Hablar de Los Soprano es palabra mayor. Si bien no coontó con el aparato que trajo el streaming, sin dudas marcó un hito en la forma de narrar historias en la pantalla chica y planteó una pregunta más que maravillosa: si el cine puede retratar a un magnífico antihéroe en dos horas, ¿qué se podrá hacer en la TV con 86 episodios?

Estética cinematográfica para todo lo que nunca se pudo ver en la tele hasta ese momento; violencia a tope y escenas de sexo explicito; y sí, todo sucede más lento, con otros tiempos, pero tambien con la profundidad que requiere tanto la historia como cada uno de sus personajes. En la serie creada por David Chase y que HBO emitió desde 1999 hasta 2007, el célebre personaje de Tony Soprano (encarnado por James Gandolfini), es un mafioso que, entre otras cosas, es capaz de animarse a una terapia de psicoanálisis por sus ataques de pánico. Es verlo tan humano que hasta se desear que se salga con la suya. El antihéroe con quien el público no puede evitar empatizar tuvo su grado cero en ese papel. Después de Breaking Bad parece una obviedad, pero de alguna serie salió esta idea y fue de Los Soprano.

Sin embargo, el esperado final emitido el 10 de junio de 2007 pudo haber empañado, para algunos y hasta cierto punto, todo lo que hasta entonces se había logrado. Una escena del clan Soprano comiendo en un restaurante, Tony escrutando con recelo el lugar, un sospechoso merodeando, y la familia transcurriendo otra escena cotidiana. De repente, la pantalla fundió a negro. Muchos televidentes, y con razón, pensaron que se trataba de una falla de sus televisores. Pero no, ese era el cierre que Chase creó, para que -según dijo alguna vez- cada espectador eligiera su propia aventura.

Las críticas arreciaron: ¿qué pasó con Tony? ¿Lo mataron? ¿O simplemente ahí se acabó la historia? Con la lógica que impone la industria, el mismo creador fue quien salió a aclarar el años pasado, poco antes del estreno de Los santos de la mafia (The Many Saints of Newark), el filme que funcionó como precuela de la serie, que efectivamente, él había imaginado esa escena para dar a entender que la vida del protagonista -siempre al límite- había llegado a su fin.

Más allá de eso, Los Soprano funcionó como un termómetro del humor social de aquella época, ya que sucedió en tiempo real y de forma lineal. En la trama se aborda tanto el 9/11 como el affaire Lewinsky-Clinton, y también se reflejan situaciones de homofobia dentro del mundo del crimen, el machismo, la intolerancia y hasta el mismo Tony es racista en reiteradas ocasiones. La sociedad norteamericana se ve perfectamente deconstruida capa por capa en esta producción. Se ve reflejado lo moralmente adecuado versus la hipocresía a través de la vida que lleva Tony, quien es infiel, adicto al juego, violento e intolerante. Es decir, un pecador en todo el sentido de la palabra.

El nivel con que los protagonistas manejan los dilemas que tienen que superar es más fácil de reconocerse hoy en series como Breaking Bad, Mad Men o The Wire. Sin Tony Soprano no existirían Walter White, Don Draper, Jimmy McNulty ni, en el mundo animado, Bojack Horseman o Rick Sanchez.

En esta época salió el famoso slogan “No es Cine, es HBO”. Además de ser trascendente, Los Soprano es buena. Y el final, lejos de ser malo, es controversial. Una serie que se pude ver en el 2000 y en los tiempos que corren, y que, ante todo, seguirá siendo actual y tratando temas que todavía hoy discutimos.