Las elecciones presidenciales hoy están en un juego de tres: oficialismo, JxC, libertarios. Eso no quiere decir que sean “tres tercios” -en rigor, es temprano para ponerle números al “triángulo”-, sino que hay tres opciones que compiten dinámicamente por el votante indeciso. Junto a otras dos, que son la izquierda y una posible alianza entre Schiaretti y algún radical disidente, que pueden verse beneficiadas por lo que las otras tres pierdan en el camino. En ese marco, la reciente reconfirmación de la no-candidatura presidencial de Cristina Kirchner puso a las calculadoras políticas nuevamente a trabajar.

En el espacio oficialista se sabe que el 48% de 2019 no existe más, y que lo que hoy queda es básicamente el “núcleo cristinista”, que suele estimarse en un tercio del electorado; los otros votos de 2019, tal vez atraídos entonces por los aliados más moderados del Frente, ya no están disponibles. En esas circunstancias, lo óptimo para el oficialismo sería una fórmula que reúna sin problemas ese tercio de votos que sacaría Cristina Kirchner si se postulara, pero que además sea capaz de sumar votos no-cristinistas en un eventual ballotage. Esa doble cualidad es todo un desafío, ya que ser “el más cristinista de los cristinistas” y al mismo tiempo poder sumar votantes libertarios o cambiemitas es una combinación difícil. En caso de no poder encontrarle la vuelta, al oficialismo le convendría ir a unas PASO para poder contener la mayor cantidad de votos, e incluir ahí tanto a quienes defienden la gestión albertista -Massa, Rossi, Scioli-, a quienes la critican “desde adentro” -Lozano, Grabois-, y al cristinismo identitario. Reitero: lo ideal, en un “juego de tres”, es una lista única que los contenga a todos, pero si no hay forma de armarla, es preferible ir a una riesgosa PASO antes que correr el riesgo de dejar votos afuera. 

Por otra parte, Juntos por el Cambio, que ganó en 2021 y era el claro favorito electoral en 2022, hoy está amenazado por el ascenso de Milei. El libertario toma votos de todos lados pero se nutre básicamente de quienes rechazan al actual gobierno pero tampoco quieren regresar al período 2015-2019. Además, el factor Milei provocó una ruptura ideológica dentro del cambiemismo, porque es quien lidera los debates programáticos nacionales, y divide a JxC con sus propuestas: hoy los dirigentes del PRO y la UCR se dividen entre quienes quieren “parecerse a Milei”, y quienes buscan “diferenciarse de él”. Entre los primeros está Mauricio Macri, quien en 2016 se presentaba a sí mismo como un liberal progresista, amigo del Partido Demócrata estadounidense y de Macron, promotor de la agenda de género, y pocos meses atrás se fotografió con Donald Trump y comenzó a adoptar algunas consignas antiprogresistas que caracterizan al candidato libertario. Milei, uno de los políticos más hábiles del momento, concentra sus cañones discursivos en Rodríguez Larreta y los radicales, sabiendo que la interna cambiemita fomenta su crecimiento. El éxito de Milei ha sido tal, que es probable que la suma de Larreta y Bullrich llegue al 40% en las PASO, pero que el triunfador de la contienda interna de JxC no retenga todo eso en la general del 22 de octubre: si gana Larreta, algunos bullrichistas irían hacia Milei, y si gana Bullrich, algunos larretistas y radicales podrían trasladarse hacia la candidatura de Schiaretti, u otro “centrista” disponible.

En este “juego de tres”, quien tiene más para ganar y menos para perder es el mismo Milei. A diferencia de las dos coaliciones principales, el libertario es el “nuevo”, el receptor de los desilusionados. No resta votos, solo suma, y es el que propone soluciones sobre la mesa. Y como su juego es la diferenciación respecto de los dos gobiernos precedentes, Juntos por el Cambio y Frente de Todos, a los que él denomina “Todos Juntos”, cada crítica que recibe -”Milei, el loco”, “Milei, el agresivo”, “Milei, el de las propuestas inviables”- sólo logra fortalecer su posición del distinto, el tercero en discordia, y consagrarlo como alternativa.

Es decir, que el discurso “anti Milei” sirve para enfrentarlo en una segunda vuelta: en una campaña de segunda vuelta de Juntos vs. Milei, o Todos vs. Milei, seguramente cualquier candidato de las coaliciones principales pedirá el voto de la otra “en nombre de la salvaguarda de la democracia”. No obstante, en la campaña para la primera vuelta el anti-mileismo solo produce el efecto de consolidarlo. Por esa razón, la estrategia de Milei es tender puentes hacia algún sector más conservador del justicialismo -no casualmente, es difícil escuchar a Milei criticando a los dirigentes peronistas, más allá de su anticristinismo visceral- y la de Juntos por el Cambio debería ser la reducción de la virulencia interna, y ser menos antiperonista frente a un escenario de ballotage. Eso último parece difícil, después de tantos años de retórica encendida contra un peronismo al que el cambiemismo culpa de todos los males.    «