Las puertas altas de madera de la Legislatura porteña intimidan. Hace frío, y el frío a veces es tan contagioso como la histeria colectiva en un mediodía laboral. O aún más. A ellos no les importa. Se sacan los buzos con coraje ante las miradas sorprendidas de los otros. Improvisan en el medio del centro porteño un scrum más potente que el que forman cada sábado.

Juegan sobre la calle Perú porque saben de qué se trata jugar al rugby en cualquier lado y porque como siempre van para adelante. Son los jugadores del Floresta Rugby Club, un club que desarrolla un proyecto inclusivo desde el 2005 con jóvenes de barrios humildes y que para antes de octubre necesita conseguir un predio propio para poder seguir compitiendo en la URBA y existiendo.

Las remeras negras y blancas se mezclan entre los trajes y las caras serias. La experiencia para muchos de ellos es una enseñanza enorme de lucha y de compañerismo. Cerca de 80 personas se acercan hasta la Legislatura para apoyarlos en el reclamo. Los más chicos están con sus padres, los más grandes con amigos y algunos no pudieron acercarse por cuestiones laborales o de recursos. Cerca de 250 chicos integran hoy el Floresta Rugby Club. Cerca de 250 chicos quieren tener una sede social y una cancha para seguir jugando al rugby, para seguir creciendo acompañados por amigos y para construir su futuro.

La campaña empezó hace unas semanas por las redes sociales bajo la consigna “Un predio para Floresta”. Desde distintos medios el reclamo se fue visibilizando pero la solución real para ellos no llega. Hace unos meses presentaron justamente un proyecto de ley en la Legislatura en el que Floresta pide la concesión de un terreno del Parque Avellaneda, en donde se entrenan actualmente pero que no está en condiciones. Como espacio público tiene piedras, vidrios y hasta parece abandonado.

“Queremos empujar el proyecto adentro de la Legislatura”, dice Juan Marchetti, el fundador del Floresta Rugby Club antes las cámaras de televisión que se acercaron y las radios. Al scrum le sigue una ronda. “Floresta, Floresta, Floresta”, se escucha entre las calles porteñas. Y a la ronda le siguen abrazos -muchos- de los más chicos con los más grandes, de padres con sus hijos, de madres que acompañan como cada domingo, de ellos, los jugadores, que sienten la camiseta y que son hoy en día el club.

“No nos vamos a cansar”, dicen y suenan convencidos. En unas horas se vuelven a juntar en el Parque Avellaneda para entrenar con su realidad: se pasarán la ovalada con la poca luz que da los tres focos que tienen, con las piedras y los vidrios en el medio, con el poco material que cuidan y que guardan en una biblioteca cercana al Parque, pero con la convicción de que la única lucha que se pierde es la que se abandona y ellos –como hasta acá- no se van a cansar.

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