Frente al corrimiento hacia la derecha en todos los planos, el gobierno porteño y su gerencia educativa precisan dar más señales hacia allí, en tanto suponen (quizás con razón) que su electorado está cautivo. Entonces cometen un gesto de bolsonarización educativa anunciando la prohibición del lenguaje inclusivo en las escuelas. Un gesto para la tribuna Milei y también un tributo de confraternidad con Ayuso, la alcaldesa de Madrid, a quien se le paga «la fianza» por el buen uso del idioma español y quien incluso ha prologado el flamante libro de la ministra de educación porteña. La orden de prohibición de la «e» de la «x» y el lenguaje inclusivo podríamos emparentarla con las «escuelas sin partido» en Brasil. Allí pretenden que no se adoctrine en las escuelas proponiendo delación, represión y adoctrinamiento. Es decir, si alguien nombra a Freire  pasa a ser sospechoso y si un/a docente osa mencionar la palabra género se alienta su denuncia y persecución. En el caso rioplatense se parte de un argumento falso, que ciertos modos inclusivos perjudican el lenguaje y que los  resultados de recientes exámenes estandarizados en esas habilidades ameritan su persecución y aniquilamiento. No existen evidencias al respecto.

En mi caso personal no hablo con la e, a veces escribo con la x y voy tratando de aprender en cada momento, intento ser inclusivo entre el decir y el hacer y sabiendo que nunca es asunto acabado. Y mis hijas me marcan la cancha todo el tiempo. Pero estoy convencido hace años de la importancia de la educación sexual integral como un derecho, mucho antes que fuera ley, y también que estos cambios en el lenguaje no son solo asunto gramatical, sino especialmente identitarios, y que ponen de manifiesto, no solo la naturalización de una sociedad patriarcal y discriminatoria que se resiste a entender y cambiar sino las luchas de las mujeres, las diversidades sexuales que han cobrado notoriedad en las últimas décadas de modo excluyente. En las calles, en el «Ni una menos», en las escuelas, en los medios de comunicación y la redes, en cada familia, y en la ciudad de Buenos Aires suena bien fuerte, incluso ha unido lo que la “grieta “ha separado, en esta ciudad que tantas veces se cree mil y parece siempre querer independizarse.

 Por otra parte, si tanto preocupa la norma a los y las defensores de la real academia española, en Argentina existen las leyes de identidad de género, de matrimonio igualitario, de educación sexual integral y en clave educativa, los diseños curriculares son la norma publica que regula  la enseñanza en cada jurisdicción, y la CABA es una de ellas.  

También hay que decir que el larretismo, en el marco del derechómetro parece haber quedado rezagado, y su ministra de educación viene haciendo mérito para disputar el podio. 

Esta medida no es solo gesto para la tribuna, de corte proselitista (se avecinan las elecciones nacionales) sino que también es parte de una nueva restauración conservadora de las nostalgias moralizantes de todopasadofuemejor.

Quienes gobiernan las escuelas porteñas tienen poca afección al territorio escolar. Quiero decir que la propia ministra nunca fue docente pero tampoco conoce lo que ocurre allí.  Porque si asi fuese entendería que la participación docente no es que se hagan llamados telefónicos para cambiar el estatuto o para hacer la «secundaria del futuro» o una universidad para aniquilar 29 profesorados. Que la formación docente no son cursos autoasistidos y encuestas on line. Ahora le preocupa la gramática del lenguaje, pero no ha comprendido la gramática escolar, en la que hace rato la prohibición es ineficaz como regulación de lo que se enseña y aprende en las aulas. Se acuerdan que en esta misma ciudad se impuso el himno a Sarmiento como obligación?

Lo que debemos advertir en esta ciudad es la mercantilización como modo natural de entender la relación entre Estado y Educación. Y esta decisión la plantean como una regla o imposición de mercado, donde falsean la evidencia y lo venden como una alteración al status quo, y la necesidad de reacomodar un desvío, del mismo modo que se remarca un precio o se ordena un producto en el mercado. Pero la identidad no es una mercancía y sigue latiendo mas allá de cualquier prohibición, antes con botas , ahora con votos. El lenguaje y lo que ocurre en las aulas es permanente campo de disputas y  los modos de sentir, de andar y decir no podemos permitir que los regule el mercado.