro Fútbol, Violencia y Estado, una historia política de la seguridad deportiva en la Argentina (Prometeo, 2021). “El avance de las prohibiciones y sanciones sobre las prácticas de los hinchas -dice Murzi en su gran trabajo- fue incorporando cada vez más elementos y conductas punibles, y recorrió un trayecto lineal que en treinta años derivó directamente en la supresión física de la mitad del público”.

Argentina, la madre, cuenta que cuando le dispararon Javier había perdido las zapatillas pero se las recuperaron. Que también recuperó otras pertenencias: se las mandaron en una bolsita donde había monedas, puchos y una bala. Una bala. “¿Puchos? Mi hijo no fumaba”, dice Argentina. Una riñonera desapareció. También recuperó la entrada ensangretada, la entregó como prueba para la causa. Argentina busca papeles para refrescar la memoria y dice que cuando ve todo se le eriza la piel: “Es mucho nueve años, es mucho para una madre sin justicia. Lo más doloroso es que nadie da una respuesta”. Argentina tiene 67 años, vive en Monte Grande, es jubilada y trabaja en casas de familia. Tiene otros cinco hijos, tres varones y dos mujeres. Fue víctima de violencia de género, perdió a otro hijo por un cáncer, tuvo un ACV, se sostuvo con psicólogos y neurólogos, y sigue de pie para pedir justicia.

Argentina fue cada día a los tribunales de La Plata hasta que absolvieron a Lezcano. “No sabía a quién a recurrir”, dice. El encuentro con el Colectivo de Educación le da esperanzas de que la puedan escuchar. Ahora habrá baldosas que recordarán a su hijo. Recordarán que nadie pagó por el crimen. Que el Estado, el responsable, no se hizo cargo. A eso se le llama impunidad. Los hinchas del fútbol también deberían recordarlo.