Era la primavera de 1971 y en el Velódromo la temperatura rockera iba subiendo hasta que apareció ella, mezcla de princesa hippie de pelo largo y flequillo con una voz que podía ser bucólica o tormentosa, con la calma o la furia de la naturaleza. Era la presentación de la primera mujer del rock argentino, Gabriela.

«Canté lo mejor que pude. Pasó un tema, luego otro y otro. La gente aplaudía. Me gané el respeto de la audiencia. Yo era la primera mujer sobre un escenario multitudinario de rock en la Argentina y podría haber sido una hecatombe. Pero me aceptaron. Mi carrera había comenzado», escribió en su libro de memorias Las mil vidas de Gabriela (editorial Marea).

 Gabriela Parodi, la pionera del rock argentino, un título que le resbala, y un poco hasta la incomoda, aparece en todo su esplendor en su biografía. «No estuve activa muchos años, pero este libro de mis memorias reavivó todo», dice la cantante.

Ella, hija de un diplomático con una vida cosmopolita, que está siempre volviendo en su mente y en sus letras a esos días de niña en un campo de Rausch, en contacto con la naturaleza, se reveló como una voz femenina icónica en esos primeros años del movimiento del rock argentino y quedó de alguna manera atada a ese recuerdo que dejó su primer disco donde aparece libre y salvaje montada a caballo. Un debut con clásicos como «Es la lluvia y nada más», la primera canción que compuso en su vida, y «Voy a dejar esta casa papá», el manifiesto de una joven que se rebelaba ante la familia.

«Tenía como 25 años y no era tan jovencita, lo que pasa que las minas éramos más jóvenes de la cabeza, más inocentes o lo que sea. No es como ahora. Una piba de catorce se las sabe todas. En ese momento, era difícil crecer y separarte de tus padres, y descubrir quién eras, ser mujer y no querer ser madre de diez hijos y servir a un marido. Eran épocas muy diferentes. A ese nivel, peores que ahora. Pero por otro lado, eran otros tiempos de más espontaneidad. Era joven y fui a tocarle la puerta al manager de Almendra. Quizás hoy un manager famoso ni me abriría la puerta y ni me haría firmar un contrato como firmé. Así metías la pata. Firmabas cualquiera. Ahora te das cuenta con las regalías. Ahí decís ‘¿por qué firme esto?'», dice la cantora de 77 años, que no vive de la música, sino del campo que heredó de su madre y que comparte con sus hermanos.

Su primer simple que incluía el tema «Campesina del sol», tema que le compuso su pareja de aquel entonces Edelmiro Molinari (Almendra, Color Humano), anticipaba el aura magnética que se generó a su alrededor y que la persigue hasta el presente. La canción aparecería después en la película Hasta que se ponga el sol de 1973 y acrecentaría el mito Gabriela. Ella, bamboleándose etérea, con los ojos cerrados, el flequillo sobre la cara, el vestido largo hasta los pies, la brisa sobre la cara, mientras desparramaba esos versos que se volverían un himno de aquella primera generación que la pudo ver en el Festival BA Rock.

Un año después emigró a Estados Unidos con Edelmiro Molinari y su experiencia nómade transformó su vida en un hiato. En el 92, regresó a vivir a la Argentina junto al músico Pino Marrone. Fue un período extraño. En Buenos Aires la escena había cambiado. Cantaba en lugares pequeños como la Casona del Conde o Café Mozart, mientras en el extranjero sus discos compuestos junto a Bill Frisell, uno de los grandes guitarristas del siglo XX, le permitían girar por el mundo. La serie de esos tres discos extraordinarios, que pasaron desapercibidos en el medio local –Detrás del sol (1997), Viento rojo (1999), El viaje (2006)– recibían premios y elogios de la crítica. Sin embargo, estaba desconectada de la escena porteña.

