Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil; Giorgia Meloni en Italia, Benjamín Netanyahu en Israel, Bukele en El Salvador. La lista es más extensa y variada, pero sirve de pantallazo para graficar un fenómeno creciente en la última década: el avance de las extremas derechas. Algunas más conservadoras, otras más liberales. En ese proceso se inserta también la Argentina, con Javier Milei y La Libertad Avanza. ¿Pero de qué hablamos cuando hablamos de “los libertarios”? ¿Es igual que Trump o Bolsonaro? ¿Qué lo relaciona y qué lo diferencia de sus “colegas” ideológicos?

Para profundizar el debate, Tiempo habló con un investigador cuyo tema predilecto gira, justamente, alrededor de las extremas derechas. Gonzalo Fiore Viani es abogado, magister en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional de Córdoba, y actualmente está finalizando su doctorado en Relaciones Internacionales en la Universidad Católica de Córdoba con una beca doctoral del CONICET.  

Publicó los libros Una Globalización Antiglobalista y Hagan Lío. Es docente en la carrera de Relaciones Internacionales de la Universidad Anáhuac de Querétaro (México) y en la Universidad Blas Pascal de Argentina, y dictó cursos de posgrado en la Universidad Nacional de Córdoba. De la ausencia de nacionalismo y la importación de símbolos partidarios al factor de los jóvenes varones, una charla necesaria, a días de una elección crucial.

–¿Cómo ves al fenómeno Milei en la Argentina? ¿Era esperable este contexto?

–En un contexto con un porcentaje de pobreza alto, con la inflación más alta de los últimos 30 años, y la consecuente perdida de poder adquisitivo de las clases medias asalariadas, era hasta lógico que algo así pudiera pasar. Tenés prácticamente una generación entera que lo único que vivió fueron frustraciones económicas y políticas en su vida. Yo tengo 32 años, me recibí del secundario en 2008, en 2001 tenía 10 años, lo suficientemente grande para tener recuerdos claros de la crisis, y después para vivir con plena consciencia la época del kirchnerismo donde además nos hablaban a nosotros, los jóvenes, que hoy ya tenemos 30 o 40 años. ¿Hoy quién les habla a los jóvenes? En este lapso, el mundo cambió un par de veces y la política no tomó nota de eso: las nuevas formas de trabajo autónomas, las plataformas, las apps, el trabajo no registrado, la exportación de servicios. Por curiosidad intelectual fui a ver a Milei en un acto en la ciudad de Córdoba tiempo atrás. Y me impresionaron tres cosas inmediatamente: primero, la cantidad de chicos con mochilas de delivery. Segundo, que casi no había mujeres, y las que había era porque estaban con algún chico. Tercero, gente de todas las clases sociales, pero sobre todo jóvenes. Había algo ahí.

«Copia mal hecha»

–¿Qué lo asemeja y qué lo diferencia de otras derechas en el mundo como el trumpismo, el bolsonarismo o Vox?

–Hay diferencias y similitudes entre todos. La gente de LLA tiene relación con el trumpismo, los Bolsonaro y Vox, porque todos ellos están nucleados en The Movement –El Movimiento– de Steve Bannon, el ex asesor de Trump, además de que tienen distintas instancias de colaboración en foros propios de ellos. De hecho, en octubre del año pasado estuve en Madrid durante un acto de Vox donde también habló Milei y Giorgia Meloni, cuando todavía no era primer ministro de Italia. Y ahí tenés in situ la primera cuestión: al igual que en los actos de Milei, hay una enorme predominancia masculina de varones jóvenes, pero en el caso de Vox es distinto, se nota que el origen social es otro, con una estética muy similar a la clásica derecha europea, filofranquista o filofascista. En Vox hay dos corrientes económicas: la ultraliberal de Santiago Abascal, y la de gente como Jorge Buxadé, que es falangista, y tiene una mirada económica mucho más social, como la de José Antonio Primo de Rivera, el fundador de la Falange. Es más similar a la del fascismo, el corporativismo… Meloni también tiene más que ver con eso, en sus últimas medidas en Italia, por ejemplo, metió un impuesto único del 40% sobre las ganancias inesperadas de los bancos. Sería impensado que Milei haga algo así. Meloni defiende a la “familia tradicional”, critica el “lobby LGBT” y tiene rasgos xenófobos e islamófobos al hablar de la “violencia islamista” y la inmigración africana, pero al mismo tiempo critica las “finanzas internacionales” y el capitalismo financiero. Habla de un capitalismo productivo, del valor del trabajo nacional, de un Estado presente. Es un discurso mucho más cercano al fascismo clásico, y además es ultra nacionalista. 

