La helada negra es el segundo largometraje de Maximiliano Schonfeld (tiene sus proyecciones de lunes a domingo en el Gaumont y los viernes en el Malba). La idea nació cuando estaba rodando el primero, Germania, y no por una iluminada idea ni como epifanía, sino porque pudo -según relata- darle lugar (un lugar que le agradaba) a «imágenes sueltas que tenía sobre la relación de un episodio de hacía algunos años, de Bruno, un chico de nueve años que decía haber tenido contactos con Jesús y la Virgen».

Las imágenes sueltas se las habían generado los trabajadores golondrinas, tan comunes en localidades de las provincias argentinas, como Crespo, Entre Ríos. Porque a Schonfeld lo que le interesa –entre otras cosas, claro– es la relación del hombre con el trabajo en su dimensión más atávica: la de la transformación de la naturaleza para obtener un beneficio. «En ese sentido quería responderle un poco a Germania –dice–, sobre todo en lo que es la edición y el formato». Germania explora, según él mismo escribió, «la relación de la naturaleza y el hombre; cómo el ánimo de las personas que debían buscar una vida diferente repercutía en los animales de la granja». 

Entonces aquí, con unos juegos formales cautivantes, que incluso relajan y adormecen la tensión a la que por lo general se expone el ojo en el cine, se mete más «con eso que sucede cuando aparecen los trabajadores golondrinas, cómo se mezclan con intensidad pero al mismo tiempo no tanto compromiso, porque se van a ir». Es en esos juegos donde intenta transitar ese difuso límite entre intimidad y desapego que se genera entre los que vienen de afuera y los que están adentro, que la película consigue sus mejores momentos. Ahí Schonfeld indaga sobre lo inasible sin juicio ni prejuicio. Y esa honestidad habla de su respeto por lo que sucede en el terruño que lo vio nacer y criarse, pero del que, por la profesión que eligió, ya no participa. «Es una relación muy extraña la que se genera con los trabajadores que vienen. Tienen como más de una vida, y al mismo tiempo los que los reciben es como que con ellos tienen una vida por un rato, por un momento». De ahí, también, que la protagonista del film, una especie de santa, esté cargada de sensualidad: «sobre la relación entre sensualidad y fe, o religión, muchos filósofos han escrito», dice Schonfeld aclarando que no se quiere comparar; sólo es un lector atento.

Ese terreno casi filosófico de La helada negra parece que inquietó un poco en el estreno del film en el Festival de Berlín. «Era como si ése fuera un asunto de ellos –comenta su impresión–, como si una película del tercer mundo tuviese que hablar de conflicto social, pobreza, pero que no puede meterse en lugares más existenciales, si se quiere».  «

La helada negra se proyecta en el cine Gaumont de lunes a domingos a las 16:30 y 21:30 hs; y los viernes a las 20 en el Malba.