«Esos discos fueron editados en el extranjero, menos en la Argentina. No tenía los medios para distribuirlo acá y seguí creciendo como música, que era lo más importante después de todo, porque si yo me ponía a pensar en todo lo que no estaba bien, no era una actitud positiva ¿entendés? Tenía que pensar que estaba creciendo mucho y haciendo, probablemente, la mejor música que hacía en mi vida junto a Frisell. Después tuve muchos problemas personales, me enfermé y las enfermedades te quitan energía, y para la música necesitás mucha energía, sobre todo, para cantar. Así que recién al salir el libro recibí tantas cosas lindas de los lectores que me dieron ganas de agarrar la guitarra y empezar a componer otra vez. En la paz de enero pienso sentarme, y ver que hay adentro mío», puntualiza.

–¿Cuál fue la última canción que escribiste?

–La última es «La furia» de mi disco El viaje. Es el primer tema que abre el álbum. Hay un proyecto que no lo puedo decir, no puedo dar nombres, pero la quieren poner en una película de una novela que me encanta.

–No hacés una canción desde el 2006.

–Estuve leyendo un montón. Soy muy fan de la literatura. Me encanta Horacio Quiroga que escribe sobre su lucha con la naturaleza todo el tiempo y es muy fuerte. Estuve leyendo y escribiendo mucho porque tengo otro libro de relatos y ensayos. Es lo que me gustaría hacer si la salud me lo permite. También quiero volver a componer y buscar canciones que no fueron grabadas y que me dan vueltas y vueltas. Tengo que buscar esas canciones en cassettes y sacarlas otra vez y adaptarlas a lo que soy hoy. Tengo planes. Me hizo muy bien el reconocimiento del libro. Me di cuenta que todavía estaba viva y que la gente me respondía. Que tenía ganas de escucharme y leerme. Me hizo sentir que vale la pena todo.

–¿Vas a tocar en vivo?

–Tocar en vivo por ahora no. No quiero lidiar con el afuera. No es algo que en este momento me llame. Por mi personalidad me gusta más el proceso íntimo de la grabación, donde estás con un ingeniero, uno o dos músicos, los auriculares puestos, cerrar los ojos y bajar las luces en el estudio. Hay algo del estudio que a mí me fascina. Lo de tocar en vivo no es para mi personalidad. Lo hice por supuesto, pero me causa bastante pánico escénico. Lo llego a superar, por supuesto, pero quiero empezar primero por volver a la música y conectarme con mi alma y ver que hay ahí adentro y enchufar la guitarra.

–Estuviste mucho tiempo inactiva, ¿qué pasó?

–Cuando volví a vivir en la Argentina en el 92 estaba tocando música desconocida para la gente de acá, porque mis últimos discos grabados para una sello alemán con Bill Frisell y compañía nadie los quiso distribuir acá. En ese momento tampoco existían las plataformas digitales. Entonces se hizo difícil. Como decirte, la gente quería de mí una persona que yo ya no era. Bueno, porque uno va cambiando y el lugar va cambiando. Es muy duro emigrar pero es muy duro volver también y volver a encontrar un lugar donde vos pensás que va a estar todo igual, que vas a ir ese café y resulta que ese café cerró. Te pasan cosas así. Mientras seguía viajando y trabajando afuera. Acá si quería hacer un recital me iba a tener que romper el lomo y hacer de manager y tener una banda que no es fácil. Me cansé de eso y la verdad que sí, me borré. Me quedé en casa. A mí me encanta escribir, tanto como la música, y me dediqué mucho a la escritura. Mi hija me venía preguntando por qué no escribía mis memorias. «Mamá, tu vida es una novela, escribí sobre tu vida», me dijo. Entonces pensé que estaba bueno contar mi vida, explicar mis comienzos. No me gusta la palabra ninguneo porque no fue exactamente así, pero si quería explicar la desconexión que tuve con la Argentina cuando volví.

–En la tapa del libro se te ve como una beatnik con una guitarra al hombro en una playa desierta.

–Esa foto para mi quedó como un retrato de lo que soy yo. Es de hace diez años.

–¿Qué ves de esa Gabriela en la foto?