–¿Y con Trump?

-Hay elementos en común de Milei con Trump, pero que tienen más que ver con una copia mal hecha, una importación forzada de la cultura política estadounidense, el libertarianismo no tiene una tradición política en la Argentina, no tiene una raíz desde donde pararse, te hablan de Alberdi o de los conservadores de la generación del ‘80, o de los conservadores pre peronistas de la década del ‘30, pero ¿Cómo los van a reivindicar si por ejemplo, la Ley 1420 de educación común, gratuita y obligatoria se promulgó en el gobierno de Roca, o el Banco Central se estableció en el gobierno de Justo, todas cosas de las que ellos están en contra? Es un “liberalismo” extraño… Tiene más que ver con la tradición estadounidense de lo que se denomina la corriente “paleolibertaria”, otros lo llaman “anarcocapitalismo”, gente como Murray Rothbard, que en un momento incluso se pelea con Ayn Rand por ser demasiado extremista. Trump no tiene tampoco que ver con eso. Trump fue la expresión de los sectores rurales del interior profundo y de los trabajadores empobrecidos de los ex cordones industriales, sumado a cierto conservadurismo popular de los farmers y las clases medias bajas. La idea de comprar estadounidense, de relocalizar las fábricas, y un discurso ultra nacionalista, que no tiene mucho que ver con el que los libertarios tienen acá.

Con Bolsonaro sí pueden tener más en común, en la figura de Victoria Villarruel. Por ejemplo, puede haber comparaciones con Hamilton Mourau, el vice de Bolsonaro, que era militar. Villarruel viene de esa tradición, ella es quien ancla a Milei con alguna tradición política en Argentina, que él no tiene. Debe ser el único extremismo de derecha que en lugar de ser xenófobo (que también lo es) odia a su propio país y es anti nacionalista. Trabajo extremas derechas hace años y casi no existen casos similares en el mundo.

Milei y el hijo de Bolsonaro.

«Parece detestar al país»

–¿Cómo ves esa particularidad del antinacionalismo en La Libertad Avanza? 

–Es curioso, porque otros populismos de derecha (Meloni, Trump, Órban, Bukele, incluso Bolsonaro –que siempre salía con la camiseta de la selección brasileña a tal punto de que se había convertido en un símbolo bolsonarista–), tienen un discurso muy nacionalista, de reivindicar los supuestos valores y un supuesto pasado de gloria de sus países. Este fenómeno en Argentina no tiene eso, porque no están inscriptos en ninguna tradición popular nacional, y si quisieran reivindicar alguna –la década de los 30, la última dictadura– no pueden porque es muy impopular. Igual tampoco sé si todos en LLA la reivindican, claramente se trata de un movimiento amplio y no sé si todos piensan igual. Ahora, lo que sí reivindican en su mayoría dentro del espacio es al menemismo. Algo curioso, porque surgió del peronismo, y tampoco tenía un discurso abiertamente antinacional y antiargentino. Los libertarios, sobre todo su militancia en redes sociales, parecen detestar al país. Creen que el país está en deuda con ellos, y además idealizan a otros países, sobre todo los Estados Unidos (no tanto Europa, como sí hacen más los identificados con Juntos por el Cambio). No sé si esa idealización será producto de la ignorancia, de que no han viajado lo suficiente, o viajaron pero fueron solo a los lugares turísticos, o que no han leído, o si es mal intencionada para socavar los valores argentinos, o más bien es algo instintivo, que no saben bien de dónde surge; no lo sé, pero claramente es un elemento diferenciador del movimiento libertario con otros “similares” que han surgido alrededor del mundo en los últimos años.

Gonzalo Fiore Viani.

