En un episodio de la película “El Decamerón” (Pasolini, 1970), un muchacho llega a un convento de religiosas en busca de trabajo y comida. Las monjas aparentemente compasivas lo contratan como jardinero. Sin embargo, la actitud de las hermanas esconde otra intención: aprovecharse de que el muchacho es mudo para gozar secretamente de sus encantos eróticos. El pacto silencioso implica que el efebo debe copular con las monjas por turno y exhibirse desnudo entre los claustros para el deleite visual. Sin embargo, cuando harto de la ninfomanía de las religiosas, el joven se rebela y devela a los gritos que él también mintió la discapacidad para su propio placer, las monjas deciden beatificarlo justificado por el “milagro” de recuperar la voz. De esa manera, logran conservarlo como objeto sexual.  

En aquel lejano 1970, escenas tan transgresoras en su explicitud erótica -visión de los genitales incluidas- como en su profanidad, producían admiración y escándalo en el campo intelectual internacional. Y daba cuenta de un director que ensalzaba a los pícaros, al sexo como forma de liberación social y cuestionaba la hipocresía de las instituciones.  

Desde su debut cinematográfico, Pier Paolo Pasolini, supo entrelazar sexualidad, delito y marginalidad. El personaje principal de su primera película (1961) es Acattone, un sensual vagabundo que despreciaba todo lo que fuera trabajar. De esa manera, aunque se declaraba de izquierdas, Pasolini proclamaba un orgullo lumpen y contradecía el orgullo proletario del marxismo. A su vez, este mundo marginal nunca aparecía idealizado sino contaminado por la violencia propia del capitalismo. Porque en su afán de sobrevivir, Accatone es un proxeneta violento que explota a las mujeres.  

Siempre sus personajes favoritos se movían en los márgenes del capital: como la memorable “Mamma Romma”, (intepretada por Anna Magnani en 1962) la adorable y abnegada prostituta romana que intenta salir adelante en la vida con su hijo delincuente, los agricultores que intentan evadir deudas de usureros en “Pajaritos y pajarracos” (1966), o los jóvenes ladrones violentos que impregnaban la mayoría de sus ficciones.  

Aunque frecuentemente criticó a la Iglesia Católica y hasta llegó a denunciar vínculos con el poder económico y las mafias, Pasolini diferenció a la institución de la figura de Jesús y legó la que probablemente sea la mejor película que se haya filmado sobre la vida del personaje cumbre del cristianismo.  En efecto, en una de sus primeras películas, El Evangelio según San Mateo (1964), presenta a un Jesús más humano y sencillo personificado por Enrique Irazoqui un estudiante universitario catalán de diecinueve años. La mayoría de los papeles estaban interpretados por actores no profesionales, amigos y familiares e incluso camioneros. Eligió la visión del evangelista Mateo porque, según la tradición, era un recaudador de impuestos que abandonó su indigne profesión. De esas y otras maneras pretendía devolver ese rol redentor del cristianismo de bienaventuranza y reinado de los pobres. El film estaba dedicado a la amorosa memoria de Juan XXIII aquel que había llegado a declarar que había puntos en común entre el marxismo y el cristianismo en su inclinación por los pobres, los marginales y los condenados de la Tierra. El propio Irazoqui terminó abandonando asqueado la empresa de su padre y volcándose al arte.  

Pasolini prefirió siempre un mundo sacro antes que un mundo profano y la lógica religiosa impregnó gran parte de sus filmes. En su cortometraje “La ricotta”, un grupo de artistas están filmando una película sobre la pasión de Cristo mientras el pueblo alrededor busca realizar cualquier papel en su afán de sobrevivir. La victima será un ladrón negro que acabará crucificado.  

A su vez, en “Teorema” (1968), un ángel -o un demonio que en definitiva es un ángel caído- interpretado por Terence Stamp- ocupa el lugar de Jesús y transforma a una familia burguesa no realizando milagros sino copulando con todas y todos: padre, madre, hija, hijo. El sexo es metáfora del amor que logra poner en jaque las relaciones viciadas por la voracidad del poder y el dinero propias del capitalismo. El mundo de los burgueses cae porque es irreal frente al mundo de los pobres que es real.  

La misma lógica seguía la Trilogía de la vida -compuesta por la mencionada “El Decamerón”, “Los Cuentos de Canterbury” (1972) y “Las mil y una noches” (1974)- donde partiendo de obras clásicas de la literatura universal ponía en escena la alegría de los cuerpos desnudos frecuentemente copulando. Nuevamente eran los cuerpos de actores no formados sino pertenecientes a los sectores populares. Siguiendo las prerrogativas de Freud y de Marx, liberación social y liberación sexual debían ir de la mano bajo la consigna de “cuánto más hago el amor, más ganas tengo de hacer la revolución”. De esa manera hizo un verdadero Evangelio de la Carne protagonizado por los actores sociales que debían encarnar la rebelión social contra el capitalismo.  

En sus últimos años, renegó de esas teorías y abjuró de la Trilogía de la vida con el argumento de que el sexo, lejos de ser transgresor, se había banalizado y mercantilizado y que los cuerpos inocentes y alegres de los lúmpenes que adoraba se habían prostituido. Para entonces, en la mayoría, las películas había desnudos y el sexo era moneda de cambio. Entonces comenzó a filmar la Trilogía de la muerte y en “Saló o los 101 días de Sodoma”, el sexo se convertía en la excusa de banqueros, sacerdotes, duques y políticos para dominar, violar y violentar a mujeres y varones de las maneras más insoportables y execrables posibles.    

En “La pasión según San Mateo”, Susana, la madre de Pasolini interpretaba proféticamente a la Virgen María. Pasolini murió en 1975 asesinado salvajemente, casi en cruz atropellado varias veces por su propio auto conducido por un adolescente de diecisiete años probablemente en el marco de un complot político. Un final en consonancia con quien había afirmado que “Un mundo represivo es más justo, más bueno, que un mundo tolerante: porque en la represión se viven las tragedias, surgen la santidad y el heroísmo. En la tolerancia se definen las diversidades y se analizan y aíslan las anomalías, se crean los guetos. Yo prefiero ser condenado injustamente a ser tolerado”. Como los santos a los cuales solía admirar, Pasolini fue pecador y mártir y con ese final logró una tenebrosa estética de su existencia. La vida imitó trágicamente al arte.  


-Pier Paolo Pasolini (5/3/1922 – 2/11/1975)