El pasado 2 de junio las putas estuvieron de fiesta en el barrio de Constitución. Y no era para menos: en el Día Internacional de la Trabajadora Sexual inauguraron la Casa Roja, su primer espacio autogestionado en la Ciudad de Buenos Aires. El local que les da abrigo está ubicado en el cruce de Santiago del Estero y Constitución, una de las esquinas más tórridas del populoso barrio homónimo, a pasitos de la plaza y la estación ferroviaria.

«No lo dude, este local es inédito en la Argentina. Por fin tenemos un lugar físico para juntarnos, discutir y darles una mano a las compañeras que sufren la persecución policial. Antes teníamos que apurar las reuniones en la Defensoría o en la piecita del Hotel Santa Cruz adonde vivo», dice Valeria del Mar Ramírez, trabajadora sexual trans con cuatro décadas haciendo la calle. Referente indiscutida del gremio, del barrio y del colectivo trans, Valeria milita en AMMAR, el sindicato que nuclea a las laburantes y principal motor de la iniciativa.

«Siempre hicimos territorio en el barrio: repartimos profilácticos, invitamos a las compañeras a las charlas de salud sexual y adicciones, damos información legal. Pero la verdad es que estábamos un poco divididas: las trabajadoras dominicanas sobre Cochabamba, las peruanas sobre Pavón, las argentinas cerca de Solís… había discordias. Creo que esta casa nos va a unir. Porque si estamos separadas, nos lleva puestas la policía. Las mujeres cis y trans tenemos que conocer nuestros derechos, porque si no, perdemos», dice Valeria y se le iluminan sus ojos esmeralda con rabia justiciera.

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(Foto: Edgardo Gómez)


Mientras ceba unos mates, Valeria pinta un oscuro fresco del presente. Explica que si bien el trabajo sexual no está penalizado en la Argentina, aun así la policía persigue a las trabajadoras. A la falta de reconocimiento de sus derechos agrega la discriminación que sienten de buena parte de la sociedad que ubica su trabajo como el más deleznable de todos y, de esta manera, las condena a la marginalidad.

«Es fundamental tener conciencia de clase, y que se reconozca el trabajo sexual como cualquier otro. Con derechos, obra social y sindicato. Por eso seguimos luchando», reafirma Valeria con un tono que recuerda a Ruth Mary Kelly, la pionera sindical feminista que impulsó la agremiación de las prostitutas en estas pampas durante el siglo pasado. Kelly resaltaba que la prostitución era un trabajo y debía ser pagado con dignidad, sin proxenetas ni policías. Creía que el día en que todas las prostitutas del mundo dijeran «somos trabajadoras», y en el que todos los trabajadores dijeran «somos prostitutas», se haría la revolución. Ruth Mary Kelly murió en 1994, poco antes de que se formara la primera Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina. El fuego de su lucha y las de otras trabajadoras como la sanjuanina Sandra Cabrera sigue ardiendo. El retrato de Sandra, víctima de un femicidio en Rosario en 2004, de hecho alienta a sus compañeras desde una de las paredes de la Casa Roja.

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(Foto: Edgardo Gómez)


Estado proxeneta

Valeria no tiene dudas. Los males que aquejan a las trabajadoras sexuales se han agudizado con las políticas sociales, económicas y de seguridad impulsadas por el gobierno de Macri. «Yo arranqué a trabajar en la época de los militares y me da la sensación de que en los últimos años estamos retrocediendo a ese pasado oscuro. Habíamos subido ocho escalones y ahora nos bajaron de un hondazo», arriesga Valeria. Después hace memoria de los años de plomo, las razzias de los ’80, los Falcon azules patrullando las calles, las noches en que se escondía con sus tacos debajo de algún auto para escapar de la brigada de moralidad y de los calabozos. «Eso había cambiado. Pero ahora con las reformas del código contravencional de Larreta estamos retrocediendo. Además la Bullrich le dio mucho poder a la policía. Si sos puta o vendedor ambulante estás jodido. Ahora le llaman operativos cerrojo pero es lo mismo de antes. La policía te lleva por la cara, por la vestimenta. Te ponen contra la pared, revientan los hoteles del barrio y les roban a nuestras compañeras».

