Capitán fantástico es, desde el punto de vista cinematográfico, una película impecable. El tema es si hay algo que sólo puede ser analizado desde un punto de vista. Y ahí aparecen los problemas del film que cuenta la historia de Ben Cash (Viggo Mortensen) y su mujer, Leslie, que crearon un paraíso apartado de la civilización para su familia de seis hijos. Viven de la caza, la pesca, la huerta y la educación física e intelectual que imparte Ben a sus hijos en base a libros que rescataron de la civilización que abandonaron.

Todos los problemas surgen en poder mantener la historia sin caer en la ideología. Pero la película los resuelve apelando a la ideología, que como buen sistema de ideas, acostumbra funcionar sólo dentro del mismo sistema creado para sostener la idea. Nada nuevo, excepto la habilidad que muestra Ross para hacerlo.

 

Lo primero que oculta el film aunque luego lo revela es la clase social a la que pertenecen los protagonistas de esa vida idílica en medio de la naturaleza, una vuelta bastante certera de lo que hoy sería una especie de buen salvaje al estilo Rousseau (en defensa de Rousseau hay que decir que su figura del Buen Salvaje corresponde a un momento histórico que no había pasado por 200 años de capitalismo). 

Ben y su mujer pueden estar allí porque ella pertenece a una familia sumamente rica. Entre otras muchas cuestiones, el capitalismo ha permitido la ilusión de que el amor es más fuerte y puede vencer las barreras de cualquier y toda clase social. Aquí no se trata de una rica y un pobre, sino de una idea muy de los sesenta-setenta, cuando se creía que la revolución era una cuestión de ideas y entonces cualquiera de cualquier sector social podía convertirse en un revolucionario con sólo renunciar a sus privilegios burgueses y, por ejemplo, irse a vivir a la villa, con los obreros, o tomar las armas y refugiarse en un cerro para después avanzar hasta la toma total de un país. 

Todos ellos podían y pudieron hacerlo porque, en última instancia, tenían una salida de emergencia garantizada: a diferencia de los pobres a los que pretendían rescatar, que excepto sólo podrían hacerlo con la revolución triunfante. Se ha hablado mucho sobre el tema y no hace falta ser redundantes. Sólo refrescar que la famosa falta de conciencia suele ser sencillamente que se carece de Plan B: todo es más sencillo si el partido, la familia o la mujer ofrecen una salida ante la derrota.

Si bien él no es de la alta burguesía, es un neo hippie perteneciente a lo que muchos autores de ciencia y de ficción llama nueva burguesía: seres dotados de un extraordinario poder simbólico (cuya principal característica es su capacidad para permanecer invisible, o mejor, aparecer como un poder “natural”), que se ocupan de generar sentido y delinear las coordenadas por donde deben pasar las vidas para ser buenas o malas, felices o tristes, vitales o depresivas, y todas las demás nuevas dualidades.

Aquí el sueño revolucionario es más bien personal, por decirlo de alguna manera. Y como la idea de que no hay amor como el de una familia -en especial el de los padres- en la actualidad ha ganado un poder desconocido en otros tiempos humanos, entonces es posible el matrimonio en cuestión decida abandonar el sistema e irse al bosque a vivir una vida agreste con sus seis hijos y leer y recitar mucho a Noam Chomsky (tampoco nada contra Chomsky, acá, por supuesto: los apologéticos siempre son más temerarios que los que escriben la partitura).

Ross parece ser consciente de las réplicas a las que se puede exponer, entonces hace volver a la familia a civilización. Excepto Ben, para sus hijos hacen agua; la experiencia los expone a la vergüenza, sufren humillación y dolor, más allá de que se crucen con gente “común” de clase alta o baja. Entonces el film despliega su ideología en todo su esplendor, y a la manera de aquellas vanas historias contadas en sistemas que llevaron al colapso a millones guiadas por buenas intenciones, le ofrece una salida triunfante. 

No hay nada contra soñar y tratar de concretar el sueño. Hace a la condición humana. El tema es que todo sueño, para no caer en la trampa del idealismo, debe dirimir su aptitud en el campo de juego. Y el campo de juego de las relaciones humanas es el espacio social. En términos deportivos: nadie sale campeón jugando solo. Vivir en la endogamia puede engordar el ego y lamer por un rato las heridas, pero no garantiza ninguna existencia saludable. Así, lejos de proponérselo, el film funciona a la manera de las redes sociales en las que se termina entrando en contacto sólo con aquellos parecidos; cuanto más, mejor.

En Capitán Fantástico lo que se plantea como salida no es más que condena: nada fuera de lo social salvará a la especie, si eso es lo que busca; sólo en medio de ella podrá aspirarse a una vida mejor, a mejores formas de relaciones sociales. Porque es precisamente por ellas (y no como Buen Salvaje) que llegamos hasta donde llegamos. Un lugar que por supuesto incluye la posibilidad de la utopía.

Capitán Fantástico (Captain Fantastic. Estados Unidos, 2016) Guión y dirección: Matt Ross. Con: Viggo Mortensen, George MacKay, Samantha Isler, Annalise Basso, Nicholas Hamilton, Shree Crooks
118 minutos. Apta mayores de 13 años con reservas.

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