–¿Cómo influyen las redes y los medios en el crecimiento de estos sectores?

–Las redes sociales se han convertido en una herramienta fundamental para discursos extremistas, que se retroalimentan entre sí. Muchas veces, esto se realiza desde cuentas falsas o de trolls, potenciadas o financiadas por los mismos partidos políticos en algunas ocasiones, pero en otras directamente se da por iniciativa propia de la militancia de los candidatos, lo que lo hace aún más complejo para pensar recetas que puedan ser de utilidad a la hora de contrarrestar la situación. Esto pasa mucho en X (ex Twitter) pero, en el caso argentino, por ejemplo, mucho más en redes como TikTok. Ahí, el formato de videos de corta duración y efectistas plantea desafíos diferentes en comparación con otras plataformas tradicionales basadas en textos. La limitada duración de los videos dificulta proporcionar contexto y verificar la información presentada, lo que convierte a la plataforma en un terreno fértil para la propagación de discursos de odio y desinformación. Además, TikTok diseña algoritmos para mostrar a los usuarios contenido basado en sus intereses, creando microclimas que refuerzan aún más las creencias y sesgos ya existentes en determinados grupos o sectores sociales. Todo eso contribuye a la radicalización. Además hay algo claro: el resto de la política llegó tarde, y no parece entender el fenómeno del todo. Milei no es alguien que usa redes sociales: es alguien que directamente surge de ahí, las entiende, las maneja, en ese sentido, es similar al uso que le daba Trump, aunque multiplicado; porque quizás él no es un gran tuitero, sino alguien que se maneja mucho mejor en los estudios de televisión, pero lo que tiene es una gran cantidad de militantes orgánicos e inorgánicos que están permanentemente haciendo memes, creando narrativas, difundiendo fake news, con un lado aún más oscuro que es el del doxing, el acoso, el bullying, cosas jodidas. En las redes se alcanza a ver una violencia incipiente que no sé si se quedará ahí o efectivamente va a trascender en una escala mayor las fronteras de internet, lo cuál sería mucho más peligroso. Creo que todavía estamos a tiempo de pararlo y bajar un cambio, pero si eso se sigue retroalimentando podemos ingresar en una fractura muy complicada de resolver.

«Ideal de masculinidad»

–El uso de la motosierra, el dólar… ¿sorprende la extranjerización en los símbolos de campaña de la derecha argentina?

–Esto se conecta con lo que veníamos hablando respecto de la violencia, que también es algo muy propio de la ultraderecha estadounidense, mucho más asociada al uso de las armas y la violencia. Hay un ideal de masculinidad que se puede ver en algunas publicaciones de redes sociales de militantes libertarios, que no encarnan ellos, pero que les gustaría encarnar de alguna manera, y eso es muy de la derecha estadounidense. No es algo nuestro. Acá eso hasta hace poco era visto como algo risible, poco serio, que no infunde respeto, que tiene que ver más con las redes sociales estadounidenses o cierto estereotipo masculino de un sector de allá, más bien de las clases bajas, ni siquiera de las capas medias. En los movimientos de extrema derecha europea los jóvenes tampoco corresponden a ese arquetipo, en general. También, los libertarios argentinos han hecho cierta reivindicación de personajes de películas estadounidenses, traders, o más bien estafadores, gente como Gordon Gekko, Jordan Bellfort, esa idea de “lobo de Wall Street”; mal entendida, porque las películas, para cualquiera que no sea un adolescente impresionable, te dejan una lección de que el éxito no es justamente el que encarnan esos personajes, sino todo lo contrario, pero bueno… acá hay mucho varón joven de nivel educativo medio que quedó en una especie de “no lugar” con la irrupción del feminismo, que está asustado, dolido, sumado a la cuestión económica, y que se crió con podcasts o videos de YouTube de streamers estadounidenses, que hacen todo un culto de eso, que les dan un lugar que no tenían en sus grupos de pertenencia, y que después encontraron en las redes sociales. Aclaro: de ninguna manera ni los feminismos ni las diversidades tienen un mínimo de responsabilidad en esto. Son, justamente, esos propios varones los que no supieron qué hacer con lo que pasaba.

