Este jueves se estrena Taranto, definida con gran acierto como una crónica documental. En poco más de una hora, su realizador, el argentino Víctor Cruz, pinta una aldea y consigue representar acaso el dilema fundamental del desarrollo de la vida humana -y orgánica en general- hoy: cómo hacer para producir lo necesario -y algunos de los privilegios de la vida moderna como puede ser el auto- para todos los habitantes del planeta sin afectar la vida de las mismas personas que lo producen, y de cuanta flora y fauna haya alrededor.

La única relación que hoy Cruz le encuentra a su vínculo con Italia es un “libro de fotografías de Cerdeña” descubierto circa 1987 y que le gustó tanto que le hizo nacer la promesa de que “algún día conocería Cerdeña”. “Siempre tuve esa fantasía”, lo puede uno suponer reflexivo mirando fijo a un punto. La vida y “el oficio”, como gusta definir a su dedicación al cine -algo poco común entre los directores- lo llevaron a cumplir la palabra que había comprometido ante sí mismo. Una vez en Cerdeña, el cariño de su gente le despertó ciertas ganas por continuar la relación que el conflicto de Taranto, a pleno justo en ese 2016 que amagaba con convertirse en una fecha para la nostalgia, lo hizo empezar a indagar sobre el tema y pergeñar esta crónica documental.

Y lo bien que hizo. Porque incluso reconociendo que “Cerdeña no es Italia” así como se la conoce desde el Cono Sur -”es un territorio bastante particular, con diseño e historia propia”-, Italia le dio la posibilidad de juntar, como si se tratara del mismísimo teatro, la risa de la comedia y el llanto del drama. Si ¡Que vivas 100 años! es la alegría y la pasión de dos ancianos, Taranto es el dolor de la muerte en su peor expresión: la muerte joven, incluso infante.

Ubicada en la Puglia, la región que da forma al taco de la bota italiana, cuya capital es Bari, Taranto fue “fundada por los espartanos, y  por su ubicación geográfica tenía mucha vinculación con el comercio del Mediterráneo: recibe mucho dinero en la posguerra y se produce una industrialización fuertísima como parte de lo que se conoce como el milagro económico italiano”, describe Cruz a modo de introducción. Allí se levantó la mayor acería de Europa: ILVA, una empresa que fue encontrada responsable de décadas de desastre ambiental según el fallo del Tribunal de lo Penal de la Región, con penas máximas de 22 años a propietarios de la antigua fábrica (hoy parte del gigante Arcelor Mittal, que sigue recibiendo acusaciones de contaminación) como también de funcionarios políticos, imprescindibles para que la empresa concretara sus estropicios con muertes de adultos, niños y bebés nacidos muertos.

“En el norte había otras fábricas de acero similares que se fueron cerrando», ilustra Cruz las tonalidades clasistas -y también racistas- de un conflicto que a primera vista se presenta como ecológico. “Nunca podría pasar esto en Génova o en Trieste, se quejan en la película. El sur de Italia es una zona en la que casi se podía hacer cualquier cosa. Incluso tuvo bases con ojivas nucleares durante la Guerra Fría.”

Y en ese contraste, Taranto consigue señalar que el sur de Italia es parte de la periferia mundial: esa zona no demarcada pero explícita en la que “casi se puede hacer cualquier cosa” porque, entre otras cuestiones, lo que falta es trabajo. “Lo primero que me atrajo fue esa tensión que había entre trabajadores y pobladores, aunque muchos eran las dos cosas a la vez. Se ponía en tensión el derecho al trabajo con el derecho a un ambiente sano. Y que se produjeron enfrentamientos. Porque sobre todo cuando arranca fuerte el conflicto con el dictamen de un cierre parcial de una de las áreas más contaminantes, los trabajadores, alentados por los propietarios, dijeron no nos importa.” “O nos morimos de cáncer o nos morimos de hambre”, se escucha a uno de ellos decir en la película.

“Para mí era muy importante que estuvieran la voz de los protagonistas, que ellos contaran lo que pasaba, porque venía haciendo documentales más observacionales. Y que la cuenten en el territorio donde pasaba, pensando desde un trabajo de cámara que todo el tiempo incluya y que juegue con el estar ahí.” Lo que produjo una de las escenas más impactantes de la película. “Nosotros acompañábamos a uno de los protagonistas al cementerio donde estaba un familiar, y alguien se acerca a preguntar qué hacíamos y él le cuenta, e interviene otra señora, que no pensaba lo mismo. Su postura era que tenían que comer, que tenía que trabajar, que ellos habían recibido el dinero y que bueno, que lo tenían que haber dicho antes. Incluso tenía un familiar muerto, y pese a eso estaba en contra del cierre de la planta. ¿Qué hacemos si cierra la planta?, decía. Esa escena para mí encierra en vivo y en directo la tensión entre el derecho al trabajo y a la salud. Fue a los gritos y después vino la seguridad del cementerio, que no quedó registrado. Hay algo que está vivo ahí.”

Quien quiera que ese no sea el sabor final de la vitalidad, el mismo jueves se puede quedar a las 20:30 a ver ¡Que vivas 100 años!

Taranto

Escrita, dirigida y producida por Víctor Cruz. Estreno jueves 25 18:30, Centro Cultural 25 de Mayo (Av. Triunvirato 4444). Desde el 25 disponible en la plataforma Cont.ar