Con casi 60 años de historia sobre el lomo, es lógico que existan distintas y supuestas verdades absolutas acerca de los Rolling Stones. Algunas cuentan con más acuerdos y otras más en disputa. En ese sentido, la puja por el título de «El mejor álbum de los Rolling Stones» suele ganarla Exile On Main St., lanzado el 12 de mayo de 1972, un trabajo de antología y con una colorida y tumultuosa historia detrás. Y que no sólo es considerado como la obra máxima de la banda, sino que también constituye una pieza fundamental en la historia del rock and roll.

El final de la década del ‘60 y los primeros años de la del ‘70 marcaron, quizás, el punto de inflexión más significativo en la historia de la banda más grande de todos los tiempos. El fin de un ciclo y el principio de otro se solaparon y dieron como resultado un puñado de discos con un fuerte contenido simbólico, cultural, artístico, creativo y musical sin precedentes para el conjunto. Por otro carril, los excesos, la muerte de Brian Jones (como consecuencia de esos excesos), el fin del contrato con DECCA, su primera discográfica, y los problemas financieros (desencadenados por los altísimos impuestos de la Corona Británica y la miserable gestión del entonces manager Allen Klein) dieron como resultado la necesidad de un cambio de aire. El destino del exilio fue Villa Nellcote, en el sur de Francia.

Pero antes de marcharse, los Stones llevaron a cabo el UK Tour 1971, también conocido como el Goodbye Britain Tour. Fueron 17 conciertos en 11 días, en Inglaterra y Escocia, durante el mes de marzo. Una despedida. Un “hasta luego”. Más tarde, en abril, emprendieron su aventura por el país galo y ya fuera del Reino Unido publicaron Sticky Fingers.

Al respecto, en su autobiografía Vida (2009), Keith Richards contó: “Yo creo que lo último que esperaban los poderes establecidos cuando vinieron por nosotros con sus supertributos era que dijéramos: ‘Ok, nos vamos, nos sumamos a los que no pagan impuestos’. Simplemente no tuvieron en cuenta esa posibilidad. (…) No se creyeron que podíamos seguir con lo que estábamos haciendo, aunque no viviéramos en Inglaterra y, para ser completamente sincero, nosotros también teníamos serías dudas. Pero, ¿qué íbamos a hacer? No teníamos el menor deseo de que nos clausuraran, así que agarramos los bártulos y nos fuimos a Francia. (…) Con eso nos hicimos todavía más grandes y además, salió Exile On Main St., que tal vez sea lo mejor que hemos hecho”.

Con su edición hace cincuenta años, el álbum más largo de los Rolling Stones llegó rápidamente al número uno de las listas en Gran Bretaña y Estados Unidos, aunque no estuvo exento de críticas, principalmente dirigidas a la mezcla y a la producción, ya que Exile On Main St. sonaba crudo y desarreglado. En una entrevista para la revista Rolling Stone, en 1995, Mick Jagger afirmó: “Para ser honesto, creo que el álbum está sobrevalorado, en comparación con Let It Bleed y Beggars Banquet, que creo que son insuperables. No digo que no sea bueno, pero no contiene tantas canciones sobresalientes como los dos discos anteriores. Creo que es un poco largo. No teníamos buen material para ser un álbum doble, aunque siempre puedes encontrar otras pequeñas cosas interesantes que no has escuchado”. En esta última cita, el cantante se refiere a una serie de grabaciones realizadas en 1970 y que la banda tenía en su poder, ya que no todo había sido entregado a Klein, tal es el caso del cover de “Shake Your Hips”, “Sweet Virginia” y “Sweet Black Angel”, que fueron registradas de manera primitiva en los Olympic Sound Studios de Londres.

Años más tarde, cuando se presentó Stones in Exile (2010), el documental sobre la génesis del disco, en el festival de Cannes, Jagger amplió su mirada: “Cuando salió Exile… la crítica no fue tan generosa. No lo maltrataron, pero tampoco dijeron que era o que iba a ser un clásico. Era nuestro primer disco doble, más largo, con varios estilos musicales, y a los críticos les tomó un tiempo digerirlo”. Jagger se refiere a la mezcla de blues, country, folk, rockabilly, gospel, jazz, soul, boogie – woogie, calipso y, por supuesto, rock and roll presente en la obra. Pero agregó un dato que resulta significativo para entender el cambio en la valoración del público y de la crítica: “Un año después, cuando salimos de gira y empezamos a tocar los temas del disco, empezó a crecer su reputación”.

