Buenos Aires, 13 de agosto de 2023

Hola, querido Tito:

No se si te acordás de mí porque hace un montón que no nos vemos ni hablamos. Soy Carlos y hasta que tuve 19 años me llamaba igual que vos. Después llegaron los trabajos y olvidé el apodo y cambié mi manera de presentarme. ¿Hice bien, hice mal? Quién sabe. Sin embargo, cada tanto se me acerca alguien y me pregunta: «¿Tito Ulanovsky?». No hay dudas: es mi pasado que vuelve sin que nadie lo llame.

Hablando de tiempos pasados, ¿te acordás qué hiciste el martes 20 de abril de 1954 a las cinco de la tarde?

Te ayudo con algunos datos: tenías diez años, usabas pantalones cortos, estabas en cuarto grado de la escuela República del Perú que quedaba a la vuelta de tu casa, en donde vivías con Simón, tu papá, con Adela, tu segunda mamá, y con Jorge, tu hermano. También estudiabas piano (eso que estudiabas es un decir, porque, sé que siempre lo lamentaste, no aprendiste demasiado por vago y se te había metido en la cabeza que querías ser baterista) en el Conservatorio Williams de Floresta y ya eras hincha de Racing, tan fana que cuando tu equipo perdía, llorabas.

A ese chico le gustaba mucho ir a algunos cines de los cercanos en el barrio para ver toda una tarde de películas, casi siempre tres, pero a veces cuatro, en especial, argentinas. Aunque le ponías actitud y pasión eras muy malo jugando a la pelota. Lo que querían tus piernas te lo negaba tu motricidad fina y tu cabeza. Leías diarios, la última página de la 5ª edición del diario La Razón que tu papá traía cuando volvía de trabajar: te fascinaban la sección de curiosidades llamada Divulgüelo, mucho antes de enterarte que los dos puntitos sobre la u se llamaba diéresis y la historieta Don Fulgencio (El hombre que no tuvo infancia), y, en la parte de abajo, los chismes de la televisión en ese entonces en blanco y negro.

Resulta que un día llegó al Conservatorio gente de la compañía de Angelina Pagano, una veterana actriz muy importante en esos tiempos, junto a otras dirigentes del Partido Peronista Femenino. Buscaban chicas y chicos para actuar en una obra de teatro, eso que ahora se llama casting o audición y que en aquellos tiempos vaya a saber qué nombre tenía. Eran los tiempos de «la nueva Argentina» en la que «los únicos privilegiados eran los niños». Tus padres no la iban para nada con Perón, porque decían que era nazi (tardaste en saber qué quería decir esa palabra con historia) y que todas sus conquistas obreras se las había copiado del socialismo.

Finalmente, eligieron a cuatro: dos nenas llamadas Gladys y Adriana y dos pibes, Oscarcito, que además era tu amigo del barrio, y a vos. Me resulta increíble cuando decís que no tenés la menor idea de por qué te eligieron, si antes te tomaron fotos, si probaron cómo era tu voz, si tuvieron en cuenta si leías bien o tu comprensión de textos era la suficiente, habida cuenta que tenías que aprender un papel. Lo cierto es que ese pibe que eras, que casi no había pasado los límites de Floresta, de un día para el otro, tuvo que empezar a viajar al centro para ensayar. Como a la una y media del mediodía te encontrabas con los otros tres compañeros y a bordo del ómnibus 119 viajaban hasta el mismísimo teatro Colón. 40 o 45 minutos de ida y otros tantos de vuelta.

La obra se llamó El sueño de Pelusita (Fantasía en cuatro cuadros) y vos personificaste al Capitán Botas. Salías vestido con un pantalón corto con tiradores de presunto estilo tirolés, con un sombrero con pluma, unas botas casi hasta la rodilla, dos números más grandes de tu medida y una espada de madera. Antes de empezar la función escuchaste cantar el himno nacional y «La marcha de los muchachos peronistas« que, aún hoy te emociona, aunque nunca la hayas aprendido completa. Nunca pude saber de tu boca si te dolía el estómago de miedo o si los nervios te secaban la boca. ¡Qué pibe sos! ¡Cómo no te acordás, pedazo de gil! Actuaste en un Colón de bote en bote y en un palco te miraba y te aplaudía el presidente de la Nación. Sí, claro: esa tarde estuvo Perón…

Eso podía haber sido una gloria eterna, pero sólo me contaste que arriba del grandioso escenario tuviste dos percances. En un paso ligero, de izquierda a derecha, tropezaste con la espada, que cayó al suelo. Te ibas a dar vuelta para levantarla, pero alguien te dijo «Seguí, no te preocupes, dejala» y vos le hiciste caso. La otra se comentó durante largo tiempo en encuentros familiares, porque en el final no seguiste la costumbre de reverenciarte mirando al público: transgrediste la ortodoxia y saludaste al revés. Eso, a mí, no sé a vos, siempre me enojó porque riéndose de tu aparente metida de pata lo único que consiguieron fue bajarle el precio a una aventura que para vida fue algo único.

Perdón por la lata. Empecé a escribir porque solamente quería preguntarte, y tal vez me fui por las ramas, si vos también pensás que aquella linda y fugaz experiencia artística (literalmente debut y despedida) habrá estimulado tu vocación posterior. Creciste y todavía lo seguís haciendo desde el periodismo, mirando, escuchando, entrevistando, aplaudiendo a actrices y actores y viendo obras y películas varias veces al mes. Y lo último: ¿te acordás el subido metejón que te agarró con una de las bailarinas del ballet infantil de Beatriz Ferrari? Ella era mayor que vos, beso ni hablar, ni siquiera le rozaste una mano, pero te enamoraste por primera vez, como debe ser, de un amor imposible.

Tito, cuando nos encontremos seguiremos hablando de esto y de otras cosas. Te voy a llevar una vieja fotocopia: el programa de mano de ese acto en el Colón. Lo tenés que conservar vos. Eso prueba que no lo soñaste. Me lo consiguió en 1995 Sergio Renán cuando era director del Colón. Ahí figura todo el elenco y dice que en el papel de El Capitán Botas actuó un tal Carlos Alberto Ulanovsky. No fue un sueño, chiquito.

Grande Tito, te quiero. Y aguante la Academia. (Imagino que seguís siendo hincha de Racing, ¿no?).  «