En septiembre del año pasado, el gobierno nacional anunciaba que en 2018 el crecimiento económico se basaría en el impulso de 2017. Los motores serían el desempeño de la actividad agropecuaria; la recuperación de la economía de Brasil; la obra pública, tanto la financiada por el Estado como la que se desarrollaría por medio del Programa de Participación Pública Privada (PPP); y la construcción privada de la mano de los créditos UVA.

Esa combinación de motores derivaría en un crecimiento de la economía argentina del 3,5% en este año. El dato quedó plasmado en el Presupuesto nacional votado en la penúltima semana de 2017.

Sin embargo, el optimismo oficial nunca fue compartido por el sector privado aliado del gobierno, el que con una mirada más realista pronosticaba para esa época un alza de la actividad más cercano al 3 por ciento.

Pero el paso del tiempo ha empeorado esas perspectivas. Mientras que dentro de la administración macrista comienzan a hablar de una suba del 3% al 3,2% del Producto Bruto Interno (PBI) para este año, las expectativas del sector privado son mucho más conservadoras.

El último viernes, el Banco Central publicó su relevamiento de expectativas de mercado (REM) correspondiente a febrero. Allí, 55 consultoras, centros de investigación y bancos, algunos de ellos del exterior, promediaron un crecimiento de la economía del 2,7% para este año, con una caída de sus expectativas de 0,3 de punto porcentual (o un 10%) respecto de lo que esperaban apenas un mes antes.

En ese terreno, hay consultoras como Eco Go, que dirige Miguel Bein, que otorga un crecimiento de apenas un 1,8%. Marina Dal Poggetto, directora de la consultora, aseguró: «Corregimos levemente a la baja nuestra proyección de crecimiento para 2018 desde 2,1% a 1,8% en función de dos shocks externos: efecto cosecha y mayor volatilidad financiera en los mercados globales con tasas más altas en EE UU».

¿Qué es lo que está pasando? Que algunos de los motores económicos comienzan a fallar o a entregar menos potencia de la esperada.
Es el caso de Brasil. La percepción de que su recuperación arrastrará a la economía argentina no tiene consenso entre empresarios y analistas.
Algunas consultoras privadas hicieron pronósticos entusiastas sobre Brasil. Economía & Regiones vaticinó buenas repercusiones en la industria automotriz local. El pronóstico se basó en datos de la Asociación de Fábricas de Automotores (ADEFA) que espera un aumento de la producción del 20% (565 mil vehículos) a la par de un aumento de las exportaciones del 43% (300 vehículos más que en 2017). 

Con datos brasileños, ABECEB y Ecolatina destacaron como indicios de recuperación los últimos datos de comercio exterior, aun cuando no están ni lejos de revertir el histórico déficit comercial con el país vecino. 

En enero, por primera vez en un año, las exportaciones a Brasil superaron a las importaciones desde ese país. Ese fenómeno, según ABECEB, se explica porque en Brasil aumentaron las importaciones de autos argentinos.

Ecolatina destacó que los datos «dan cuenta de una tendencia de mayor estabilidad que continuaría a lo largo de 2018». Esa tendencia sería aprovechada también por los productores de trigo, que tendrán oportunidad de colocar su producción del otro lado de la frontera, donde la cosecha fue mala.

Para Martín Alfie, economista de la consultora Radar, los pronósticos anteriores no son del todo confiables. El especialista observó que Brasil dejó de caer y, si bien reconoció el aumento de las exportaciones, advirtió que estas «cayeron mucho estos últimos años» y «aunque crezcan un 20%, todavía estarían lejos de salvar a la actividad en el país».

Los empresarios coinciden. El textil José Ignacio de Mendiguren aseguró que, aunque Brasil dejó de caer, «el crecimiento de la industria argentina con suerte va a ser del 1%», lo que plantea un panorama de estabilidad, pero «no va a representar un cambio ni va a revertir ninguna situación».
Para Mendiguren, también diputado por el Frente Renovador, el gobierno debería generar condiciones para «al menos dejar de empeorar porque la balanza comercial» con el socio regional.

