Décadas atrás se consideraba que la baja inserción laboral de las mujeres estaba relacionada a la poca presencia femenina en los ámbitos educativos, y por lo tanto los esfuerzos estuvieron destinados a promover su acceso a la educación. Sin embargo, 40 años más tarde nos encontramos con mujeres hiper capacitadas, que continúan encontrándose con barreras para insertarse laboralmente o desarrollarse. En 2018, la tasa mundial de participación femenina en el mercado laboral fue del 48,5%, 26,5 punto porcentual más baja que la de los varones. Desde 1990, esta brecha se ha reducido en 2 pp, y el grueso de la reducción se produjo en los años anteriores a 2009. En particular, en Argentina la tasa de actividad de las mujeres alcanza el 49,5% y la de los varones 68,7% (INDEC, EPH 1° Trimestre 2020).

Para abordar el entramado social que limita las posibilidades de las mujeres es necesario entender el peso de la excesiva carga de cuidado. En las áreas urbanas de Argentina el 83,4% de las mujeres que son madres realizan tareas de cuidado en el hogar, mientras que solo el 12,9% de quienes son padres lo hacen (ENES, 2015). Además, según los últimos datos nacionales del INDEC sobre el uso del tiempo, las mujeres dedican 6,4 horas contra las 3,4 que dedican los varones a tareas domésticas (cocinar, limpiar, hacer las compras) y de cuidado no remuneradas (de niños/as, personas adultas mayores, personas con discapacidad). Si sumamos el total de mujeres y el total de los varones mayores de 15 años, en una semana las mujeres dedican 42,4h a las tareas no remuneradas vs 17,3h de los varones, y a tareas remuneradas 15,2h vs 33,2h (CEPAL, 2017) respectivamente.

Esta distribución desigual de las tareas se traduce en dos escenarios: por un lado, en mujeres que no cuentan con tiempo para realizar tareas a cambio de una remuneración y, por otro lado, en mujeres que tienen una carga adicional de trabajo. Si sumamos el total de las horas de trabajo por día, observamos que en una semana la mujer trabaja 57,7h vs 50,5h de los varones (CEPAL, 2017). Solo con un sistema que promueva la corresponsabilidad del cuidado de todas las instituciones, sin recaer exclusivamente en las familias y sus dinámicas, es que las mujeres podrán tomar decisiones en libertad sobre cómo utilizar su tiempo.

Además de estas limitaciones, los roles de género por los cuales se justifica que las mujeres sean quienes cuidan, también impactan en sus posibilidades y aspiraciones y en los sesgos existentes en quienes seleccionan y promocionan al personal en las instituciones. Por un lado, se espera que las mujeres sean más sensibles, empáticas, y serviciales en relación a sus compañeros varones, por lo tanto, si una mujer condice con esta expectativa, no se lo valora -porque es lo que se espera de ella-, y si no condice con estas características, se la considera en falta.

Por otro lado, se suele asumir que las mujeres tienen o tendrán hijos/as y que las tareas de cuidado impedirán que se dediquen 100% al trabajo. Bajo el lema de “buscamos el mejor perfil” se asume que una mujer con hijos/as o en edad de tenerlos, no podrá asumir determinadas responsabilidades.

A esta variable de cuidado, se cruzan otras variables, como el nivel socioeconómico, la condición de migrante, la orientación sexual, el nivel educativo alcanzado, complejizando el abordaje en relación a la inserción real de las mujeres. Sin considerar estas variables y sus particularidades, será muy difícil desentramar la estructura social que impide el avance de las mujeres.