Se inició el recorrido final de Ray Donovan, el hombre que encabeza una familia irlandesa tan entrañable como violenta y conflictiva, que tiene en su padre -un extraordinario Jon Voight- a una figura central de la trama, y en sus hermanos y su familia armada a partir de haber crecido en Boston, un contorno que lo convierte en alguien por demás querido.

Creada por Ann Biderman para Showtime, los doce episodios de su primera temporada, que arrancó el 30 de junio de 2013, fueron un éxito total: rompió todos los récords de audiencia, convirtiéndose en el mayor estreno de todos los tiempos de la cadena Showtime. En agosto de 2016, Showtime anunció que el tendrá una quinta temporada.

Ray Donovan es un cleaner Vip: limpia los escándalos de famosos de todo tipo, sean deportistas, gente del espectáculo, empresarios; él les garantiza que nadie se enterará de los “mocos” que se mandaron, incluso de aquellos que ponen en riesgo la vida de las personas. Eso sí, en principio, no limpia cadáveres. Todo eso en una Los Angeles modelo 2010s, aunque sin ocuparse mucho del narcotráfico: lo suyo son más la corrupción privada y estatal, que se cruzan permanentemente. Gana muy buen dinero, pero siempre tiene a la Ley demasiado cerca como para andar tranquilo.

Si eso atrapa, más lo hace que Ray Donovan trae de nuevo a la pantalla chica la idea de la familia irlandesa, que según atribuye la tradición y el preconcepto es fuertemente católica y considera a la familia de sangre prácticamente un precepto. De ahí que pese a las trapisonadas que Donovan padre le hace a los Donovan hijos ninguno llega al límite de ponerle una mano encima, o de apartarlo definitivamente de sus vidas; incluso Ray, el mayor y prácticamente responsable de la sobrevivencia de todos, no se anima a romper de una vez y para siempre ese vínculo: eso también sería el fin de la relación afectiva con sus hermanos.

Cada temporada, como estila la mayoría de las series en la actualidad, tiene un tema autónomo preponderante sobre el que gira el resto de la trama, en especial las relaciones vinculares. La cuarta, la anterior a la que acaba de empezar, termina en un estado de beatitud que la historia recorrida hasta ese momento parecía indicar que no era más que una utopía, ese lugar de llegada que de concretarse sólo llama a engaño: implica un final, no seguir el camino, y como todo lo que no se mueve -al menos en la vida orgánica- tiende a morir.

La quinta temporada revelerá si ese lugar utópico es también (porque casi no puede ser de otra manera) un final trágico, o si sortea la trampa como hace el común de los mortales, el que sigue con la vida cotidiana en la que el objetivo principal es pasar los días de la mejor manera posible, se tenga el trabajo que se tenga.