El estreno de Pizza, birra, faso (1998) hizo visible la potencia de un efecto dominó imparable. No se trató sólo de la aparición de dos directores y guionistas de gran convicción y audacia –Adrián Caetano y Bruno Stagnaro–, ni de un éxito inesperado de taquilla –que lo fue–, ni del nutrido lote de premios que conquistó –locales e internacionales–. La lucha por sobrevivir de Pablo y el Cordobés exponía el universo de marginalidad y falta de horizontes que abrió el menemismo y muchos se negaban a ver. Se trataba de una historia mínima de implicancias máximas, contada con una genuina naturalidad y desprovista de moralinas. Ese gesto se multiplicó en los cines y en las pantallas de TV bajo el paraguas del nuevo cine argentino. Casi 25 años después el mundo es igual de cruel y acaso más violento, pero el cine parece haber cambiado para siempre. Las salas se transformaron en territorio casi exclusivo de sagas de superhéroes, el streaming se impone como espacio ineludible y las series le ganan espectadores todos los días a las películas. En ese período Caetano –Bolivia, Un oso rojo, El otro hermano, Sandro de América, Tumberos, El marginal– construyó una larga e influyente carrera, con la misma sensibilidad de siempre, pero buscando otras aristas. El reciente estreno de Togo despliega muchas de sus obsesiones y propone nuevas miradas.

«Hubo un momento de la pandemia en la que todo era incertidumbre y a esta edad necesito pensar y hacer cine más que nunca. No le tenía miedo a otra cosa, pero empezar de cero con una fiambrería no me hacía gracia… Por eso me volví a Uruguay, que era el único país en Latinoamérica y uno de los pocos en el mundo donde dejaban filmar. Por primera vez se me ocurrió una película para hacer allá y le di para adelante. Vivía en un edificio en frente a la plaza donde filmamos. Todo surgió de manera natural. Mirando, escuchando, pensando. El fenómeno de los cuidacoches en Uruguay es importante y no sólo obedece a una pobreza extrema. Quería contar eso y hacer una película ‘feliz’, pero no boluda», señala Caetano abriendo las puertas a una idea que después retomará.

La nueva película del cineasta nacido en Montevideo ofrece una pintura urbana acaso con más matices que en otras oportunidades. Togo (Diego Alonso) es un cuidacoches de unos 60 años que vive en la calle. Fue boxeador y un grave problema en la pierna lo sacó de la actividad y le impide movilizarse con normalidad. Su trabajo exige constancia y las cuentas claras con el territorio. El avance de una organización narco abrirá la disputa por ese territorio y mucho más. En el transcurso de esa pulseada –que de alguna manera es también una pulseada entre el futuro y un pasado que resiste–, Togo conocerá a Mercedes (Catalina Arrillaga), una adolescente que abandonó su casa, con la cual compartirán pesares y pérdidas, siempre con pocas palabras. Togo funciona como una suerte de western montevideano, un retrato de la colisión de dos formas de ver el mundo. Pero también puede entenderse como un tratado sobre la soledad, la dificultad de los vínculos y la voluntad de rehacerlos.

«Estaba cansado de reflejar la cruda realidad, por decirlo de alguna manera. Como comunicador y cineasta busqué representar una instancia superadora de la realidad. Para cruel está el día a día. Tenía ganas de hacer una película ‘linda’, más esperanzadora, donde haya alguien que haga las cosas bien. Con un tipo que tiene dignidad desde el principio y la mantiene, en un espacio marcado por la pobreza y la miseria. Mostrar a tipos que aún en las circunstancias más duras se mantienen fieles a cierta humanidad. Tratan de estar mejor y ayudan, pero también defienden lo que consideran suyo. Me gustan los héroes y las heroínas. No manejo mucho el lenguaje inclusivo, pero siempre fui inclusivo en mis películas. Más allá de la condena signada por una sociedad cruel, mucha gente sostiene otros valores. Ya no hace falta mostrar todo lo feo de la sociedad en una película».

–En un momento, con la llegada del nuevo cine argentino, parecía necesario. Eran cosas que no se veían.

–Tal cual. Pero ahora ya está. Lo podés ver en YouTube. Me interesa ir por otro lado. Eso no significa hacer películas boludas. No me interesa contar que un ñato se angustió porque la grúa le llevó el auto (risas).

Algunas actitudes de Togo, el personaje, pueden recordar –salvando las distancias– al Walt Kowalski (Clint Eastwood) de Gran Torino. Ambos parecen abrazar una ética que se da de frente con un presente impiadoso. Pero insisten. Caetano concuerda, aunque agrega: «Togo no necesita ni busca la redención porque siempre fue fiel a sí mismo. Y, por sobre todo es un afrodescendiente en un país que –aunque muchos no lo crean– es racista y poco inclusivo. Por eso también quise hacer la primera película uruguaya protagonizada por un afrodescendiente, con un némesis que también lo es. Y quise incluir a una adolescente con problemas psicológicos porque también es una problemática muy grave en Uruguay. Quienes padecen trastornos en salud mental son abandonados. Hay muchísimos suicidios en Uruguay y eso también hay que animarse a verlo y pensarlo».

La mirada y la sensibilidad de Caetano siempre están atentas a los sectores más vulnerables. Por eso la aparición en primer plano de jóvenes fascistas lo preocupa de sobremanera: «Me da miedo. Hay como una validación del odio que a mí me preocupa mucho. Me crié políticamente y socialmente con otros valores, con la idea de buscar un mundo mejor, más solidario… Hoy se ve un nihilismo, un cinismo y un desprecio por el otro que asustan. No es joda. No sé de dónde viene. Me da más miedo –incluso– que eso se valide, se agite y se azuce desde grandes medios de comunicación. Creo que como especie humana estamos descolocadísimos». «

Togo
Dirección y guión: Adrián Caetano. Elenco: Diego Alonso, Catalina Arrillaga, Néstor Prieto, Luis Alberto Acosta, Sabrina Valiente. Disponible en Netflix.