La leyenda cuenta que tras un concierto de Mach 4 un jovencísimo Luis Alberto Spinetta se acercó a felicitar a los integrantes del grupo, y a darles un consejo: “muchachos, canten en castellano”. Tras el estallido beatle, Ricardo Soulé y Juan Carlos “Yodi” Godoy habían fundado la banda en 1967, sumando a Willy Quiroga y Rubén Basoalto poco después. Componían en inglés y hacían covers de los Beatles, Rolling Stones o del Spencer Davies Group. En ese momento, dice Soulé recordando la anécdota con Luis Alberto, nacía Vox Dei: “A nosotros nos convenció cara a cara de cantar en castellano, pero, a través de su música y su poesía, nos convenció a todos de que teníamos todo un idioma para comunicarnos con el público y que era una picardía perderlo por seguir una moda”.

El cambio sería vertiginoso: de Mach 4 a Vox Dei, del inglés al castellano, del cancelar una presentación en el club Juventud Unida de Bernal por falta de público a ser uno de los grupos señeros de la incipiente escena nacional junto con Los Gatos, Almendra y Manal. En junio de 1970 la banda formada en Quilmes lanza su placa debut, Caliente: un álbum rockero no exento de sentimentalidad en el que destaca la primera versión de un clásico, Presente (El momento en que estás). La recepción de las canciones es positiva, pero diversos problemas legales del sello Mandioca retrasaron su salida y luego obligaron a retirarlo de las bateas. Con todo, el hito estaba por llegar.

A mediados de 1970 el grupo ingresa en los estudios TNT para registrar uno de los discos fundacionales del rock argentino: La Biblia. Sí, “fundacional”, porque de él emana hasta el día de hoy un sentido, una dirección y una veracidad que impregnó de creatividad y abundancia la historia de la música popular argentina. No hay más que acercarse a la memorable versión de “Génesis” que hizo Soda Stereo en su unplugged para comprobarlo. O a la impronta de tantos otros grupos que sacaron de Vox Dei un impulso clave para llevar a cabo sus proyectos más allá de cualquier convención mercadotécnica.

La Biblia fue la primera obra conceptual del rock nativo, y sin duda una de las más logradas como totalidad discursiva. El disco apareció en formato doble bajo el sello Disc Jockey, comprendiendo ocho títulos: «Génesis», Moisés», «Las Guerras», «Profecías», «Libros Sapienciales», «Cristo: Nacimiento», «Cristo: Muerte y Resurrección» y «Apocalipsis».

Apenas observado, el contexto en el cual Vox Dei graba el disco irradia una fascinación alucinante: la autodenominada “Revolución Argentina” de Onganía termina su andadura el 8 de junio, tras el secuestro y ejecución de Aramburu por Montoneros, mientras en el orbe musical el sello Mandioca revoluciona la escena y poco después se declara en quiebra, y se realiza el primer B.A. Rock mientras Miguel Abuelo, Moris, Almendra, Manal, Tanguito, Los Gatos, Pedro y Pablo, Alma y Vida, Pappo’s Blues, Arco Iris, La Pesada del Rock and Roll, La Cofradía de la Flor Solar  y La Barra de Chocolate presentan sus primeros simples y long plays.

Apenas conocida la propuesta bíblica de Vox Dei, las autoridades eclesiásticas quisieron saber de qué trataba el disco, y se llevaron una sorpresa. Cayeron rendidos ante el talento de cuatro jóvenes que supieron encontrar el tono adecuado a cada pasaje del antiguo y el nuevo testamento abordado, ejerciendo, con ello, una reinterpretación magistral de las fuentes. De la tensión progresiva de “Génesis”, a la rusticidad de “Las Guerras”, el lirismo folk de “Libros Sapienciales” o el acento sinfónico de “Cristo, Nacimiento, Muerte y Resurrección”, cada tema, cada fragmento, se erige en una fenomenal extensión sonora de la figura teológica que la inspira: una extrapolación poética y musical tan compleja cuanto superlativa en su factura, teniendo en cuenta que hablamos nada menos que de las Escrituras sobre las que pesa la cultura de Occidente.

Concluida la etapa de grabación el 3 de enero, sería hace justo medio siglo, el 15 de marzo de 1971, el día elegido para que Vox Dei diera a conocer una obra única, que consagraría al grupo y lo haría trascender no solo por la magnitud del desafío que supuso unir rock y espiritualidad, sino por haberle puesto el cuerpo, y la voz, a un mensaje tan asumido por el sentido común cuanto desconocido e ignorado en su profundidad poética. El tono de los temas sigue asombrando por la sencillez, por el amor con que están expresadas composiciones difíciles, cambiantes, transitadas por el blues, el rock, el folk y la liturgia. Volver a La Biblia, hoy, cuando la creación pareciera difuminarse en las fronteras de un ego intrascendente y atomizado por anecdótico, nos lleva a recordar que las posibilidades del arte crítico son infinitas y, sobre todo, que sobre nuestro suelo se fraguó una de las obras conceptuales más logradas y carismáticas del rock mundial.