Con diferencia de apenas seis días el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) publicó dos estudios referidos, de una u otra forma, a la distribución de ingresos entre sectores de la población durante el cuarto trimestre de 2021. Sin embargo, las conclusiones de uno y otro resultan diametralmente opuestas.

Mientras la Distribución del Ingreso de la Encuesta Permanentes de Hogares, que se conoció el jueves 7, dio cuenta de un evolución progresiva, la Cuenta Generación de Ingresos e Insumo de mano de obra (CGII) mostró una creciente apropiación del valor agregado de la economía por parte del empresariado, bajo la forma de ganancias, en detrimento de la participación de los asalariados.

Avalado por el primero de los estudios, el ministro de Economía, Martín Guzmán, manifestó el lunes que, a diferencia de lo que ocurre en el mundo, «en la Argentina la desigualdad bajó en forma marcada». Es que la mediana de los ingresos del 10%de los hogares que reciben mayores ingresos per cápita representó en ese trimestre «apenas» 13 veces la mediana del ingreso del 10% menos favorecido. Un año antes, ese indicador marcaba 18 veces. El índice Gini, que mide la misma relación, se redujo a su mínimo desde 2017.

Este escenario de marcada reducción de la desigualdad por ingresos se produjo en el marco de una persistente pobreza, que alcanzaba en ese momento al 37,2% de la población, y una caída sostenida del poder adquisitivo de los salarios. A la vez, el desempleo tocó un piso del 7,2%.

El informe CGII, conocido el martes pasado, puso de manifiesto una nueva paradoja en el mercado de trabajo y en el deterioro de las condiciones de vida de la población en los últimos cinco años y, en particular, desde la irrupción de la pandemia. Según el informe que mide la apropiación del valor agregado según la participación de las clases sociales en la producción, en el último año, y a contramano de lo que se desprende del nivel de ingresos, se produjo un sensible deterioro de la participación de los salarios en el producto. Mientras que, en promedio, durante 2020 representaban el 48%, en 2021 cayeron al 43,1% ratificando una tendencia sostenida por más de un lustro ya que, en 2016, las remuneraciones representaban el 51,8% del valor agregado.

Apropiación regresiva

Ocurre que, mientras el informe por ingresos que mide la EPH agrupa en el primer decil a toda la población con independencia de su actividad, el de Generación de Ingresos permite visualizar, de un lado, a los empresarios y sus ingresos en forma de ganancias y, del otro, a los asalariados. Esa apropiación regresiva del producto resulta imperceptible para la EPH en el movimiento del primer decil porque esa ínfima minoría de empresarios que mejoró marcadamente su situación se licúa en el universo de casi 2 millones de personas que lo integran, la mayoría d elas cuales son asalariadas.

De hecho, mientras que el ingreso per cápita promedio del 10% de los hogares con mayores ingresos se incrementó un 57% entre el último trimestre de 2020 y el de 2021, la ganancia empresaria (llamada técnicamente «excedente de explotación bruto») lo hizo un 78% en ese cuatrimestre y un 85% en el promedio anual. Se trata de un incremento anual de las ganancias en términos reales de $ 39.720 millones.

La suba de los ingresos del 10% más pobre, además, creció un 85% en un año mientras que las remuneraciones totales lo hicieron en un 60%, en parte explicado por la actualización de haberes y en parte por el reingreso de 1,8 millones de personas al mercado laboral.

Perspectiva

Visto con mayor perspectiva, mientras que la suba de precios entre diciembre de 2016 y el mismo mes de 2021 alcanzó un 471%, las ganancias empresarias se incrementaron en un 626% y las remuneraciones totales al trabajo asalariado apenas un 399%. A la vez, los ingresos promedio per cápita del sector más acomodado crecieron un 361% y los del sector más pobre lo hicieron un 413%.

Para Luis Campos, coordinador del Observatorio del Derecho Social de la CTA-A, «es perfectamente posible que se registre una mejora en la distribución personal del ingreso (Gini) y un deterioro en la distribución funcional (capital-trabajo). La caída de los ingresos de la población, sumada a la existencia de medidas que buscan sostener la situación de los sectores de menores ingresos (tarjeta alimentar por ejemplo), puede conducir a una distribución más igualitaria entre las personas. No pasa lo mismo cuando consideramos la relación entre trabajadores y empresas».

Campor observó que «en estos casos, las mayores ganancias de las empresas no necesariamente impactan en mayores ingresos de personas que viven en Argentina (algo que empeoraría la distribución personal). Esas ganancias pueden sencillamente remitirse a casas matrices en el caso de multinacionales, reinvertirse, o distribuirse entre personas que no residen localmente (los empresarios ‘uruguayos’ dueños de compañías que operan en nuestro país serían un buen ejemplo). Ello sumado a los déficits que posee la EPH para registrar fielmente los ingresos de las personas de la cima  de la pirámide, hace que ambos indicadores puedan moverse en sentido opuesto».

Así las cosas, si bien ambos informes reflejan fielmente una parte de la realidad, al analizarlos en conjunto surge que, si la desigualdad dentro de la población se redujo fue a costa de un deterioro generalizado del sector asalariado y en favor de un enriquecimiento extraordinario de la cúpula de la pirámide social integrada por la clase capitalista. Además, esto ocurrió antes de la escalada de precios registrada en el primer trimestre de 2022.