En este contexto es importante reconocer que previo a COVID-19, ya viviamos en un contexto social con múltiples desigualdades. Cómo región América Latina había logrado en el 2017 que el 50% de las mujeres en edad de trabajar por un ingreso, lo buscaban o trabajaban. El 2021 comenzó con otro escenario: este valor bajó a 47%, porcentaje del que nos había tomado 10 años avanzar. El resto de las mujeres, la gran mayoría (53%), está realizando tareas domésticas y de cuidado no remuneradas. 

Este valor muestra diferencias en función de países. Mientras que en países como en México la tasa de participación de las mujeres en el mercado laboral es del 39%, en  Argentina y Chile sube al 45%, en Colombia del 50%, Perú 51%, Uruguay 55% y en Bolivia del 66%. 

En la región el sector que más emplea mujeres es el comercio, que ocupa el 12% de las mujeres uruguayas, 13% de las bolivianas, el 16% de las argentinas, el 19% de las chilenas, 26% de las colombianas. Este sector tiene la característica que es bastante equitativo en su distribución de varones y mujeres, con excepción en Bolivia, donde las mujeres son el 73% de la fuerza laboral.

Como contrapunto encontramos al sector de la construcción, que en Perú emplea al 4% de las mujeres, en Uruguay al 7%, en Chile y Bolivia al 8% y en Argentina al 9%. Factores que operan en contra de la inserción de las mujeres tienen que ver con los sesgos vinculados al uso de la fuerza, a la falta de interés de insertar mujeres en ámbitos altamente masculinizados, a la resistencia a romper códigos de convivencia establecidos, a la falta de infraestructura para que puedan desenvolverse en ámbitos laborales, etc. Algo muy similar sucede con la industria del transporte, dónde las mujeres no logran superar el 15% del total de la dotación en ningún país de la región.

En el otro extremo están los sectores altamente feminizados como son la salud y la educación, con un promedio de un 70% de su fuerza feminizada; y el servicio doméstico, donde más del 95% de su fuerza laboral son mujeres. Estos sectores no revisten grandes sorpresas ya que son actividades de servicios, de cuidado de las personas, características tradicionalmente asignadas a las mujeres. Son sectores caracterizados por mayores índices de precariedad, con ingresos menores si se los compara con los sectores más dinámicos de la economía.

Esta división sexual de trabajo tuvo un alto impacto en la posibilidad de continuar o no trabajando, tanto en mujeres y varones, y en el riesgo al contagio en función de sus trabajos. En particular uno de los efectos de la pandemia ha sido que muchas mujeres pasaron a la inactividad, para dedicarse al cuidado no remunerado, sobre todo en sectores como el turismo, comercio o servicio doméstico, dadas las condiciones laborales y las escasas redes de cuidado, también afectadas por la pandemia.

Ante esta situación, desde Grow invitamos a la reflexión sobre cómo lograr un retorno a la actividad en equidad, que permita a más mujeres insertarse en el ámbito laboral, en trabajos decentes, de calidad y libres de violencia. Es imprescindible el trabajo en colaboración entre el Estado, las organizaciones empleadoras y los sindicatos, que permitan desarrollar medidas integrales que hagan de la igualdad una realidad.