El Banco Central redujo fuertemente la cantidad de pesos en circulación a lo largo de los últimos meses. Para ello duplicó la cantidad de letras y pases que colocó en los bancos para retirar el exceso de liquidez. Sin embargo, a pesar de esa clásica recomendación que propone la economía ortodoxa, no logró su cometido de reducir la inflación.

En su último Informe Monetario Diario, la entidad  consignó que la base monetaria (compuesta por los billetes y monedas en poder del público y de las entidades financieras, más los depósitos de estas últimas en el Banco Central) creció muy por debajo del resto de la economía: al 1 de noviembre era de 4,342 billones de pesos, con una suba interanual de 43,3% en términos nominales. Si se descuenta la inflación, la caída es superior al 23 por ciento.

Pasado en limpio, en términos reales salió de circulación un cuarto del dinero que había en plaza sin mayores resultados en materia inflacionaria. El fracaso de esta receta tiene otro antecedente fresco: entre 2018 y 2019, la dupla Nicolás Dujovne-Guido Sandleris, por entonces ministro de Economía y titular del Banco Central, respectivamente, resolvió en acuerdo con el FMI dejar de emitir y la base monetaria se congeló por un año. Sin embargo, el índice de precios subió un 53 por ciento.

¿Bomba de tiempo?

Esta vez, para sacar circulante, el presidente del BCRA, Miguel Pesce, recurrió a las letras (las tan mentadas Leliq) y los pases, los dos instrumentos que se ofrecen a los bancos para retirar el exceso de liquidez a cambio de una tasa de interés que hoy está en 75% nominal anual. La suma de ambos creció 100% en los últimos 12 meses y llega a 8,854 billones de pesos, más del doble de la base monetaria.

Una explicación para este exceso de Leliq es que en los últimos meses el Central eliminó los efectos de su propia intervención en el mercado secundario, cuando salió a comprar títulos en pesos emitidos por el Tesoro que se habían derrumbado por los rumores de un reperfilamiento. La consultora LCG estimó que en octubre hubo «una expansión de $ 176 mil millones presumiblemente por la compra de títulos públicos con la intención de mantener la curva de rendimientos». También el «dólar soja» tuvo efectos expansivos: el BCRA debió emitir para comprar los U$S 8000 millones que liquidaron los exportadores.

Algunos observadores creen que estos títulos son una bomba de tiempo cercana a estallar, ya que generan intereses elevadísimos: unos $ 500 mil millones al mes. Por ahora esos pasivos del BCRA rondan el 8% del PBI y están por debajo del 11% que llegaron a representar cuando se produjo el estallido de 2018, durante el gobierno de Cambiemos.

Otros analistas creen que hay margen de manejo. «Aunque el nivel de pasivos remunerados en relación al PBI es preocupante en perspectiva histórica, todavía dista de los máximos previos al estallido de la crisis de la gestión anterior, además de tener una composición sideralmente distinta, siendo que es deuda en moneda local y en mano de bancos locales», señala un informe de la consultora Invecq. Aun así, el texto pregunta si el conjunto de la economía podrá absorber tal masa de dinero y en ese sentido plantean sus dudas, ya que «el nivel de actividad del 2023 presenta claros riesgos a la baja respecto del 2022».

En ese punto, la situación parece haber ido a contramano de lo que el Banco Central avizoraba a comienzos de año. En sus lineamientos de política monetaria para 2022, la entidad había anticipado una «mayor demanda de saldos reales derivada de la expansión económica y del fortalecimiento del mercado de trabajo» y por eso suponía que «en esta nueva etapa, es esperable que el esfuerzo de esterilización monetaria se vea reducido».

Para una parte del equipo económico, la más ortodoxa que encarna Gabriel Rubinstein, esa correspondencia entre la oferta de dinero y el tamaño real de la economía es clave. Así lo dejó en claro esta semana en el Senado, donde el viceministro expuso sobre el Presupuesto 2023. «La emisión monetaria que no tiene contrapartida en un aumento de la demanda real de dinero, es netamente inflacionaria. Esto no es ni de derecha ni de izquierda, ni liberal ni marxista», dijo Rubinstein. «