De sus 18 canciones, hay dos que se diferencian del resto por su popularidad y su presencia, hasta estos días, en los shows de los Rolling Stones. Se trata de “Tumbling Dice”, un emblema que aparece entre los primeros temas en los conciertos, y “Happy”, un rock electrizante y furioso cantado por Richards que ruega por un amor para mantener la felicidad. Ambos tienen el sello distintivo del riff de Keith. Un escalón más abajo, quizás, se encuentra “Sweet Virginia”, una balada country con Jagger tocando la armónica y que suele frecuentar los sets acústicos en vivo.

Por lo demás, “Rocks Off” representa un inició arrollador que invita a bailar desde el primer segundo del disco; “Rip This Joint” y “Turd On The Run” aportan el boogie – woogie, y “Torn And Frayed” y “Loving Cup” acompañan el segmento country rock del álbum. “Shake Your Hips”, “Casino Boogie”, “Ventilator Blues” y “Stop Breaking Down”, por su parte, aportan la dosis de blues necesaria en un trabajo de los Rolling Stones y representan a las raíces negras de la música del Delta del Mississippi; mientras que “I Just Want To See His Face”, “Let it loose” y “Shine a Light” son los que llevan la bandera del gospel con tonos de soul, que dotan al álbum de un soberbio equilibrio. Finalmente, “All Down The Line” y “Soul Survivor” completan la cuota de rock en esta obra.

“Sweet Black Angel”, en tanto, merece una mención aparte. No sólo porque representa a un estilo musical como el calipso (con tintes de country), toda una rareza dentro del repertorio stone, sino porque además constituye un grito de protesta por la liberación de la activista afroamericana Angela Davis, quien permanecía presa acusada de homicidio y que fue declarada inocente y liberada en 1973.

El sótano de la mansión que Keith Richards y Anita Pallemberg alquilaron en Nellcote fue el ámbito en donde se registró la mayor parte del álbum, ante el infructuoso trabajo de Ian Stewart de conseguir una sala de ensayo o de cine para la grabación. Es por eso que el tecladista y miembro fundador de la banda tuvo la idea de alimentar el Rolling Stones Mobile Studio, tirando un cableado desde una vía ferroviaria cercana al lugar.

La creatividad solucionó algunas cuestiones técnicas pero la acústica conseguida distaba mucho de los deseos de la banda. «Tuve muchos problemas con el álbum. Es el que más me ha contrariado. Habría sido más feliz si hubiera sido un álbum de un sólo disco», expresó alguna vez Jimmy Miller, productor de los Stones desde 1968 hasta 1973. Una mala distribución del espacio, humedad que afectaba la afinación de las guitarras, intermitencia eléctrica, el cansancio y la tensión nerviosa que esto generaba significaron permanentes escollos a superar durante los cinco caóticos meses de grabación en Nellcote.

Sin embargo, y a pesar de todo, empezaron a aparecer las canciones y cuando llegó noviembre de 1971, cerca de 30 pistas viajaron a los Sunset Sound Studios de Los Ángeles para terminar el trabajo. En ese paquete de temas también estaban “Pass The Wine (Sophia Loren)”, “Plundered My Soul”, “I’m Not Signifying”, “Following The River”, “Dancing In The Light” y “So Divine (Aladdin Story)”, seis canciones que permanecieron inéditas hasta 2010 cuando se relanzó el trabajo con un disco extra.

Fue así cómo se gestó el mítico álbum que los Rolling Stones parieron hace ya 50 años y que lentamente se transformó en el punto más alto de un recorrido que todavía no vislumbra el final. Como el buen vino, Exile On Main St. es, entre más viejo, mejor. Pero con una ventaja: la longevidad del vino no es eterna, mientras que el álbum parece no tener fecha de caducidad.