A pesar de que hace rato no acierta un solo pronóstico y se aleja de todas las metas que se propone, Nicolás Dujovne, el ministro de Hacienda, insiste con que su programa económico no fracasó. En junio se firmó un acuerdo con el FMI que planteaba un escenario de base, optimista, en donde la Argentina crecía 0,4% en 2018 con una inflación en torno al 27%; y un escenario adverso, en donde la Argentina caía 1,3% con una inflación en torno al 31,7%. Dos meses después, la situación del país sobrepasa ampliamente las proyecciones más negativas. El gobierno atribuye una y otra vez esta situación a las condiciones climáticas (la sequía interna y la tormenta externa de tasas de interés y divisas) y a esos seres mitológicos llamados mercados. El único camino para salir de esta situación, repiten como un mantra, es equilibrar las cuentas fiscales y conseguir financiamiento: ajuste y deuda.

El camino del ajuste no es una novedad en la Argentina, ya lo hemos recorrido en el pasado y la experiencia nunca ha sido positiva. Al menos no para los sectores populares. Dujovne se expresa con eufemismos, habla de «equilibrio fiscal» pero lo que promete es déficit cero. Un plan similar se aplicó en 2001 también en el marco de un acuerdo con el FMI. En ese entonces consistió en un recorte del 13% de jubilaciones y salarios de trabajadores y trabajadoras del Estado. El recorte llegó a la obra pública, el presupuesto de universidades y de la salud, todo un gran deja vú que nos remite a tiempos de piquetes y cacerolas (aunque hoy la catarsis colectiva todavía se canaliza en las redes sociales).

En los anuncios de la mañana del lunes, a diferencia de los anteriores, se trató de hablar no solo a los mercados y al FMI sino también a “la gente”, que tuvo la mala idea de querer una vida digna por encima de sus posibilidades. Es que la mitad de la población con ingresos gana menos de 12.000 pesos mensuales y más del 65% de los jubilados y las jubiladas recibe el haber mínimo que no llega a 8.000 pesos. Los jóvenes y las jóvenes están entre quienes tienen las tasas de desempleo más altas de la región y casi la mitad de los niños y las niñas menores de 14 años vive en hogares pobres. A todos ellos se les pide que ajusten el cinturón mientras se disculpan una y otra vez con los exportadores por tener que usar las retenciones para tocarles un par de pesos – fijos, que con una devaluación se licuarían tal como dijo la diputada Elisa Carrió- . Piden paciencia, casi como al pasar, a quienes no pueden pagar la boleta de luz o de gas, a quienes no van a poder pagar sus remedios o los apuntes para ir a clase (sabemos que los pobres no van a la universidad, ya lo dijo Vidal).

«Vamos a estar ahí para quienes más expuestos están en este momento. Quienes reciben la Asignación Universal por Hijo y otros programas sociales van a recibir un refuerzo en septiembre y diciembre», dijo Macri. Es curioso notar que el acuerdo con el FMI firmado en junio ya contenía estas líneas, sin mucha innovación por parte de los creativos locales. Hay un capítulo entero en el contrato con el FMI dedicado a “Protections to the Most Vulnerable” (protecciones para los más vulnerables). Allí se sugiere que haya partidas que contribuyan a amortiguar el impacto del plan económico en los sectores más pobres de la sociedad. El ministerio de Desarrollo Social que acaba de absorber el de Salud, a cargo de Carolina Stanley, será una pieza clave en la redistribución de la pobreza.

Queda ver cuál es el plan (si es que existe alguno) para la clase media, que va a tener que enfrentar una inflación de más del 40%, trabajadores y trabajadoras con paritarias por debajo, y con más de un tercio de la fuerza laboral en condiciones de informalidad. Las tasas de interés que maneja hoy el sistema financiero para contener la corrida significan el fin del crédito para las pymes. Queda también por ver del plan de Dante Sica, a cargo de las carteras de Trabajo, Producción y Agroindustria. Sica, quien la semana pasada decía en una conferencia con empresarios de todo el país que el dólar a 40 estaba eliminando el atraso cambiario y que iba a ser un factor para que baje la inflación y la industria florezca. En el público estaba el CEO de FIAT, Cristiano Ratazzi, que no conforme con la devaluación y la caída del salario real, respaldaba esta idea y añadía que «el pueblo iba a tener que pagar la fiesta» y que estaría bien avanzar de una vez por todas con la reforma laboral.

El ambicioso acuerdo con el FMI también se proponía mejorar la igualdad de género, capítulo que a esta altura quedará para la anécdota o para mencionar en alguna lectura del W20, con mujeres líderes que rompen techos de cristal que barren las empleadas domésticas ajustadas. Porque no es ninguna novedad que en las crisis son las mujeres quienes más reciben el impacto: son las más pobres, las más desempleadas y las más precarizadas. El único dato que hoy pueden mostrar es que ya no están “tan cortos de mujeres”: en los diez ministerios que sobrevivieron al Gran Hermano de Olivos, quedaron dos ministras llevando a un récord del 20% la participación femenina en el gabinete.

Lo que estuvo ausente de los discursos de estos últimos meses es el plan productivo del gobierno, la hoja de ruta que nos llevará hacia el crecimiento ¿Existe tal cosa?