Norma nació y se crío en Ensenada. Pero se curtió delegada de AMMAR en La Plata. Cuenta que el panorama en la ciudad de las diagonales es mucho más fulero que en Buenos Aires. «Es que somos pocas compañeras concientizando y haciendo territorio. Pocos cuerpos para frenar a la policía», lamenta con sus 30 años de laburo en la capital provincial. A la persecución de la Bonaerense se suman las miserias que trajo el plan económico: «La crisis se siente en todos lados. Lo que antes sacabas en tres o cuatro horas en la calle, ahora hay que estar un día entero. No alcanza para pagar el alquiler, mantener a los hijos, darles de comer… En el fondo, el Estado es el proxeneta nuestro. El que te pisa para no tener derechos, salud… Ni nos deja trabajar tranquilas».

La morocha platense agrega que consiguieron algunos bolsones de comida para repartir entre las compañeras. Pero no alcanzan. «No es raro ver de nuevo a chicas que habían abierto un kiosquito o un local en el Conurbano. Pasan acá por la Casa Roja a ver si les podemos dar una mano. Está brava la cosa», cuenta la rubia Valeria. 

En los últimos tiempos, Norma se gana unos pesos extra cuidando una casa con mascotas en Barracas, bien cerquita del local de AMMAR. Frente al puntivismo del Estado y el abolicionismo deja bien claro dónde se para: «Son posturas que están muy lejos del territorio. Deberían salir a las calles, averiguar quién quiere trabajar y quién no, en qué condiciones, y no pontificar desde un escritorio. Yo elegí mi trabajo de puta, es mi decisión. Y por eso es importante el sindicato y estos espacios. Dónde van a ir las putas a pedir una mano. ¿Al Estado ausente o a la comisaría que nos persigue? No, querido, la contención se encuentra en nuestras pares, compañeras que somos aliadas».

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(Foto: Edgardo Gómez)


Puertas abiertas

La Casa Roja de a poco va tomando color. «Este lugar no es sólo del sindicato, es para todo Constitución», arriesga Valeria mientras recarga el termo en la cocina. Los vecinos colaboraron a la hora de pintar la fachada, ayudaron en la puesta a punto del local y donaron muebles.

En su corta existencia, el espacio –que está abierto de 12 a 20 horas– albergó un concierto de los ardientes cumbieros de Sudor Marika y un recital de poesía. Además se brinda asesoría permanente a las laburantes y se ofrecen prendas en una feria americana para ayudar en el pago de la luz y el agua. Para integrarse al barrio también abren las puertas para que una vecina dé clases de apoyo a los pibes de la zona todos los viernes. «Al principio algunos padres venían con prejuicios –dice la docente a cargo Analía Maldonado–, pero con el pasar de las semanas se van sumando cada vez más chicas y chicos. Hay mucha necesidad en la zona».

Pincel en mano, Ramona le da los últimos retoques al mural que decora el fondo del local. En rojo shocking y negro terciopelo se lucen el paraguas símbolo de las trabajadoras, los afilados tacos, las medias de red y el portaligas. «Es como una metáfora que condensa la unión de todas las compañeras y ramas de nuestro trabajo. Históricamente siempre fuimos las parias, pero juntas tenemos fuerza. Por eso quiero mostrar la unión», explica esta pintora y diseñadora gráfica.

Ramona cuenta que empezó a trabajar hace dos años: primero como webcamer explorando las posibilidades de Internet, y luego pasó a los encuentros en el mundo físico. «Trabajé de todo en mi vida: bares, oficina, diseño… y en un momento empecé a plantearme el trabajo sexual como una alternativa laboral. Y no me arrepiento, estoy muy satisfecha con este camino que tomé para sobrevivir en este sistema que, en el fondo, trata a todos como putas. Lo tengo súper blanqueado con mi familia y amigos. Y si alguien no lo entiende, que siga su ruta».

Antes de cerrar la charla, las chicas posan para el fotógrafo de Tiempo. Un mensaje tatuado en una pared les cuida muy bien las espaldas: «Amor con AMMAR se paga». «

EL GREMIO

La Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (AMMAR) se formó en 1994 para luchar por el reconocimiento institucional y garantizar los derechos laborales de lxs trabajadorxs sexuales. Entre sus reclamos básicos está el poder inscribirse como monotributistas para tener acceso a obra social y jubilación. Desde 1995 integran la Central de Trabajadores de Argentina (CTA) y tienen presencia en diez provincias.