Previo a la pandemia, a Florencia Cahn le confirmaron que tenía una mutación genética que incrementaba los riesgos de padecer cáncer de mama y ovarios. Al estudio llegó porque su hermana, que la acompañaba en el consultorio, afrontaba precisamente cáncer de mama. Y quizás de forma intempestiva, con la terquedad de ser una reconocida médica infectóloga (es presidenta de la Sociedad Argentina de Vacunología y Epidemiología) y tener colegas en todas las especialidades, dijo: «Me voy a sacar todo. Primero me voy a sacar los ovarios y después las mamas».

Ese proceso en su cuerpo, la menopausia anticipada, las intervenciones quirúrgicas que le siguieron, los cuestionamientos hacia la manera tradicional de pensar la relación médico–paciente y la irrupción del Covid–19 que la tuvo de asesora presidencial junto a varios profesionales se transformaron en un libro que publicó días atrás por la Editorial Paidós. Su título anticipa una de sus mayores búsquedas como trabajadora de la salud, centrada en la empatía y en la necesidad (no siempre cumplida en nuestro sistema) de ponerse en el lugar del otro: Yo médica, yo paciente.

–¿Cómo surgió la idea del libro?

–Se da a fines del 2020, en un momento donde, junto a muchos colegas infectólogos, tuvimos visibilidad por la emergencia sanitaria del Covid. En ese contexto de aluvión de notas que dábamos a distintos medios me tocó hablar en Perros de la calle, programa de radio de Andy Kusnetzoff. De ahí salió una propuesta suya para transformarme en columnista en temas de salud –en julio ya van a ser tres años– y la editorial escuchaba mi participación. Así llegó la propuesta de escribir este libro que fue mutando de la idea original. Porque paralelo a la pandemia y a lo que nos venía pasando a todos, a mí también me venían pasando cosas que tenían que ver con mi rol de médica y mi lugar como paciente. Si bien ya de antes me venía cuestionando en cuanto a la formación y al funcionamiento del sistema de salud.

–En tu libro hablás de la necesidad de pensar a los pacientes como participantes activos durante la consulta. ¿Cómo lograste dar ese salto de un lado al otro del escritorio?

–Hay un problema en la formación académica, al menos en la UBA que es donde me formé, y es que no se enseña a ser empáticos, a tener una escucha con los pacientes, a entender que no son un número de cama ni de historia clínica sino personas a las que les pasan cosas. Que lo que les sucede en lo físico tiene repercusión en la salud mental, en la psicología y viceversa. Los seres humanos somos una integralidad. No podemos evaluar en compartimentos estancos. A veces en la vorágine del día a día y en un sistema de salud bastante bastardeado, donde los colegas están precarizados y hay pluriempleo, se pierde la posibilidad de entablar una relación médico–paciente. Eso permitiría tener una escucha, no funcionar como máquinas que miran los análisis y te dan medicamentos. Hace falta entender que hay mucho más detrás; y si podemos verlo, probablemente podamos ser de más ayuda.

–¿Esta mirada sobre tu profesión se profundizó cuando te confirmaron que tenés una mutación genética?

–Desde antes venía siendo bastante crítica de la poca actualización que tiene la currícula de Medicina; es prácticamente igual que hace decenas de años, con una mirada muy biologicista y poco integral de lo que es el paciente como ser humano. Todo eso que venía replanteándome terminó de decantar cuando me tocó a mí ser paciente. Fue confirmar que sigue siendo así y que necesitamos (los médicos) ser más empáticos y no dejar que el sistema nos lleve por delante. Con mis pacientes tengo la posibilidad (y sé que muchos colegas no pueden) de tener consultas mas largas y dedicarles más tiempo. A veces es más importante preguntarle cómo está, saber qué le esta pasando, en vez de pedir un estudio o revisarlo primero. No porque vayamos a reemplazar a un psicólogo o psiquiatra, sino para entender.

–¿Cómo fue trabajar y escribir en pandemia?

–Mostramos una parte en las redes pero esa no es la vida. Di seminarios, charlas para colegas en el aislamiento, notas para televisión, por Zoom donde se veía una parte y yo tenía cuatro drenajes, por un postoperatorio. Desde todas las especialidades tuvimos que trabajar muchísimo, fue una época nefasta para todos.

–¿Qué repercusiones tuviste entre tus colegas después de que publicaste el libro?

–Algunos que son docentes me dijeron «voy a recomendar este libro para que lo lean mis alumnos porque necesitamos que los estudiantes de Medicina, que van a ser los médicos que nos van a atender el día de mañana, tengan esta mirada». En el libro no pretendo acusar a nadie ni echar culpas. Tiene también mucha autocrítica, por momentos todos somos parte de un sistema que nos lleva por delante por eso es importante detenerse, ponerse a pensar y ver qué podemos hacer, transformar la protesta en propuesta. Los médicos no somos seres superiores que estamos arriba de un pedestal y damos órdenes. Cada una de las de las indicaciones o sugerencias que les hacemos a nuestros pacientes tienen que venir de la mano de una explicación. Lo que no nos pregunten en el consultorio van a ir a buscarlo en Google y es probable que lo que encuentren esté mal. « 

Mejorar la calidad de vida

Florencia Cahn da una definición de médico hacia el final de su libro: «ni todo lo sabe ni siempre cura aunque lo que sí debería hacer es ayudar a las personas a mejorar su calidad de vida». Su libro es un recorrido personal de un diagnóstico difícil pero también una huella histórica de cómo las médicas y médicos transitaron la pandemia. Y más aún, un llamado a repensar la escena compleja del vínculo con los pacientes. «¿Si es un camino a una medicina más humana? Suena un poco pretencioso, puede ser un granito de arena, me permito poner el tema sobre la mesa y ojalá sirva para que muchos colegas lo discutan –asegura Cahn–.Todo se da en un contexto de precarización laboral en el ámbito de la salud, de pluriempleo, maltrato. Es un planteo que no desconoce la dura realidad que nos toca vivir, pero trabajamos con personas que también están sufriendo y no puede ser que no tengamos empatía».