El correo electrónico que el viernes por la tarde llegó desde la AFA hubiera entrado en un tuit. Se trataba apenas de una línea. «La AFA informa –decía el mail– que la determinación de disputar optativamente el capítulo 17 de Primera en fecha FIFA fue decisión de los clubes.» ¿Dónde habrá quedado aquello de que la AFA son los clubes? Tal vez guardado en algún cajón de Viamonte 1366, al menos mientras dure una intervención que ya tiene fecha de vencimiento, el 29 de marzo, cuando Claudio «Chiqui» Tapia sea oficializado como presidente.

Un poco más allá de lo interpretativo de esa línea de texto, lo que muestra la pequeña pastilla es el nivel demencial en el que está inmerso el fútbol argentino, donde los equipos definirán si juegan o no una fecha dependiendo de sus intereses. O sea, dependiendo de si la doble jornada de Eliminatorias le absorbe jugadores. Un curioso autogobierno. No debe de haber antecedentes de una fecha en la que jugar quede librado a la decisión de cada equipo. Los dirigentes que demoraron el inicio del fútbol por sus roscas, y que después presionaron –extorsionaron– a los jugadores en huelga que reclamaban por los sueldos adeudados, no pueden ordenar un calendario de partidos.

En una paráfrasis de lo que declaró por estos días un dirigente opositor sobre el gobierno y el país, se podría decir: nadie le pedía al Comité de Regularización que arreglara el fútbol argentino en nueve meses, pero al menos se le podía pedir que no lo empeorara. Pero lo empeoró todo, incluso adrede, como sostuvo Matías Lammens, una manera de asfixiar para imponer condiciones.

La alucinante carrera de papelones de los interventores del macrismo en el fútbol no tuvo descanso desde los días en los que se eligió a un entrenador casi por un casting mediático. Quedó Edgardo Bauza, aunque por descarte. Las primeras opciones eran Diego Simeone y Jorge Sampaoli. Ninguno estaba en condiciones de dejar sus clubes en España. Pero que no había proyecto se vio desde un detalle: se trata de tres técnicos diferentes. Que no había proyecto también se vio cuando se resolvió pedir planes para las juveniles, abrir una licitación, para terminar entregar a esos equipos de menores a quienes no habían presentado ni una hoja.

Esa AFA es el marco de esta Selección que volverá a la cancha de River después de que la pasearan por distintas provincias. Parece que ocurrió en otro siglo, pero fue hace dos meses que Edgardo Bauza reveló que los jugadores le habían pedido disputar el partido con Chile en La Bombonera. Los jugadores lo negaron. Ya nadie se acuerda, pero no parece de buen liderazgo esas contradicciones. Bauza se expone a polémicas y retruques innecesarios, como adelantar un título en Rusia –y frente a un equipo europeo– cuando la Argentina ni siquiera está clasificada. Ojalá se concrete ese deseo. No está mal ser optimista, pero cuando se observa el paisaje de la Selección ese optimismo puede convertirse en ridículo. ¿Para qué apurarse?
Bauza es un producto de la normalizadora, pero tendrá su continuidad en la nueva etapa.Mientras infla el pecho pensando en el supuesto título de Rusia 2018, propone esquemas cautelosos para visitar La Paz.

El juego, a veces, también tiene un anclaje con lo que ocurre afuera de la cancha. Ni él ni –mucho menos– los jugadores tienen responsabilidad en el desastre que los rodea. Les toca un desafío crucial en la semana que empieza. Chile por un lado, Bolivia por el otro, cruzándose en una transición dirigencial. Mientras al fútbol local se le ven los remiendos, la Selección argentina se juega el 2018. A veces hay que preguntarse si a Messi, Mascherano y Di María se les puede pedir algo más en este escenario desolador.