La intensa existencia de Salvadora Medina Onrubia (1894-1972) siempre fue marginada a un rol secundario y lateral en vidas ajenas: esposa de Natalio Botana, amiga de Alfonsina Storni y abuela de Copi. Figura enigmática del anarquismo y la literatura, poeta, dramaturga, periodista, autora de cuentos aborteros y lesbianos, compañera de andanzas y desandanzas de Simón Radowitzky y férrea opositora a los gobiernos conservadores, su historia puede contarse en clave sorora, y devolverle así su merecido protagonismo en el feminismo argentino. Es lo que hace en ¡Arroja la bomba! (Marea) Vanina Escales, ensayista y una de las fundadoras del colectivo Ni Una Menos.

–¿Cómo nace la idea de un libro sobre Salvadora?

–Estaba leyendo Severino di Giovanni. El idealista de la violencia, y quise conocer a América Scarfó, su compañera. A través de una compañera de la Federación Libertaria llegué a la voz de América y empecé a descubrir a Salvadora.

–Eso fue hace muchos años.

–Como 15 años atrás. No me dedico exclusivamente a hacer investigación y eso me permitió crear un vínculo especial con el libro, pensar y repensarlo, el tiempo estaba de mi lado. Lo primero que hice fue cuestionar las memorias del hijo de Salvadora, «Poroto» Botana. De un libro suyo habían surgido muchas confusiones y la construcción medio «border» de Salvadora: la loca, la madre adolescente, la mujer que busca casarse con un millonario. En cuanto puse en cuestión esa voz del hijo, empezó la investigación desde cero y fui desmontando esos relatos, empujados por el encono o el rencor, pero sin rigor histórico. Ni Botana financió su primera obra de teatro, ni era rico cuando se conocieron, ni ella había tenido un hijo a los 16. Toda esa fruta que se construyó sobre Salvadora sale de ahí, que es más que nada la narración del desencuentro de un hijo con su madre. Todo lo que se afirma en ¡Arroja la bomba! está chequeado, con años de investigación y el respaldo de las fuentes. El personaje de Salvadora es tan complejo que siempre fue más difícil ajustar la mirada y no seguir caracterizándola de esa forma «border».

–No es una biografía tradicional, sino que toma recursos de varios géneros.

–Es un libro transgénero. Creo que el ensayo le da un marco de soltura, pero también aparece la primera persona de la crónica, también la crítica literaria, e hipótesis sobre la política argentina. Y eso de alguna manera tiene que ver con que Salvadora es un personaje realmente complejo para abordar, porque intervino en distintos escenarios, la suya no fue una historia lineal. Hay tensiones y cruces todo el tiempo.

–¿Y cuáles son esas hipótesis que formulás?

–Por ejemplo, en referencia a la carta que le escribe Salvadora al dictador Uriburu, qué pasaría si pensamos a las cartas públicas como modos de intervención. Cómo se construye esa genealogía en la Argentina, y ahí se pueden trazar líneas entre Salvadora y Rodolfo Walsh, por ejemplo. O si pensamos en las ciencias ocultas y tiramos de ese hilo, ya que Salvadora fue teósofa. Hay hipótesis más subterráneas. Un personaje que siempre se ubicó al margen, como lo hizo Salvadora, permite pensar ese mundo y ver qué hay ahí: aborteras, ácratas, saberes contrahegemónicos, la picaresca de la política.


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(Foto: Télam)

–A diferencia de su amiga Alfonsina Storni y de Victoria Ocampo, Salvadora fue siempre una figura lateral y marginal para el campo cultural y político argentino.

–Totalmente, el libro analiza esa construcción. Algo que nunca me propuse fue construir una imagen de Salvadora como una lideresa. Me interesaba hablar más de lo colectivo, de lo social, los procesos históricos que atravesaron su vida. Me peleaba con la idea de construir una heroína. Primero, porque no lo era. Segundo, porque no me interesaba esa mirada de diccionario o enciclopedia. Es importante pensar a Salvadora como un síntoma de una época, y cómo se vinculaba con esa época.

–En el libro analizás su obra.

–Es una obra que se adelanta a plantear problemas, como la de Alfonsina. Cuestiona posiciones sociales, las diferencias de poder en esas posiciones. Por eso tiene momentos de gran soledad: una persona que habla sola y en su tiempo no tuvo demasiado eco. Es la soledad de las mujeres indóciles.

–¿Esos temas y esas luchas siguen teniendo actualidad?

–Seguro. Si pensás el proceso de estigmatización del anarquismo desde la desaparición de Santiago Maldonado, cómo entraron a allanar lugares, me parece que hay procesos de estigmatización que son muy similares a los de la década del ’10.

–¿Y cómo se relaciona a Salvadora con el feminismo?

–El feminismo no le pasó por el costado. Sin ser sufragista, apoyó la lucha por el voto. No era cultora de la militancia ordenada y orgánica, la que encontramos en un partido, pero siempre ponía a disposición su poder y capacidad de acción para distintas cuestiones y luchas. Tenía sororidad con sus amigas y compañeras. Y también a los hombres los veía como compañeros.

-Con el peronismo y Evita tuvo una relación complicada. ¿Qué generó esa tensión?

-Con Evita tuvo un gran desencuentro. Pensemos que el peronismo y el anarquismo tienen un mismo sujeto histórico, que es el pueblo. En ese sentido son populistas. Hay tensión ahí, en una representación del pueblo que está en disputa. Porque en el fondo no se entiende demasiado que Crítica no haya sido el diario que se ponía a disposición de ser la voz del peronismo. Si vemos el diario, en el fondo lo era. En la relación con Evita pudo haber aflorado la soberbia de Salvadora. No le daba bola. Fue un error histórico, y creo que se da cuenta demasiado tarde. Años después, empieza a reivindicar conquistas sociales que eran del peronismo. Y también empieza a leer mejor la figura de Evita dentro de las luchas plebeyas.