Pocas personas pueden reconocer y agradecer cada día haber estado en varios lugares justos en momentos justos. Puede pasar una vez o con mucho viento a favor dos, tres veces en la vida, pero a David Lebón le pasó varias. Es una de las figuras a través de las cuales se puede contar gran parte de la historia del rock argentino: tocó con Billy Bond, Pappo’s Blues, Pescado Rabioso, Serú Girán, y lo hizo como solista con distintas formaciones.
Sentado, sonriendo en la terraza de la compañía discográfica Sony, con la que acaba de editar Encuentro supremo, su último disco después de siete años, Lebón no oculta su ser pleno. Está contento y lo repite varias veces durante la charla al hablar de su música, su camino recorrido, sus cinco hijos y sus siete nietos. No tiene cassette ni es reticente a responder. Solo un secreto mantuvo en la vida, dice, y es sobre las técnicas en las cuales lo instruyó su maestro indio Prem Rawat para ejercitar el estado de paz interior.

Este año Lebón se reencontró con su público en cuatro conciertos en La Trastienda donde, a sala llena, presentó sus nuevas canciones. Como cada “vivo” sufrió antes de salir y durante la mitad del primer tema los nervios de principiante que, por suerte, nunca lo dejaron por más escenarios que lleva recorridos. “Si esos primeros momentos no me salen bien, la cagué para el resto del concierto”, dice riendo. “Pero la gente te arenga y te hace olvidar de todo. Si yo me entrego a lo que pasa dentro de mí, sale todo bien, si no la cago”, agrega.

“Es hermoso el encuentro con la gente, es tener amigos por todos lados”, reconoce Lebón y se detiene en la cuestión. Ese vínculo íntimo que se construye con seres que no conoce pero que a él lo sienten parte de su familia, que lo recibieron en su casa días y días a través de su música, todavía le sorprende y lo alimenta. “Te paran el auto en la mitad de la calle y con el celular te dicen: estoy con mi mujer decile ‘hola’. Y todos tocando bocina. Son cosas muy graciosas y cuando iba a la escuela lo que menos me imaginaba era que me iban a pasar a mí. Todo lo que me pasa y lo que me pasó, que es muchísimo, es para varios tomos de libros. Esto es mucho más realidad que sueño. Es una realidad concreta. Mucha gente ha soñado tener lo que yo tuve”, dice de un tirón.

–Es una familia ampliada por cada lado que vas ¿no?

–Y está bueno porque mis viejos murieron jovencitos. Mi viejo murió a los 42 años y yo tenía ocho, pero tengo unos recuerdos increíbles. No me olvido nunca en mi vida correr una cortina y ver cómo se besaban mis viejos y yo enamorado porque odiaba que se pelearan, me ponía histérico.

–Compartiste pocos años con tu viejo pero fue una relación que te marcó mucho.

–Sí, gracias a él nunca más en mi vida toqué algo que no fuera mío. A mí me encantaban las pastillas Refresco y mi viejo que fumaba era muy charlatán y un día estaba hablando con el kiosquero y yo a su lado, tendría unos siete años y no se por qué agarré un paquete de pastillas. Cuando íbamos caminando las tiré y un señor me dijo: “Nene, se te cayó algo”. Mi viejo me miró y me dijo: “¿Eso es tuyo?” Era muy alto y nunca me pegó pero me clavó una mirada como diciendo: “Chorro no, con los amigos, con la gente del barrio no”. Y nunca más agarré nada sin permiso. A mi señora le digo: “¿Puedo agarrar esto de la heladera?”.

–¿Qué otro vínculo te impactó en lo que sos hoy como persona?

–El maestro Prem Rawat. Un ser increíble. Yo hace años que tengo conocimiento de él y, obviamente, me ayudó mucho a ser muy feliz.

–¿En qué te modificó sustancialmente?

–Adentro. Afuera sigo siendo el mismo boludo de siempre. Esto no sirve para la relación con tu pareja, no te va a curar un cáncer, es para el alma. Cerrar los ojos, mirar para adentro y sentir que estás vivo. No hay mejor paz en el mundo que estar una hora sentado con los ojos cerrados en silencio, escuchándote a vos, el motor de tu vida. Yo digo que hay que ser como una flor de loto que vive en el pantano, come de la porquería, sus raíces comen de lo podrido y, sin embargo, es una flor bellísima. Creo que los seres humanos somos seres bellos pero que a veces no nos permitimos o no nos permiten expresar todo lo que sentimos adentro.

–¿El arte también te modificó?

–Sí, uno necesita mirar una buena película, leer un libro. Y la persona que está creando una obra también tiene que sentir eso que hace, si no es como un mono con cuchillo. Puede ser que corte bien o te dé el cuchillo en la cabeza, no se sabe. Hay muchos tipos en el mundo que dejan cosas increíbles. Mirá Bob Dylan. Yo creo que viví muy bien en un mundo que está muy mal porque supe cómo hacerlo, dónde estar y dónde no. A veces tuve que estar en lugares donde no debía pero el tema es no perder el eje. Muchas veces lo perdí. Estaba tan contento que me puse a bailar y cuando todos se iban a la derecha yo me iba para la izquierda. Pero, aunque no soy religioso, creo en el creador. No lo conozco personalmente, vive adentro de cada uno una partecita de él y por eso siempre que amás sentís acá, si duele es acá (se señala el pecho y el corazón). Son como dos lobos, la cabeza y el corazón, y están peleando por uno.

–¿Y cuál te domina más?

–Te va a dominar más el que alimentes más. Yo con la meditación alimento al más tranquilo. Al otro le di cocaína, alcohol, cigarrillos, noche, fiestas, todo. Y al otro día me levantaba y no sentía nada lindo. Era la habitación sucia, era rock, pero después eso no era rock. Rock era otra cosa que nada que ver.

