«Lo que conocemos habitualmente como teatro tiende a ofrecer una experiencia petrificada. La gente va, mira, aplaude y se olvida. Nosotros planteamos un teatro antagónico. Por fuera de la convenciones. Se dice que hay una enorme resistencia a lo nuevo y puede ser. Pero la gente que viene a ver ‘La cuna vacía’ a los cinco minutos está entregada. Planteamos una experiencia que impacta en lo emocional y en el cuerpo. Por eso disfruto mucho cuando termina la función y no hay aplausos. La gente se queda sintiendo, reflexionando. A veces hasta pasan 30′ y siguen sentados. Me gusta esperarlos afuera y verles la cara. Es impagable”. Omar Pacheco se lanza a hablar y casi no se da respiro. Se expresa con una convicción de hierro que se sostiene en 35 años de trabajo exhaustivo y desafiante.

Sin publicidad, sponsors, ni mecenas, “La cuna vacía” ya transita su decimo primer año en cartel. La potencia y singularidad de la obra y el boca en boca todavía pueden dar pelea en una escena agobiada de recetas de mercado. La visión de Pacheco libera al teatro de la palabra como instrumento discursivo excluyente. El director y autor trabaja con una polifonía de elementos expresivos que incluyen la palabra, pero también las sombras, la luz, el tiempo distorsionado, los cuerpos, muñecos, los gritos, el silencio. Pacheco funciona como un escultor que percute sobre el horror del robo de bebés durante la última dictadura hasta llegar a lo más profundo del dolor individual y colectivo para después sublimarlo –en la medida de lo humanamente posible– en expresión artística. Su gramática es audaz, pero nunca cae en el vanguardismo hueco. “La cuna vacía” puede sorprender por sus herramientas discursivas, pero su mayor triunfo está en su capacidad para conmover.

Este 24 de marzo “La Cuna vacía” sumarán una función especial en conmemoración a un nuevo aniversario del golpe militar de 1976, el más sangriento de la historia argentina. La cita incluirá un debate entre público, actores y director.

–El teatro tiene una relación muy profunda con la palabra. ¿Cómo construiste un discurso que al menos la corre de un lugar omnipresente?
–No me entusiasma la palabra retórica. Lo hueco, lo convenido. Apunto a los contenidos esenciales. Construimos un metalenguaje que transmite mucho, pero con herramientas múltiples. Por eso trabajamos tanto en los talleres de Teatro Inestable. Así los llamamos porque no damos nada por sentado. Las convenciones están agotadas. Trabajamos para reeducar a hombres y mujeres, para que se liberen de conocimientos, condicionamientos y técnicas anquilosadas. Se necesita un lenguaje oral distinto y al mismo tiempo una transferencia a un sistema de comunicación más rico y movilizante. El teatro no debe estar condenado a la información literaria. Es un trabajo estético, pero también ideológico. Por eso lo hacemos en equipo, en una era donde ya casi no existen ni los elencos. Todo esto me llevó muchos años y me los seguirá llevando porque apuesto a continuar construyendo una síntesis expresiva.

–¿Cuánto tiene su mirada de construcción intelectual y cuánto de asociación libre o instinto?
–Nunca hice un esfuerzo intelectual para hacer una obra. Siempre me atrajo el lenguaje de los sueños, lo profundo y lo esencial. Trabajar con el dolor, lo ominoso, lo que no quiere ser descubierto. Siempre escribí levantándome a las tres o cuatro de la mañana. Eso me ha costado matrimonios, sin dudas, pero siento que es un momento muy genuino. Mi formación también tiene que ver con lo onírico y un lenguaje de lo no material. No me interesa el naturalismo ni lo híper realista. Afortunadamente me acompaña un grupo extraordinario que cree en todo esto y le pone el cuerpo y más. Todos los que participan tienen un enorme grado de compromiso con lo que hacemos. Valentín (Mederos) hace ocho años que está con nosotros y para mí es el mejor actor de la Argentina.

–La cantidad de personas en el escenario y los cambios en las luces deben exigir un gran trabajo.
–Vamos al teatro todos los días de la semana. Lunes, miércoles y viernes le dedicamos muchas horas. Martes y jueves según la semana. El sábado hacemos la obra y el domingo descansamos. Trabajamos muchísimo. Y los chicos son gatos, sí. Parecen que ven en la oscuridad. Por fuera de lo que se ve en el escenario pasan montones de cosas más que le dan toda su dimensión a la obra.

ESCULPIENDO MILAGROS. “La Cuna vacía” no es el resultado de una noche de inspiración. Es, en todo caso, la consecuencia de 35 años de prueba y error, aciertos y no tanto, pero sobre todo la determinación de hacerse otras preguntas y encontrar otras respuestas. No es casual que cada obra de Pacheco exija como mínimo un año de ensayos previos antes de salir a la luz. “Obsesiones”, “Sueños y ceremonias”, “Memoria”, “Cinco puertas” y “Del otro lado del mar” son algunos de los pasos previos que fueron marcando su historia. En breve estrenará “Dashua”: una nueva pieza que promete –otra vez– un tratamiento temático y estético osado.

