Fueron exactamente siete horas y quince días el tiempo que contó Sinéad desde que su amor se fue. Exactamente esa cantidad de minutos atroces en los que cualquier cosa que intentara hacer, lo que quisiera, ir a comer a un restorán elegante, estar con quien quiera, perdieron sentido. Son un montón las cosas, anota Sinead, que puede hacer sin el amor de lx otrx. Pero ninguna vale la pena. Sinéad toma nota, cuenta las horas, días, semanas y los planes que podría hacer, es una almacenera de las emociones. 

En eso nos parecíamos. Eran los 90 y con la oreja pegada al tubo de un teléfono enchufado le contábamos a nuestras amigas cada cosa, lo que queríamos que sucediera, lo que nos hizo y nos dijo, sus promesas incumplidas, las madrugadas de humo y la vez que nos levantó la pollerita. Todo, como nos seguimos contando ahora, con lujos y detalles. Porque la ausencia de lx otrx se mide así: en partículas de segundos. Esa agonía es la que Sinéad con la maravillosa canción de Prince nos habilitó para ser nuestras pequeñas almaceneritas del amor roto. 

Ella lo hizo así, con la desnudez total del pelo rapado en repudio a la industria que le había sugerido ser más femenina, más sexy. La cara de pollito mojado con la que nos miraba de cerca a los ojos mientras cantaba nos hipnotizó. Éramos todes llorándole al espejo. La imagen estaba a un pelín de convertirla en una llorona patética, una arrastrada. Pero ese pelín no estaba, había pasado por la gillette y no había mejor manera que la de ella de conjugar el dolor de esos versos con esa voz suplicante y desesperada que le salía de las costillas bajas. Esa era también nuestra desesperación. 

Foto: Fred Tanneau / AFP

Con esa segunda persona tan propia del rock y del pop le habló a unx ex, a un Dios, que le “concedió la serenidad de aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las cosas que puedo y la sabiduría para saber la diferencia”, un Dios difuso que le dio poquita fe y ahora se fue. Sinéad O`Connor fue encontrada muerta ayer. 

Sinéad andaba dando vueltas hace tiempo al perro negro de la depresión, vivía bajo un nubarrón. Pero quién es cualquiera para explicar por qué se murió. Se pueden decir mil cosas, que trató de seguir viviendo tras la muerte de su hijo, de su suicidio, con una sombra acechante. Pero lo cierto es que Sinéad nunca la tuvo fácil. Alguna vez contó que había sido abusada de chica, y con la rabia de aquella experiencia nefasta decidió declararle la guerra a todo lo que se presentara injusto. Cantó War como un manifiesto, una declaración universal de los derechos humanos, un grito de batalla: 

Hasta que la filosofía

que considera a una raza superior

y otra inferior

sea finalmente y permanentemente

desacreditada y abandonada

rn todas partes hay guerra

Hasta que ya no haya primera clase

o ciudadanos de segunda clase de cualquier nación

hasta que el color de la piel de un hombre

no tenga más importancia

que el color de sus ojos

tengo que decir “guerra”

Y después, denunciando los abusos sexuales infantiles en la Iglesia y el silencio en torno a este problema, rompió una foto del Papa ante las cámaras. La que se vistió de curita con un crucifijo de oro colgando y desafió a semejante institución. La chica que en 1990 en el Estadio Nacional de Chile abrazó en un saludo dicho en castellano a las presas políticas. La que cantó como nadie Don´t Cry for Me Argentina. La chica que en Irlanda, el país con más porcentaje de estrellas de rock por habitante, resplandeció en el mundo entero con su eco, vivió en carne propia el peso de la cancelación. La atacaron, la proscribieron y su carrera se hundió. Ante un Madison Square Garden, en un concierto de Dylan, se bancó de frente los abucheos. Años después esos abusos contra menores, por parte de sacerdotes católicos irlandeses, salieron a la luz. El tiempo le dio la razón. 

Foto: Christophe Ketels / AFP

¿Cuántas horas, días, semanas habrá estado Sinéad luchando contra la tormenta de su propia mente? En octubre de 2018 anunció su conversión al Islam y compartió, quebrada por la emoción, su primer intento de cantar el Adhan, el llamado a la oración de esa fe. Desde entonces se la vio con la jihad, la túnica que cubre a las mujeres islámicas. Parecía más una Madre Teresa, dijo: “No voy a pasar más tiempo con gente blanca, son asquerosos”. Pero quizás para ella la del musulmán era la figura de la que habla Primo Levi: la de los prisioneros de campos de concentración nazi que, desahuciados por el hambre y el cansancio, se resignaron a esperar su propia muerte. En ese limbo entre lo humano y lo inhumano, Sinéad pudo igual dar testimonio. Desafiante, declaró: “Me quitaron mi cuerpo, mi mente, a mis hijos, pero nunca me quitarán mi voz”.

El mundo puede ser demasiado hostil y no todas las personas pueden sobreponerse al ritmo de la vida y sus exigencias. “Querías la verdad y yo te la digo”, cantó en The Emperor’s New Clothes. Es una manera de decir “el rey está desnudo”, frase emblemática de todas las luchas contra la hipocresía. Sinéad cantó, dijo e hizo lo que quería. O al menos lo que podía, como casi todxs. Quedará para siempre en el olimpo de las rapadas —junto a Britney, Dolores, y otras tantas— que se afeitaron en símbolo de rebeldía contra el asco que les da nuestra sociedad. 

Foto: Sinéad O'Connor Facebook

* Latfem