Foto: Captura de video

Siguiendo con lo de la extranjerización, creo que el primer símbolo extranjero que usaron es la bandera de Gandsen, la amarilla con la serpiente y la leyenda Don’t Thread on Me, algo así como “no pases sobre mí” o “no me pises”. Es una bandera de 1775 que tiene que ver con la cultura popular de los Estados Unidos, pero que acá nadie la usaba, salvo algunos freaks o gente muy ideologizada, muy de nicho, pero no mucho más. No tiene nada que ver con nuestras derechas o con nuestros liberales. Después, el uso de la motosierra, ese tipo de teatralización, directamente es importado de los Estados Unidos, como no tienen tradición local la están “inventando”, y la forma de inventar es directamente copiarla, y eso también explica que importen discursos que no están en agenda ni nunca fueron parte de la discusión política argentina: el tema del uso de armas, que acá no le importa a nadie, no creo que mucha gente vote a Milei por eso, sino por la economía, y en gran parte por la bronca con la política, pero no por ese tipo de ideas que no tienen nada que ver con nuestra tradición. Ahora habrá que ver qué tanto empiezan a insertarse en Argentina; dependerá del éxito electoral y la consolidación o no de las políticas y el movimiento que proponen. Quizás también empiezan a volverse originales y crean algo nuevo. Macri también se mostraba como alguien que tenía más que ver con los Estados Unidos que con la tradición argentina, en un principio con el Partido Demócrata, incluso el slogan del “sí, se puede” fue directamente una copia del “Yes We Can” de Obama. Lo que pasó después es que Macri quedó pegado a Trump, y hace tiempo que no puede jugar esa carta.

La justificación de que «no va a hacer lo que dice que va a hacer»

–Llama la atención que, a diferencia de Macri en 2015 que prometía no tocar nada de lo que estaba bien y que después claramente no cumplió, en este caso Milei anuncia sin reparos todo lo que quiere hacer, y son grupos de votantes de LLA los que lo relativizan diciendo «bueno, pero no va a hacer todo lo que dice que va a hacer”.

–Totalmente. Pasa que hay un sector del electorado de Milei que lo vota más por una bronca contenida contra la política que porque efectivamente crea en sus propuestas. No hay manera de que, de repente, el 30% de los argentinos se haya vuelto paleolibertario o anarcocapitalista. No es así. Pero sí es verdad que un porcentaje grande de argentinos cree que no se puede estar peor. Yo creo que están equivocados. La misma Maria Eugenia Vidal lo dijo hace poco, cuando citaba el 89 y el 2001: se puede estar mucho peor, lo que pasa es que la mayoría del electorado, varones jóvenes, no vivieron esas épocas, y tampoco las estudiaron demasiado.

–Por lo que viste y estudiaste de las extremas derechas en otras partes del mundo. ¿Cómo se las ha enfrentado? ¿Enfocándose en qué cuestiones?

–Con más y mejor política. Creo que la mejor y más eficaz manera de enfrentar este tipo de discursos y movimientos es creando futuro, proponiendo nuevas cosas, eso que dijo Kicillof de componer nuevas canciones. Hace tiempo que estoy convencido de que la cosa va por ahí. La primera campaña de Thatcher era “no hay alternativa”, y eso en gran parte fue un triunfo de este tipo de discursos. Por eso hay que buscar una narrativa propia, no salir permanentemente a responder o a perseguir la agenda que ellos proponen, sino a crear una nueva. Una que proponga un sistema más humano, al ser humano por sobre el capital; demostrar que, efectivamente, hay alternativa. De hecho el Papa Francisco es uno de los principales enemigos de estos movimientos tanto en Europa como en América Latina, quizás porque es uno de los pocos que se anima a desarrollar una alternativa real. Como él mismo ha dicho, la solución al sistema actual “no es precisamente más individualismo, sino lo contrario, una política de fraternidad, arraigada en la vida del pueblo”. Los movimientos populares tienen que recuperar la capacidad de llevar adelante proyectos políticos transformadores, con capacidad de solucionar los problemas concretos de los ciudadanos de a pie. Como decía el inglés Mark Fisher: “Hay que inventar el futuro”.