La película empieza mostrando el enojo -enorme enojo- de Lee Chandler (Casey Affleck, candidato al Oscar) por algo que aún no se sabe. Para el desarrollo será importante, pero en ese momento no: Kenneth Lonergan -que vuelve a escribir y dirigir luego de cinco años y sólo lleva tres films en quince- entiende que hoy el enojo empatiza a cualquiera; todos estamos lo suficientemente enojados con algo como para entender el tremendo enojo de Chandler.

 

Chandler es plomero en la ciudad del título, que queda junto al mar. Es oriundo de Boston, ciudad a la que debe volver por la muerte de su hermano Joe (Kyle Chandler), una muerte que no por esperable hace años -aunque no estaba en convalecencia- duele menos. Lee/ Casey quiere que todo sea rápido en Boston, que volver rápido a Manchester, pero sobre todo a su enojo: le permite funcionar equilibradamente, ganarse la vida con dignidad, más allá de alguna que otra vez que se le salta la térmica. El enojo le permitió ordenar su vida de tal manera de no deberle nada a nadie. Pero esa falta de dependencia es también su condena. De alguna manera es un sobreviviente, no poder morir después de un gran dolor hace a cualquiera un sobreviviente.

El hermano de Lee/ Casey se muere con trampa, por decirlo de alguna manera sin revelar parte de la historia que llega más adelante. Una de las bellas trampas que hacen a veces los hermanos por eso de querernos mucho, no de las frustrantes que hacen preguntarse para qué intentar seguir cerca. Y el film empieza a hablar del origen del enojo de Lee/ Casey. Un origen relacionado más con el común de la gente que con la excepción, de cosas que se hacen más porque la vida no es tan buena como creimos o alguien nos hizo creer que era, antes que por desgracias más cercanas a lo fortuito y la idea de destino.

Con delicadeza de cirujano (o como quien dibuja un mantra), Lonergan consigue llevar al espectador a recorrer ese dolor. Territorio difícil si los hay, sin embargo el dolor es la principal fuente de empatía humana, la posibilidad de hacer pie sobre la similitud antes que trastabillar sobre la diferencia. En esa posibilidad el film sensibiliza al punto de hacer sentir cierto dolor: no es un entendimiento del dolor, sino una conexión con alguno propio que se escondió lo mejor posible; ese dolor que evita la explicación e invita a la compañía silenciosa.

En esos momentos la película es sublime, en su sentido artístico y terapéutico. Luego retoma los carriles de la vida cotidiana, por lo general prosaicos y sin mayor sentido. Así Lonergan permite hacer entender que el dolor -como la felicidad- es la excepción, y que quizás sea la excepción lo que hace llamar vida a la vida, y no lo diaro, incluido el enojo.

Una película que sin proponérselo, por solo contar una vida como tantas en la que la tontería llevó a un castigo extremo, permite preguntarse sobre el sino trágico de lo humano. Y preguntarse también hasta cuándo será necesario preservarlo.

Manchester junto al mar (Manchester by the Sea, Estados Unidos/2016). Guión y dirección: Kenneth Lonergan. Con: Casey Affleck, Michelle Williams, Kyle Chandler, Lucas Hedges, Matthew Broderick y Gretchen Mol. Duración: 137 minutos.