–¿Te seguís definiendo como un roquero?

–¡Sí!, obvio. Y si no el mejor, casi.

–¿Quiénes te dan pelea?

–Y, estaría Ricardo Mollo (dice riendo). Yo lo admiro, me encanta como toca la viola y cómo es él.

Con el disco sobre la mesa, Lebón insiste en el disfrute y en la esencia que no se pierde. «Me encanta como quedó, la música y las letras. Porque sigo hablando de lo mismo, del amor, de la búsqueda, de no sufrir, de tratar de tener paciencia. Yo ahora a la paciencia le estoy dando a lo loco», reconoce. ¿Impaciente? «Re impaciente», asume el hombre que, si lo citan a las 11, llega menos diez y se pone nervioso ante cualquier retraso. «Pero no me enojo», aclara, reconociendo su ansiedad y agrega: «En varias cosas soy como un chico. Mis hijos me dicen que soy como Peter Pan».

–Después de tanto tiempo transcurrido y con dos personalidades tan marcadas, ¿cuáles son los cimientos del vínculo con Charly?

–Yo lo conozco muy bien al flaco. Él me ama mucho a mí y yo a él. Tuvimos un sueño que lo hicimos posible La palabra «entrepreneur» me encanta porque fue eso: «Vamos a la luna». «Bueno vamos, yo pongo la nave, yo pongo la mosca, yo manejo» y así fue. Charly andaba buscando una banda que no era La máquina de hacer pájaros y yo tampoco estaba muy conforme con lo que estaba haciendo. Entonces vino un día y me dijo: «Vos sos el violero para la banda que quiero hacer». Y nos fuimos a Buzios de un día para el otro y estuvimos un año componiendo, nadando, haciendo boludeces e hicimos el primer disco que fue fantástico. Nos costó al principio arrancar porque éramos cuatro solistas. Todos los días agradezco porque al entregarme de chiquitito para ver qué pasaba, todo sucedió solo. Es como si yo lo hubiera programado de la mejor manera y no hice nada. En la época que tomaba alcohol y merca pensaba que iba a terminar internado. Igual yo tenía una gran resistencia porque toda mi familia es de Rusia. No es una excusa, es verdad. Tomaban vodka toda la vida y me daban a mí en las encías. Y mi abuela en invierno me bañaba en alcohol de quemar para que no tenga frío. ¿Cómo no voy a ser alcohólico? Fue complicado dejar pero lo dejé porque me gustaba más esto.

–¿Te costó tomar la decisión?

–Siempre me hice el boludo mientras Dios me estaba llamando en la espalda. Yo silbaba porque sabía que si no iba a tener que dejar de hacer un montón de cosas y de divertirme. Pongo a Dios como una situación. Si querés trabajar en tal lugar, tenés que comportarte de tal manera como para poder quedarte. Yo hice discos muy hermosos drogado, pero después tal vez no los podía tocar porque no me podia parar. Esa es la cagada.

–¿Y cuál fue tu cable a tierra?

–El dolor. Fue el dolor lo que me hizo dar cuenta de que no era invencible y que si no tenía paz no me servía nada de lo que tenía. Y mis hijos, con los que mirábamos Los tres chiflados, viajábamos y nos divertimos mucho.«

Spinetta, ese hermano mayor

Cuando murió Luis Alberto Spinetta, Lebón descubrió que algo de eso que se dice y mucho no se entiende tenía sentido. Esa idea de «tener en el corazón» a alguien. Algo tan metafísico como palpable, aunque suene extraño. «Yo lo siento muy profundamente vivo en mí. Ahora entiendo lo que es sentir que llevás a alguien adentro en el corazón. En mi corazón hay lugar para muchos pero solo entran los que tienen la tarjeta vip y Luis es el primero en tenerla.

–¿Cómo se la ganó?


–Cuando me explicó lo que era una perla del alba, por ejemplo. Estábamos en Pinamar una madrugada después de haber fumado unos fasitos y miró un pino y me mostró una gotita de rocío y me dijo que era una perla del alba. Y yo decía «Dios mío este tipo… yo miro tetas y culos…» Siempre quería ser como él. Fue quien me abrió las puertas para componer. «Mañana y pasado» es mi primera canción y él la escuchó, lloró y me dijo: «Qué bella». Tenía un corazón divino, mi hermano grande, como Pappo, mi otro hermano mayor.

Parado en el medio de la vida

Y se siente muy muy bien, como cantaba Serú Girán. Así está Lebón, tras cuatro Trasdienda llenas y el gran recibimiento que tuvo entre el público y en Sony, la compañía con la que firmó contrato, su disco Encuentro supremo, el primero en siete años. «Es como cuando tenía 20, 30 años. Toda esta cosa de hacer notas, la verdad es que no pensaba que a los 64 años me iba a volver a pasar y estoy recontento. En un punto estoy entregado completamente. Estoy feliz con mis hijos, con mis nietos, todo está bien, no me acosté con la señora de Silvestre…

– ¿Cómo nace Encuentro Supremo?
– Esta vez yo sentí que estaba en un tren con la visera baja, soñando un poquito los temas y de repente subió un tipo alto y me dijo: “che, ¿te gustaría grabar?” Sin ninguna intención de nada. Yo no lo estaba esperando, de hecho el disco lo pagué yo y después arreglé con la compañía. 

– Y tenés una banda buenísima.

– Sí, es espectacular. Yo nunca les digo a los músicos que es lo que tienen que hacer, les muestro la canción y ya. Si vas a trabajar y vos sos chapista y yo pintor yo no me voy a meter en la chapa. Podemos charlar pero cada uno sabe lo suyo. En el disco se escuchan todos los instrumentos, cada uno le pone su toque personal.