El viernes 17 de julio de 1992, en Obras, Mano Negra hacía su única presentación en la Argentina. Ante un público de poco más de mil personas, con un estadio donde sobraba espacio y las populares se habían cerrado, el arrollador grupo francés creado en 1987 en Paris por los hermanos Manu y Antoine Chao daba un recital de antología con su formación original, marcado por los viscerales rituales del punk y su mistura voraz de estilos como el ska, hip hop, reggae, salsa y rockabilly, al que sumaban las influencias sonoras de las raíces españolas de los Chao y las de la inmigración árabe y africana, que el combo absorbió en los suburbios de la capital gala. Fieles a su ideología autogestiva (que ya habían contrapuesto con algunas experiencias en el rock comercial) ejercitada en squats, centros culturales y tugurios europeos, lo que Mano Negra ofreció en esa gélida noche porteña fue un show al palo, totalmente novedoso, donde músicos y audiencia festejaban el encuentro arriba y abajo del escenario, como iguales. La visita resultaría inaugural en más de un sentido.

“Un amigo tenía unos primos en Francia, que le traían cassettes de bandas de allá, y nosotros escuchamos así los primeros discos, era el ‘89-’90”, cuenta Charly Carnota, baterista de Massacre, por entonces integrante del grupo RIP. “Cuando nos enteramos de que venía el Cargo 92 nos súper copamos. Era un Obras semivacío, abrió Todos Tus Muertos, revoleando coronas de flores. Después salió Mano Negra con una energía impresionante, algo que nunca habíamos visto hasta entonces. Cantaban en francés, en inglés, en castellano, en árabe, ¡una locura total! Dejaban subir a la gente y hacían como una especie de número circense: te ibas hasta atrás de todo, donde estaba la batería, ellos hacían unos redobles y te revoleabas al público. ¡Ellos también se tiraban! Tenías a Manu Chao al lado, como uno más. Hasta ahí me gustaban, pero después de ese show fue mucho más fuerte. Un recuerdo increíble, de lo más impactante que vi en esos años”.

El furor fue tal que la gente no dejaba ir al grupo, pidiéndole más temas. La banda tuvo que volver, y así hicieron sonar «I Faught The Law» de The Clash y una versión de «Foxy Lady» de Jimi Hendrix, entre otros, para lanzarse después, todos juntos, arriba del público exultante.

La Mano conoció a Todos Tus Muertos en este viaje, y la relación que se entabló entre el grupo y Fidel Nadal fue definitiva. El cantante argentino grabó en el último disco de estudio de los franceses, Casa Babylon, de 1994, donde se lo puede escuchar en “La vida la vida me da palo”. Es el mismo álbum donde suena “Señor Matanza” y “Santa Maradona”. Por su parte, Manu Chao colaboraría luego en Dale Aborigen, el trabajo que ese mismo año lanzaban los argentinos.

Mano Negra había llegado a Buenos Aires como parte del proyecto Cargo 92, una iniciativa de la compañía de teatro callejero Royal De Luxe, apoyada por el estado francés, que paseó a bordo de un enorme barco carguero una serie de performances contracelebratorias de los cinco siglos del descubrimiento de América. La banda, junto a una troupe que incluía actores, actrices y personajes varios, recorrió Venezuela, Colombia, República Dominicana, Brasil, Uruguay y la Argentina. En ese marco, Mano Negra demostró también lo suyo en “El gran desfile de la verdadera historia de Francia”, una especie de corso inolvidable, un espectáculo como nunca antes se había visto en Buenos Aires, que recorrió la avenida 9 de julio para ofrecer impresionantes viñetas del devenir universal. Subidos a una torre descomunal, la banda castigaba su rock musicalizando una representación de recursos escénicos que quienes asistieron todavía recuerdan con asombro.

El grupo ya tenía por entonces tres discos: Patchanka (de 1988, que incluye “Mala vida”), Puta’s Fever (de 1989, donde suena “Kin Kong Five”) y King Of Bongo (1991). En Francia eran un suceso, y una gira del ’91 junto a Iggy Pop los terminó de afianzar en su idea de despegar del clásico circuito industrial del rock y priorizar una relación más genuina con las expresiones de la música popular. Si bien la escena alternativa de su país no les perdonó haber cerrado con la discográfica Virgin, La Mano siguió por los márgenes de lo establecido tanto en la propuesta musical como en sus formas de manejarse.