El fenómeno de “La Cuna vacía” no sólo alcanza la dimensión porteña. En diferentes formatos llegó a Misiones, Mendoza, Salta, Jujuy, Córdoba, Colombia, Zaragoza y Sevilla. Para esos logros es fundamental el equipo que acompaña a Pacheco, conformado por Valentín Mederos, Agustina Miguel, Hernán Alegre, María Centurión, Ivana Noel Clará, Kaio De Almeida, Samanta Iozzo, Emilia Romero, Zulma Serrano, Luciana Capriotti, Agostina Pedranti, Betiana Cueva, Florencia Anaya y Cintia Gauna.

–¿Vas a ver teatro? ¿O mucho no te bancás las propuestas más tradicionales?
–No. No quiero ser arrogante, lo digo con toda la humildad del mundo, pero no me interesa. No me gusta ir a contemplar. No quiero aburrirme. Me interesa un teatro que cuestione para transformar la realidad y al hombre. Cada tanto aparece alguien que me habla de “Cinco puertas” y es una obra de hace casi 20 años. Eso sólo sucede cuando algo conmueve. Quizás no hago teatro. Es una interpretación posible. Sí me gusta el cine, la pintura y la literatura. Todo eso también es una influencia.

–¿Cómo será «Dashua», tu próxima obra?
–Es un paso más en el proceso de investigación. No es localista. Pero habla de algo universal que me llega de una manera muy profunda y existe desde que tengo memoria: la violencia contra la mujer. La obra tiene como un perfume árabe, pero no me anclo en eso. Utilizo esa herramienta para hablar de un personaje siniestro, aunque en principio no lo aparenta. Un personaje que está atrapado, no solo en un espacio físico sino en una idea religiosa. Pero que trata de liberarse. Esa oposición, esa confrontación de opuestos genera un clima de tensión que hace que la obra se transforme casi en un thriller. Es un trabajo de mucha tensión dramática, mucha construcción de metalenguaje y estilos que se cruzan, pero que tiene una coherencia narrativa muy profunda. Y de nuevo aparece el uso de la luz, la textura, la arquitectura y una cantidad de cuestiones que en el teatro en general no aparecen. Históricamente trabajé con muchos actores sobre el escenario, pero esta vez serán solo dos: Valentín Mederos y María Centurión. Ellos vienen trabajando con nosotros desde hace tiempo y tienen todo el talento y compromiso para hacerlo. La idea es estrenar aproximadamente en dos meses.

–¿Cómo vivís este momento de la Argentina?
–Con tremendo dolor. No me recompuse de todo lo que ha pasado desde las elecciones hasta acá. He vivió la dictadura y he estado exiliado mucho tiempo. Viví en EE.UU. y después en Brasil. Recién pude asomar la cabeza en mi país otra vez cuando volvió la democracia.

–¿El exilio influyó para que tu teatro no esté subordinado a la palabra?
–Nunca lo había interpretado de esa manera. Pero ahora que me lo preguntás seguramente mi soledad y el hecho de no poder hablar en mi país, incluso antes de irme porque militaba en un extremo de la política, influyeron en mi forma de construcción expresiva. También el silencio de tantos amigos muertos. Creíamos mucho en las acciones políticas y también en las artísticas. Por eso en un país de mucha retorica se necesita poner el cuerpo.

–¿Cómo va a ser la función especial este 24 de marzo?
–Es reafirmar nuestro compromiso con el arte y la memoria. Sentir que hay cosas que no podemos olvidar. Y valora otras que hemos conseguidos. Trabajo para que el arte contribuya a la memoria. Es un día muy especial por mi historia y para los chicos también. Además de la obra, vamos a hacer un debate con la gente. Quizás vengan alguna Madre de Plaza de Mayo, aunque dependerá de sus posibilidades de salud, va a ser un día muy exigente para ellas. Y antes estaremos en las calles. Hay que movilizar cada vez más. Se necesita mucha presencia para torcer el rumbo de este gobierno. No creo que porque supuestamente esto es una democracia nos tengamos que comer cualquier galletita. Yo no estoy dispuesto. Si esto sigue así para mí no debe seguir. Es jodido. Parece antidemocrático. Pero esto no es democrático. Contradecir todas las promesas de campaña es quebrar la legitimidad. No se trata sólo de aguantar. Cuando te están torturando mientras aguantes hay más tortura. Esto lo conozco. Lo viví en el cuerpo. Hay que revelarse.

-“La cuna vacía”. Función especial este 24 de marzo a las 22 hs. y todos los sábados a las 21 en el teatro La Otra Orilla (Gral. Urquiza 124).

“Nuestro trabajo está abierto a lo imprevisible”
Valentín Mederos (hijo de Rodolfo, el mítico bandoneonista) es una de las piezas claves en las que se sostiene la meticulosa arquitectura de “La cuna vacía”. Mederos ya tenía un recorrido como actor cuando decidió entrar en los talleres de Pacheco y lanzarse a una aventura totalmente diferente. “Omar propone una mirada única. Tanto sus obras como el espacio que creó abren una dimensión desconocida. Me encontré con algo muy profundo y cuestionador que intuitivamente era lo que buscaba en la vida”, revela.
–¿Puede incomodar trabajar tan por fuera de los cánones?
–Puede ser desestabilizante. Pero es parte de todo aprendizaje sincero. Nuestro trabajo está muy abierto a lo imprevisible. Hay que trabajar los reflejos, las respuestas y abrirse a lo más íntimo para