Este jueves, en el marco de la Semana Internacional de Lucha contra la Trata de personas, se estrena una película que nació y consiguió su financiación para ser una diferente; dos mujeres que se encuentran luego de que una de ellas se desencuentra con otra; y un público que reacciona con acciones sobre su propia vida a partir de verla, son parte de la historia de Nuestra venganza es ser felices, el film ensayo documental de Malena Villarino, que como el agua del delta en el que vive, fluye según una lógica que el sapiens no maneja, incluso cuando tiene la fantasía de poder entender.

“Yo quería hacer una película sobre la trata de personas, así de grande”, ríe Villarino sobre su film que cuenta con el protagónico exclusivo de Sonia Sánchez, sobreviviente de trata y explotación sexual. Habla desde un teléfono de la ciudad Capital de la Argentina, adonde se allegó desde su casa en el Delta porque “cuando el río baja, no se puede salir”. Y el río está por bajar. O sea que ni siquiera tiene la posibilidad de salir en canoa hasta “el canal por donde pasa la lancha colectiva”, que es la que toma su hija para ir a la escuela. Su hija de 14, que se levanta a las 5:30 de la mañana para ir a su escuela pública. La otra tiene 10, y también va temprano estudiar: la libertad y sus beneficios tiene sus costos.

Bastante sobre eso sabe y habla Sonia Sánchez, activista feminista contra la prostitución y la trata, la protagonista exclusiva de Nuestra venganza es ser felices, en la que en principio sólo tendría un papel secundario. “Me iba a focalizar sobre la historia de la prostitución y la explotación sexual en la Argentina a partir del juicio histórico de Alika Kinan, que después de la Ley de trata por la que se cierran los prostíbulos de Tierra del Fuego, le hace un juicio al Estado y a sus ex proxenetas: es la primera vez que se sienta precedente de que una mujer logra poner al Estado como culpable. Y lo gana en 2016. El tema es que, en el medio y con el capitalismo, que nunca deja de operar (por decir de alguna manera) Ivanka Trump le termina dando un premio por la lucha contra la explotación en Washington, y ahí ella nos empieza a cortar el rostro y todo se empezó a disolver.”

Antes de que su ambición se viera frustrada, tampoco le había resultado fácil convocar a Sonia. “Al principió me ninguneó: ella está muy acostumbrada a que la persigan universitarios para hacerle notas, para hacer trabajito práctico, y yo venía de la isla, quedábamos en que nos íbamos a entrevistar y después me cancelaba. Y yo, ¿viste?, cuatro medios de transporte para venir acá. Hasta que un día la mandé a la mierda: ‘Escuchame, soy una laburante también, no soy una pibita que se quiere sacar una foto con vos para subirla a las redes’. Entonces ahí, cuando me pudo ver a mí como una laburante, creo que conectamos y nos dimos cuenta de estos puntos que tenemos en común: somos muy desobedientes las dos, nos encanta intervenir el espacio público artísticamente, vamos contra todo, digamos. Y esta lucidez que ella tiene, trato de desarrollarla y defenderla en mi vida personal.”

Un proceso creativo inusual

A quien dude de estos parecidos que marca entre ambas, al punto de cierta mimetización, sólo le bastará ver el film para despejarlas. “Iba a la casa de ella. Empecé como a entrar en su mundo de verdad, no era una entrevista y nada más. Ella empezó a abrir las puertas de su vida, de su casa y de su ser. Quería que fuera parte del armado del guión y de la película, y le planteé las líneas de trabajo.” Entre varias, dos fundamentales: la performance de las sombras (“ella me dijo: me encanta pero eso lo interpreto yo”); la otra fue “cómo romper el ‘cassetito’: muchas de las cosas que dice en la película ya las habías dicho en entrevistas anteriores, entonces mi preocupación era que todo eso, que lo entiendo y lo respeto porque es información que necesita pasar para seguir adelante, no quedara forzado. Por eso intentamos distintas técnicas”. Entre las más lindas, la que resulta del acompañamiento en chelo de la misma Villarino. “Le tiraba un par de ideas y la acompañaba, aunque era mutuo: cuando veía que iba por un lado, yo la acompañaba con la música, o a veces empezaba yo musicalmente a generar una tensión, para que ella a nivel sombra respondiera de tal o cual manera. Fue increíble el laburo con Sonia, muy diferente a lo que estaba acostumbrada. Ella te interpela todo el tiempo.”

Sonia Sánchez consiguió escapar de la trata y transformar su vida desde la militancia feminista y el arte.
Foto: Prensa

Y Villarino supo llevar aquello a la pantalla, convertir los movimientos, palabras y melodías interpretativas de Sonia en una profunda interpelación al público. “Una de las enseñanzas que más rescato es el borramiento de la frontera entre la puta y la no puta. Eso que está en su libro Ninguna mujer nace para puta -que me partió la cabeza- es que ante los ojos del patriarcado todas somos putas, de una forma u otra. Otra cosa fue en mi vida personal. Yo empecé a filmar con ella, de repente nos íbamos a Entre Ríos, volvía y la pareja que tenía me parecía un horror (ríe). ¿Cómo hago para seguir con este tipo después de filmar a esta mina? Fueron cosas que me fueron calando muy en lo personal, y me siguen calando. Hay cosas que me pasan y digo: ‘si Sonia viese esto’…”

Esa especie de espíritu chamánico que le atribuye en su vida personal también está en la pantalla. “Tiene tanta lucidez, y esa inyección de energía que te hace decir: bueno, si esta persona pudo rearmarse, yo también. Hay cosas que fueron conmovedoras al extremo: después de pasar la película, chicas que tenían su página OnlyFans las han cerrado. Con eso, ya me doy por hecha, esto sirve, es efectivo. Y por eso cada función es con debate posterior: es un monstruo muy grande, pero hay una piba que dejó de estar ahí”.


Nuestra venganza es ser felices

Una película de Malena Villarino. Con Sonia Sánchez. Estreno jueves 27 de julio a las 20.10 en  Cine Gaumont, Av. Rivadavia 1635.