A la distancia, hoy ya convertidos en mito, resulta más que curioso rescatar algunas anécdotas de aquellos días de 1992, como la que comparte Pat Pietrafesa, bajista de She Devils y Kumbia Queers y una de las protagonistas esenciales de la escena punk y contracultural vernácula: “Unes amigues de Europa les habían pasado mi teléfono. Yo tocaba en Cadáveres y ellos querían ver al grupo y contactarse con gente de la escena local. Me llamaron a la casa de mis padres y no me encontraron, volvieron a intentar, hicieron un montón de esfuerzos. Me acuerdo que les dejé la dirección de la casa de Lula, el baterista de la banda, y hasta les habíamos dibujado un planito para llegar. Fue una cosa rarísima en relación a lo que es la comunicación de estos días. Finalmente fui a Obras, así como a las otras movidas que hubo”.

Uno de los sucesos ocurridos durante ese mes de julio y que más trascendencia tuvo no sólo en nuestro país, sino en el anecdotario del grupo, fue la visita de algunos integrantes de Mano Negra a uno de los programas de televisión más vistos de entonces: La TV Ataca. Liderado por Mario Pergolini, ya por entonces convertido en una figura de la Rock and Pop, la nota era parte de la promoción del tour. En el mismo momento en que el conductor terminó de preguntar a los entrevistados: “¿Qué es Mano Negra?”, Tom Darnal, tecladista, se levantó súbitamente y vociferando una diatriba en francés, rompió un monitor al grito de: “¡La TV c’est de la merde!” (“la tele es una mierda”). Quienes (como esta cronista) estaban siguiendo en vivo la transmisión de Canal 9, quedaron impactados. El grupo claramente estaba incómodo, y más allá de lo repudiable de la reacción, sin dudas era espontánea, algo llamativo en una época donde la heterogénea y casi infinita oferta de contenido audiovisual de Internet todavía no había limado la capacidad de asombro. La embajada francesa les quitó inmediatamente el apoyo para cualquier clase de publicidad, y si bien años después, en una nota en el Suplemento NO de Página/12, Manu Chao intentaría restarle importancia a aquello, la realidad es que hasta el día de hoy, incluso en Francia, la anécdota está intrínsecamente asociada a la historia de la banda.

Darnal, que luego de la disolución de Mano Negra fundó P18, volvió a nuestro país veintisiete años después, en 2019, para filmar ¡Bamos!, una “road movie musical por Sudamérica” que registra al francés en acción junto a colegas de Paraguay, Uruguay y la Argentina, entre otros Sergio Rotman, Daniel Melingo, Pablo Dacal y Sol Pereyra.

Fue recién después de la gesta del ’92, sobre todo con el éxito de Casa Babylon y la colaboración con Fidel Nadal, que Mano Negra lograría hacerse popular en nuestro país. Sin embargo, enseguida llegó la disolución. Tras recorrer Colombia en tren con la famosa gira “El Expreso del hielo”, el grupo no logró resolver sus diferencias. Era 1994, y en Latinoamérica el rock “alterlatino” de grupos como Los Fabulosos Cadillacs, Café Tacuba, Aterciopelados y Todos Tus Muertos daba fe de la enorme (y recíproca) influencia que tuvo el combo parisino en esos derroteros artísticos.

La carrera de Manu Chao solista fue la continuación natural de esa relación con nuestro país. Desde el lanzamiento de Clandestino, su primer disco, en 1998, el músico visitó muchas veces la Argentina y se convirtió en uno de esos extranjeros que juegan de locales: además de sus presentaciones, se hizo fan de Nueva Chicago; le dedicó a Maradona su segunda canción, “La vida tómbola” (de su álbum de 2007, La Radiolina) para la película de Emir Kusturica sobre El Diez; grabó un disco con La Colifata, el emblemático proyecto del Hospital Borda; paseó su muestra de pósters y collages por el Centro Cultural Haroldo Conti y no dejó nunca de estar al día y comentar los asuntos políticos más urgentes de la Argentina y la región.

En perspectiva, el desembarco de Mano Negra en 1992 y todo lo que se desencadenó a partir de allí configura otra de esas anécdotas cuyo alcance sigue operando como un rayo misterioso, que atravesó fugaz, pero marcó con su luz, la cultura de nuestro país y de toda una época.