En 1912, Ángel Honorio Roffo presentó ante la Academia Nacional de Medicina su obra más emblemática: “El Cáncer: una contribución a su estudio”. A partir de ese momento, trascendental para la medicina de toda la región, comenzó un proceso de exposiciones, galardones y nuevas investigaciones en todo el mundo, acompañado por su compañera, Helena Larroque. Ese largo camino tuvo un objetivo mayor, que se terminó de concretar diez años después: el Instituto de Oncología Ángel H. Roffo (IOAHR). Su crecimiento es también el crecimiento de la ciencia y la innovación: de la radioterapia y la quimio de las primeras décadas al abordaje personalizado y la inmunoterapia.

Creado en 1922, fue en su momento el primer centro especializado en el estudio, diagnóstico y tratamiento del cáncer en Latinoamérica. Y hoy sigue siendo una referencia: se atienden allí unas 100.000 personas por año, la mayoría llega derivada de otro centro de salud. Mientras tanto, sus casi mil trabajadores continúan en la búsqueda de nuevos desarrollos, diagnósticos y tecnología de avanzada para un tipo de enfermedad en la que la prevención, como ya lo anunciaba ‘Helenita’ hace cien años, es clave: “Nuestra lucha diaria es contra un enemigo invisible, pero previsible, y la mejor manera de combatir el cáncer es trabajando sobre la prevención y detección temprana en toda la Argentina”, expresaba la esposa de Roffo en 1922, en un mensaje que parece dicho hoy.

“Desde sus inicios, y a medida que fue creciendo, se convirtió en un centro de alta complejidad y de derivación a nivel nacional, dedicado a la atención multidisciplinaria de pacientes oncológicos, por tener toda la tecnología asociada para el diagnóstico y tratamiento de enfermedades oncológicas”, afirma el doctor Adalberto Rodríguez, director del Área Técnica del IOAHR.

La piedra fundamental del edificio se colocó en 1914 en el terreno original de casi 4 hectáreas ubicado en Villa del Parque, que fue cedido por la Facultad de Agronomía de la UBA. Comenzó a funcionar en 1922 como dispensario bajo el nombre de Instituto de Medicina Experimental. “Contó con dos inauguraciones, una de la Academia Nacional de Medicina y otra de la UBA, de quien depende hasta la actualidad”, relata la doctora Roxana del Águila, directora del IOAHR.

Con el correr de los años, fue expandiéndose con aportes privados y públicos, que fueron votados por el Congreso de la Nación. Hoy el predio incluye 13 pabellones, donde se atienden por año alrededor 100.000 pacientes mayores de 16 años con diagnóstico oncológico, y abren cerca de 190 historia clínicas mensuales.

“Con frecuencia, el paciente viene por una segunda opinión, derivado de otro centro o por propia iniciativa. Es evaluado por los especialistas y se define su ingreso al instituto o se envía una nota referente a la derivación”, aclara Rodríguez. También reciben a pacientes sin cobertura de obra social o prepaga, a través de convenios con diferentes municipios.

 

De Ángel a Helena, del Nobel a Marie Curie

Roffo nació en Buenos Aires el 30 de diciembre de 1881 y murió a los 65 años, el 23 de julio de 1947. Unos meses antes se había alejado del Instituto. Además de ser profesor de la UBA durante 23 años, fue un investigador de elite mundial. Sus teorías inéditas sobre la profilaxis del cáncer despertaron el interés general. Se convirtió en uno de los primeros científicos en demostrar el vínculo entre los alquitranes del tabaco y la producción de tumores, y a partir de década del ’30 se volvió un activista incansable en difundir sus descubrimientos y un pionero en comprobar la relación entre el cáncer y los rayos UV. Obtuvo galardones como el Guy Amerongen (Comité de la Liga Francesa Contra el Cáncer) y el Prix Barrante (Academia de Medicina de París). La doctora Del Águila comenta que “estuvo muy cerca de ganar el Premio Nobel en tres oportunidades, pero fue olvidado en el tiempo”. 

Cuando comenzó el instituto aún no llevaba su nombre. En ese momento fue enviado a Europa. Viajó junto a su mujer, Helena Larroque, coautora de gran parte de los trabajos. En el Viejo Continente se reunieron con personalidades destacadas de la ciencia, entre ellas Marie Curie. Incluso Helena llegó a ser su ayudante. Aprendieron cómo funcionaban los pocos hospitales oncológicos que había en Alemania y Francia, y también acerca de la utilización de la radiación con fines terapéuticos. Conocimientos que luego trajeron para desarrollarlos aquí.

‘Helenita’, como se la llamaba, estudiaba medicina y trabajó siempre a la par de Roffo. Pero enfermó un año antes de recibirse. Fue una de las principales impulsoras de que abrieran el Instituto. En 1921 creó la Liga Argentina de Lucha contra el Cáncer (LALCEC), al igual que la Escuela de Enfermería, y varias acciones de concientización.

