Un pronóstico que envejeció en apenas tres meses, una dispersión amplia en las previsiones para el año que viene, una variedad de paridades que confunde al auditor más severo y una cadena de rezos para que las lluvias atenúen los presagios más agoreros. Así es el panorama con relación a lo que puede costar el dólar en los meses venideros.

Por de pronto, 2022 cerró con una paridad superior a la que el mismo gobierno había pronosticado hace apenas tres meses, cuando elevó el proyecto de Presupuesto al Congreso. En ese documento, el Ejecutivo partía de la base de que a fines de diciembre el dólar oficial estaría a $ 169,90. El viernes, sin embargo, cerró a $ 177 en el segmento mayorista. De movida, una diferencia de más de 4% que dificulta desde el arranque las comparaciones para 2023.

En ese mismo texto, el gobierno anticipaba que “el tipo de cambio nominal se proyecta en $ 269,90 en diciembre de 2023 (+62,1%), mientras que se proyecta que el Índice de Precios al Consumidor desacelere a un 60% interanual en igual período, resultando en una ligera apreciación del tipo de cambio real promedio anual (-1,5%), que permanece competitivo en términos históricos”.

Los números privados

Sin embargo, esa previsión no es compatible con la de las consultoras, centros de estudio y entidades financieras que participan del relevamiento mensual sobre expectativas de mercado que elabora el Banco Central. En su última edición, en noviembre, la encuesta arrojaba un pronóstico promedio de 320 pesos por dólar para fin del año entrante, casi un 20% arriba de lo que sostiene Economía. ¿Es fiable ese cálculo privado? La distancia también es considerable con relación al mismo estudio hecho un mes antes, en el que el consenso rondaba los 330 pesos para diciembre de 2023.

Los valores consignados corresponden al Mercado Único Libre de Cambios (MULC), dominado a voluntad por el Banco Central y su crawling peg, la sucesión de microdevaluaciones diarias.

Sin embargo, la promesa del Central de ir “readecuando gradualmente la tasa de variación del tipo de cambio nominal a niveles acordes con la dinámica inflacionaria observada” sólo se cumplió a medias en este 2022 que se va. A lo largo del año, el dólar subió apenas 71% y la distancia entre ambos parámetros supera los 20 puntos.

¿Es el dólar mayorista la referencia del mercado? Por lo menos, no es el que movió la aguja en los últimos meses. Si el gobierno logró el objetivo de acumular reservas por U$S 5800 millones en este fin de año -exigido por el acuerdo con el FMI- fue gracias al “dólar soja”, que reconoce una paridad casi un 40% más alta que  la del MULC. Esa prerrogativa ayudó a descomprimir las abarrotadas silobolsas y permitió al gobierno embolsar más de U$S 8000 millones en septiembre y otros U$S 3000 millones (la cifra exacta se conocerá pasado mañana) en el cierre del año.

Por de pronto, la creación del dólar soja y de otros tipos de cambio, como el dólar Qatar para gastos en el exterior, terminó por marear al auditor más pertinaz, el Fondo Monetario Internacional. En su reciente informe sobre el estado de la economía argentina, los técnicos del organismo mostraron sus reparos por la enorme variedad de cotizaciones.

“Es importante destacar que estos enfoques administrativos, incluso si se etiquetan como temporales, en última instancia podrían resultar contraproducentes: la complejidad cada vez mayor socava la aplicación y fomenta la búsqueda de rentas, mientras que también aumenta la expectativa de que se implementarán medidas similares en el futuro”, dijeron los auditores del FMI, abriendo el paraguas sobre eventuales negociaciones con otros sectores que generen divisas para el futuro inmediato. Aunque esa práctica sobre múltiples tipos de cambio viola lo comprometido en el acuerdo de facilidades extendidas, el Fondo otorgó un “waiver” en ese sentido.

Esos artilugios cambiarios, de todos modos, podrían perder efectividad si se materializan los temores generalizados sobre la reducción en los volúmenes de la próxima cosecha. La sequía de los últimos meses redujo la siembra y las recientes lluvias, estiman los observadores, no evitarán las pérdidas. Según la Bolsa de Comercio de Rosario, la producción de trigo será la más baja en ocho años. “Las 11,5 millones de toneladas del cereal que se estiman para la campaña que corre representan la mitad del volumen producido en el ciclo anterior”, dicen sus economistas, que también señalan que el rinde esperado de 23 quintales por hectárea será el más bajo de los últimos 14 años.

Los temores se repiten en torno a la soja. Hasta el momento sólo se pudo sembrar el 60% de lo que se esperaba para esta altura del año. Los primeros números hablan de una reducción de exportaciones de U$S 3000 millones. Si eso ocurre, el gobierno podría tener que rehacer sus cálculos sobre el superávit comercial. «