El Excéntrico de la 18 es producto de un hecho poético, y como tal, político. En 1986 su propuesta resultó de adelantados: sentó las bases de lo que vendría. En muchos sentidos fue un espacio teatral del siglo XXI cuando el XX estaba lejos de agotar sus sorpresas.
Hoy que cumple 30 años, el espacio pensado y creado por la actriz Cristina Banegas, los festeja con 30 puestas de distintas obras entre trabajos de alumnos, ex-alumnos, producciones propias, obras nacionales e internacionales, además de encuentros para la reflexión y shows de música.

–¿Cuál es tu evocación de aquella primera presentación de El Padre, que inauguró al Excéntrico como sala?

–No tengo un recuerdo específico de ese día. En este espacio ensayamos durante un año y medio, y cuando no pudimos hacer la obra en el San Martín (que era donde estaba prevista), (Alberto) Ure dijo: hagámoslo aquí. Esto era un estudio de teatro. Yo vivía aquí. Ahora todo es Excéntrico: mi dormitorio es el camarín, el de mi hija la oficina de arriba, el living es otro estudio y espacio teatral donde se hacen obras para 30 personas; está buenísimo. Pero en realidad el estreno fue en Córdoba. Ure, como buen director creativo de publicidad, tenía una idea muy clara de cómo lanzar algo. Villa Crespo en ese momento era muy lejos porque no había teatros más que en el casco de la calle Corrientes. Entonces estaba el Festival de Teatro de Córdoba, al que no nos habían invitado, pero Ure, que tenía contacto con la gente del Instituto Goethe de Córdoba, logró que hiciéramos tres funciones ahí. Me acuerdo que fuimos en tren, y cuando llegamos, en el andén, Ure dijo: el ensayo general empieza acá. Fue muy buena idea, porque al día siguiente Clarín y La Nación decían «Ure engalanó el Festival de Córdoba». Como lanzamiento fue perfecto. Volvimos y este lugar no tenía nombre. Ure se lo puso: El Excéntrico, porque estábamos fuera del centro, y la 18 porque era la circunscripción política: votábamos en la 18 (aunque hacía muy poquito). Le hicimos una carta a las asociaciones psicoanalíticas avisando que estábamos haciendo El Padre y tuvimos lista de espera. Era muy estremecedor lo que hacíamos. La calle Lerma, donde estamos, empieza en Estado de Israel y termina en Gurruchaga. Es corta. Y el lugar no tenía cartel. Durante más de 20 años no lo tuvo, y la gente iba viendo dónde era el teatro. Y llegaban acá y había 50 sillas y una actuación realmente muy violenta emocionalmente, muy extrañada en cuanto a lenguaje, intensa; un mundo sin hombres, de mujeres. Yo era el padre. Todas mujeres muy producidas y bellas, y con las bocas rojas, tacos aguja. Un mundo hiperfemenino. Era aterrador.

–Desde el nombre, la propuesta y cómo se dio el estreno de El Padre, ¿se puede decir que El Excéntrico de la 18 es un hecho poético?

–Absolutamente. Porque después vino Antígona, de Sófocles. Y después terminamos haciendo las dos obras en el San Martín. Antígona estuvo muy atravesada por el momento de los Carapintadas. Fue una Antígona con ropa de fajina militar, el mensajero venía con betún en la cara; la cooperativa se llamaba Comando Cultural Cartonero Báez, que era un pionero del movimiento cartonero que hubo de 2001 para acá. Y habíamos hecho toda la escenografía con bastidores de color natural con la idea de la caja blanca, que era fuera de lo habitual en el teatro, que por lo general es negro. María Demare (hija de Lucas) hizo toda la escenografía con objetos encontrados en la calle. Las dos obras fueron pioneras. La innovación también abarcó la solidaridad con los amigos. Liliana Herrero y Horacio González se habían mudado recientemente a Buenos Aires desde Rosario, y ella quería montar una pequeña oficina de producción. «Como necesitaba un fax, dijimos: hagamos un concierto en El Excéntrico y con lo recaudado te comprás un fax. Y así lo hicimos. Teníamos muy altos objetivos” (ríe).

–¿Cuál fue el objetivo inicial del espacio?

–Que fuera un estudio de teatro, porque yo estaba en una situación muy complicada para la subsistencia. Daba clases pero el 50% quedaba en el estudio de turno. Para mí dar clases siempre fue poder tener una actitud independiente en relación a los trabajos que tomaba. En ese sentido El Excéntrico no perdió el carácter doméstico, porque durante diez años yo viví acá. A las 9 de la mañana sonaba el teléfono y al lado de la cama yo: «hola» (pone voz de dormida), y era una señora queriendo reservar entradas para Antígona. «Atendido por sus dueños» (sonríe). Era difícil convivir.

–¿Hubo momentos complicados?

–Se vive muy a los saltos en Buenos Aires. Imaginate todo este espacio inundado con 30 centímetros de agua, y justo cuando acababa de poner el piso de parqué. Los tarados de los arquitectos habían hecho el declive del patio para adentro. Ese año había una foto en el diario con un hombre rana en Villa Crespo, un bote en Corrientes y Dorrego. O el tema de los vecinos, cuando todavía no estaba este cielo raso acústico, era como un megáfono. Y los ensayos con Ure eran muy tarde y eran muy salvajes. Encima, cuando me dieron la plata del crédito del Fondo Nacional de las Artes para hacer el techo acústico, había pasado la hiperinflación. Tranquilos, no estuvimos. Pero estos últimos años Valentina Fernández de Rosa gestiona el espacio (la cara se le empieza a iluminar), los subsidios, organizó este festival, hizo la curaduría de 30 espectáculos por 30 años y la súper fiesta que haremos el 12 de noviembre. También me importa mucho que hay una transmisión familiar: mi madre, que tiene 91, cantó unos tangos cuando hicimos la apertura del ciclo; Nelly Prince fue una pionera de la televisión argentina. Y tuvo que ver con este espacio porque ella y su segundo marido me donaron dinero para hacer refacciones. Así son las cosas.

–Y un momento teatral, ¿cuál sería?

–Todo el final de El Padre. Ure lo había recortado un poquito y era muy interesante: el padre, ya con un chaleco de fuerza, vencido por esa poderosísima mujer, decía: «los hombres no tenemos hijos, los hijos son de las mujeres; y como morimos sin hijos, el futuro es de ellas». Lo decía gritando como una loca. Y las mujeres salían muy angustiadas y los hombres muy deprimidos. «

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