Por su parte, el autopartista Aldo Lo Russo minimizó el efecto de una recuperación vía industria automotriz. Algunos indicadores se mueven positivamente en el país vecino pero «no se puede pensar en una correlación directa entre el paso de una industria y la otra», dijo. En el contexto automotriz, el déficit de autopartes «es todavía mayor y los autopartistas nacionales estamos cada vez más afuera porque las terminales se abastecen en Brasil o en China», advirtió.

La economía de Brasil sumó un nuevo cono de sombra luego de que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, resolviera aplicar elevadas tarifas al ingreso a ese país de acero y aluminio. Brasil es el segundo exportador de acero a EE UU, con unos 5 millones de toneladas.

En cambio, como por la misma medida, China podría bloquear el ingreso de granos desde EE UU, eso podría beneficiar a los productores de soja brasileños.

Construcción

En tanto, la posibilidad de que la construcción traccione la actividad local este año choca contra indicadores irregulares de los últimos meses. La actividad viene de un muy buen 2017, año electoral, en el que la obra pública suele tallar con fuerza y fines estratégicos. Sin embargo, entre octubre y diciembre la actividad experimentó una desaleración que encendió la alarma pero que en enero se rompió con un salto positivo de más del 17 por ciento.

En la última encuesta del Indec, los contratistas de obra pública fueron optimistas en su mayoría. Sin embargo, para Martín Alfie, de Radar, lo más probable es que el impulso de la obra pública sea menor y en parte sea compensado por la obra privada, incentivada a los créditos hipotecarios.
El economista argumentó que en el Presupuesto 2018 se vio un principio de desaceleración y caída de la obra pública. «Todavía hay obras en marcha y el índice de enero salió bien pero en los primeros meses de 2017 el nivel de la actividad era muy malo», comparó.

Alfie también trajo a colación datos del Grupo Construya, que integran las fábricas de insumos. El índice desestacionalizado de esa entidad «muestra que en diciembre y enero hubo caídas fuertes, lo que puede ser una señal de cambio de ciclo». E interpretó que el optimismo de los contratistas puede tener que ver con la expectativa de los contratos PPP, que podrían aportar a la compensación la caída del gasto público. «Pero por ahora son anuncios», concluyó. 

Según datos del portal Obrapublica.com, las licitaciones de diciembre de 2017 se encontraban prácticamente en el mismo nivel en términos nominales que en 2016, en torno de los 25 mil millones de pesos, pero con una inflación de casi el 25% en el medio.

Sequía y agro

Según el último reporte de la Bolsa de Cereales porteña, el 52% del área sembrada con soja, maíz y girasol «se encuentra en condición hídrica de sequía».

Esto implica un pronóstico de cosecha de soja un 18,5% menor al que se proyectó a fines de 2017 (cae de 54 millones de toneladas a 44 millones). En el caso del maíz, la caída es menor, de unos 2 millones de toneladas equivalentes a un 5% del total proyectado al inicio de la esta campaña.
El impacto de la reducción de la cosecha se sentirá en varios frentes. Los productores verán mermados su ingresos en unos 2000 millones de dólares mientras que el gobierno perdería unos 1000 millones por impuestos a la exportación no recibidos.

Pero hay más: menores ingresos en el sector implicarán un ajuste en las compras de insumos para el resto de las campañas de 2018 (trigo en invierno) y la preparación de la actividad de fin de año (soja y maíz). Además, significarán menos contrataciones de servicios de cosecha y transporte de la producción.

La consultora Invecq le puso números a estas pérdidas en términos de PBI: «Se podría estimar un efecto directo (sin considerar efectos multiplicadores) de un crecimiento del PBI menor en 0,6 puntos porcentuales. Así, nuestra estimación original de un crecimiento del 3,2% para el año 2018 se recortaría hasta el 2,6%. El impacto sería incluso mayor al considerar la repercusión de estas pérdidas en el resto de la economía, pudiendo elevarse a un 1% de menos crecimiento».

Así las cosas, el motor del gobierno pasa a ser el PPP, que debería traer las inversiones y generar el impacto sobre el PBI en reemplazo del resto de las actividades. «