–Veo en mis ojos como una sensación de puedo, quiero y lo voy a hacer, como una determinación muy fuerte. Era lo que quería proyectar en el libro. Léanlo, porque vale la pena, sigo viva, y estoy aclarando muchas cosas de la música argentina.

–¿Qué es lo que necesitabas aclarar?

–Necesitaba aclarar todo eso cuando te dicen, fuiste la primera o no fuiste la primera cantante de rock nacional. Todo eso a mí me tiene podrida. Además, no soy San Martín. No crucé los Andes. Era simplemente una piba que se subió a un escenario a cantar. Y hacen de esto algo enorme. Sí fui la primera que la gente conoció. Obviamente hubo un montón de minas antes que yo, pero fui la primera que estuve en los escenarios de BA. Rock, estuve en el Acusticazo en todos los festivales grandes, y no había otra mina. ¿Viste esta gente que te tira para abajo? Fue satisfactorio para mí hablar de ese primer tiempo, poder aclarar las cosas y decir: «no, loco, no había otra mina». La única que vino después de mí no fue María Rosa Yorio, como creen todos, sino Carola Cutaia. Yo me estaba yendo del país, pero Carola empezaba a tocar. Ella fue la segunda, viste. Entonces te dicen, Cristina Plate. Ella grabó un simple en Mandioca, pero después desapareció. Y yo fui la primera que compuse temas y saqué un disco compuesto por mis temas. Por eso, la nombro a Carola, porque ella hizo lo mismo. Hay una cantidad de cosas que ahí quedan aclaradas que a mí me hizo respirar mejor para que no me pregunten más esta pavada, porque la palabra pionera me resulta fuerte, es para héroes. Simplemente fui una inconsciente que se atrevió a cantar en BA.Rock. Y eso es todo. Eso es todo.

–Con el tiempo te volviste un mito, pero tampoco querías ser una estrella de rock.

–Necesitas ser música, no estrella. Me encanta, por ejemplo, poder caminar o sentarme en un bar y que no me conozca nadie. O sea que, no, no, no. Nunca me interesó ser una estrella de rock. Lo tenía claro desde que empecé. «




Una vida intensa, retratada en canciones

De su primer a su último disco –Gabriela, Ubale, Friendship, Altas planicies, Detrás del sol, Viento rojo y El viaje– hay un arco cancionero que revela las diferentes etapas musicales que atravesaron a Gabriela y definieron una poética iridiscente. De su álbum debut consagratorio, grabado en 1972 y reeditado por Sony, tiene un recuerdo fresco. «Era expresarse con furia, sobre todo para los que vivimos en la Argentina en aquel momento que no era nada fácil. No era la dictadura de Videla, pero había un odio contra los músicos y un clima de oscuridad y mucho miedo. Lo quiero mucho a ese primer disco y está hecho de la misma manera que están hechos mis otros discos, con lindas letras. Hay muchas chicas jóvenes que están haciendo covers de ese disco. Sobre todo de ‘Es la lluvia y nada más’, y ‘Voy a dejar esta casa papá’. Eso me hace pensar que no quedó como un disco antiguo. Está ahí, vivo todavía», reflexiona Gabriela.

Sus últimos álbumes, sin embargo, todavía no se editaron en la Argentina pero se pueden escuchar en las plataformas digitales. El viaje, su último trabajo junto a Bill Frisell, es una joya para redescubrir, donde se reconoce su madurez creativa y una música ritual donde se funden los sonidos de los pantanos del Mississippi con el pulso chamánico de la baguala. «Es un disco donde fui muy adentro mío. Para mí era como el viaje de la vida. Hay como una Gabriela que se despertó y no está más flotando entre las nubes, sino que bajó a la tierra y entendió otra cantidad de cosas. Es un disco mío poco conocido, a diferencia de Viento rojo, que a la gente le encanta porque tiene cuerdas. Pero El viaje es más minimalista y con letras que te hablan de la vida de una manera más cruda. Hay unas ganas de ayudar con este disco a quien lo escucha y se pueda sentir reflejado con las canciones. No es mío el disco. Es como de fuerzas externas que ni supe que estaban ahí».