“Era el alma del instituto. Una tarde, organizó un concierto en un hermoso jardín dentro de predio para que la gente de la zona se animara a ingresar, porque muchos creían erróneamente que el cáncer era contagioso. El cáncer era tabú, mucho más de lo que sigue siendo hoy”, relata Del Águila.

De la radioterapia y la quimio al abordaje personalizado, la protonterapia y la biopsia líquida

El desarrollo del Instituto en este siglo de vida reflejó los enormes y acelerados pasos de la ciencia en el estudio y abordaje del cáncer, a través de investigación, docencia y aplicación de las diferentes terapias.

Desde el Instituto explican que, a grandes rasgos, los tres pilares de los tratamientos oncológicos son la cirugía, la terapia de rayos (radioterapia) y los medicamentos (quimioterapia, terapias dirigidas e inmunoterapia): “aunque persisten necesidades insatisfechas en determinadas áreas de la oncología, los tres pilares han evolucionado a lo largo del tiempo, permitiendo mejores resultados terapéuticos, que se han traducido en larga sobrevida y una mejor calidad de vida”.

La cirugía en cáncer hoy es más precisa. En medicina ser más preciso significa ser más efectivo, y menos invasivo. Mejorar la calidad de vida del paciente y los tiempos de recuperación son clave en estas patologías. “Además, se han desarrollado fármacos para reducir el tamaño de determinados tumores y facilitar su extracción en aquellos sitios del cuerpo de difícil acceso”, comentan.

Aún hoy la radioterapia –uno de los tratamientos más antiguos–se asocia a más del 50% de pacientes curados. Las primeras máquinas radiantes aparecieron en el siglo XX, y generaban grandes efectos adversos. Actualmente se redujeron muchísimo sus consecuencias negativas. El IOAHR posee un acelerador lineal de última generación (el primero disponible en una institución pública) y un equipo SPECT/CT, “lo más avanzado en medicina nuclear”, que permite un mejor seguimiento de diferentes tipos de tumores y sus metástasis. También ayuda a optimizar las dosis en los estudios de radioterapia.

El Roffo integra un proyecto de protonterapia (la forma más avanzada de radioterapia), que utiliza haces de protones para el tratamiento de cáncer, lo que permite concentrar la dosis terapéutica en el volumen tumoral, reduciendo los efectos secundarios sobre tejidos sanos.

“Es una iniciativa conjunta entre la Comisión Nacional de Energía Atómica, la Universidad de Buenos Aires, nuestro instituto y la empresa estatal rionegrina INVAP. La protonterapia es lo último que se conoce en esta materia, estamos sumamente entusiasmados y esperamos que el Centro Argentino de Protonterapia esté inaugurado en los próximos años”, revela el doctor David Pereira, médico oncólogo y radioterapeuta del IOAHR.

La quimioterapia fue la gran novedad de la primera etapa de los tratamientos del cáncer. Apareció en la década del 50. Luego se la fue mirando de reojo por ser drogas que atacan tumores y tejidos sanos por igual, con elevada toxicidad y un impacto severo sobre el organismo, con efectos indeseables como la pérdida de cabello, malestares digestivos, pérdida de peso y una disminución grande de las defensas. “A pesar de parecer una estrategia desactualizada, los médicos saben cómo y cuándo utilizarla y sigue siendo una aliada en el tratamiento del cáncer, en ocasiones con muy buenos resultados”, resaltan desde el Instituto.

Agregan que en la última década hubo cambios notables de la mano de la tecnología y los avances en biología molecular, apuntando a tratar a cada paciente por su situación particular. “La oncología moderna se basa en la personalización de los tratamientos, con significativamente mejores perfiles de seguridad. Hasta hace relativamente poco, un cáncer de pulmón, por ejemplo, era considerado (y tratado) como una sola enfermedad, aunque hoy ya sabemos que en realidad existe un abanico amplio de subtipos a partir de las diferentes alteraciones genéticas que presentan los tumores, lo que determina estrategias terapéuticas igual de específicas. Ese cambio de paradigma ha permitido lograr incrementos inimaginables en términos de años de vida ganados”, revela Pereira.

En vistas al abordaje personalizado, avanzó en paralelo el diagnóstico molecular, la técnica que permite determinar las alteraciones genéticas de los tumores. Hoy existe la biopsia líquida como alternativa a la tradicional que aún hoy en ocasiones resulta invasiva para el paciente o directamente no es opción. “Es una metodología más amigable, que seguramente se masificará en el futuro próximo”, pronostican.

“También respecto del diagnóstico, el instituto se mantiene a la vanguardia de las últimas tecnologías y cuenta con el Mammi Breast PET (el primer equipo de alta precisión en América Latina), que permite discernir si determinadas lesiones muy pequeñas en las mamas son benignas o malignas”, mencionan desde el Raffo. Y resaltan que en la actualidad la “revolución” vendrá por la inmunoterapia, un abordaje innovador en el que el tratamiento estimula la respuesta inmunológica, “un proceso que ya está en el organismo, para que contribuya a destruir al tumor”.

Roffo en clase