¡Paren el mundo que me quiero bajar!, gritaba Mafalda. Ocurrió, al fin. El planeta se detuvo, pero no podemos bajarnos. Con sereno fatalismo, aceptamos abandonar las avenidas tumultuosas de las grandes ciudades, las calles de los pueblos, los lugares de reunión, los cines, los bares, las canchas, y la vida cotidiana adquiere un sesgo minimalista: cada casa es un mundo. Y cada ventana, cada balcón, cada cuenta en redes sociales, también, abre la posibilidad de expresar el humor social, como ocurrió el jueves cuando un aplauso cerrado homenajeó la tarea de los trabajadores de la salud, la primera trinchera contra el virus, o como ocurrirá este martes 24, con el Pañuelazo, entre virtual y doméstico, que remplazará a la tradicional marcha por el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia.

El aislamiento social obligatorio nos cambia la vida, nos encierra, nos separa, también nos une en la certeza de que es esto, ahora y no la semana que viene, sino ya, lo que hay que hacer para salvar miles de vidas, que la curva de contagios se achate, que el sistema de salud sea capaz de absorberla. Las medidas extremas tomadas por el gobierno argentino, impensables dos semanas atrás, parecen haber venido para quedarse, nadie sabe por cuánto tiempo. Y las imágenes del enorme despliegue de hospitales móviles y recursos sanitarios que se conocieron este sábado nos preparan para un momento de la pandemia que todavía no llegó, pero que es un escenario posible.

Nuestro trabajo también se ha modificado. Si bien la tarea periodística quedó exceptuada de los términos estrictos de la cuarentena, la escalada de medidas nos llevó, primero, a liberar a los compañeros mayores y que tuvieran factores de riesgo, luego a disponer un laborioso sistema de trabajo remoto y, por fin, a exhibir nuestras credenciales para llegar a una redacción casi vacía. Y con todo, el volumen de información que ofrecemos a nuestros lectores se ha multiplicado en estos días de incertidumbre, porque necesitamos hacerlo, porque ustedes lo necesitan más que nunca.

La coyuntura, inédita, obliga a modificar las herramientas, pero el compromiso no cambia. Gracias al esfuerzo de los distribuidores y canillitas, la edición impresa seguirá llegando a los kioscos, y en nuestra web y nuestras redes sociales, a través del hashtag #ConTiempoEnCasa, seguiremos honrando nuestra responsabilidad de contar lo que sucede, sin estridencias, sin dobleces. Y aunque en esta difícil etapa renovamos el pedido de que asocien a Tiempo –porque son los lectores la principal fuente de ingreso de la cooperativa–, liberamos todos los contenidos para que puedan recibir, en sus casas, la información que necesitan.

El mundo, entonces, se detuvo. Tiempo sigue informando.