La comisaría, la iglesia, la escuela, el juzgado de paz, la estación. Naicó tiene todas las instituciones típicas de cualquier comarca argentina. Pero todas están en ruinas. Sin embargo, este pueblo «fantasma» de La Pampa, a solo 45 kilómetros de Santa Rosa, aún sobrevive. Un habitante perduró en el tiempo y en los últimos años se sumó un matrimonio que encara un proyecto de turismo rural exploratorio visitado por hasta 150 personas los fines de semana.

Ellos restauraron el viejo hostal donde el año pasado volvieron a celebrar el aniversario del pueblo tras medio siglo sin encuentros populares. Allí empezaron a cocinar carnes salvajes y hoy es un éxito. Una esperanza para cientos de pueblos en peligro de extinción que pueden encontrar en el turismo rural el antídoto que los haga sobrevivir y expandirse.

Una T

Con la población originaria habitando sus tierras, el teniente coronel Enrique Godoy recibe órdenes (en tiempos de la campaña de Julio A. Roca) de ocupar Naicó, algo que logra el 2 de mayo de 1879 con 135 soldados «y 21 indios amigos», según su relato.

Como en casi todo el país, el auge de los pueblos fue marcado por la llegada del tren. En 1910 arribó una figura clave: el vasco Fortunato Anzoátegui, quien impulsó la explotación forestal en zonas cercanas a la estación ferroviaria. «Su empuje lo llevó a instalar 70 familias de ‘colonos rusos’, tal como los llama, y comienza a preparar la fundación de un pueblo con vistas a un futuro fraccionamiento de la tierra», cuenta a Tiempo la secretaria de Turismo de La Pampa, Adriana Romero.

El 28 de mayo de 1911 fundó el pueblo Ministro Lobos en honor al ministro de agricultura del presidente Roque Sáenz Peña: Eleodoro Lobos. «El nombre asignado fue Ministro Lobos Estación Naicó, con la particularidad de que el pueblo tomó forma de letra ‘T’, estando la estación en la parte superior y Ministro Lobos alineado sobre la parte inferior», continúa. Durante la época próspera, llegaron a circular 40 vagones diarios con 30 toneladas de leña de caldén. Hace casi un siglo, Naicó (que en ranquel significa «agua que baja») tuvo 600 habitantes.

Como a la mayoría de los pueblos, lo afectó la ida del tren. Primero cerró el de pasajeros hace más de cuatro décadas, y en 1991 el de cargas. Pero antes lo empezó a lacerar el cambio en las condiciones productivas y ambientales. No sobrevivió a las nuevas épocas. El agotamiento de los montes de caldén, la desvalorización de la madera y su reemplazo por el carbón y el petróleo, y la crisis del ’30 hicieron languidecer esta actividad depredatoria. Durante la Segunda Guerra Mundial, tanto el caldén como el algarrobo fueron empleados para hacer parqué de calidad, en reemplazo del roble europeo y norteamericano. Nuevamente el monte pampeano fue depredado, esta vez con un valor agregado superior.

«Con la aparición de materiales sintéticos, pisos de goma y tratamientos químicos para endurecer las maderas blandas, se eliminaron del mercado el piso de caldén y algarrobo y cerraron las fábricas pampeanas. Hacia 1951 se produjo otro ciclo de sequía que también redundó en perjuicio de los agricultores –acota Romero–. Naicó es una de esas poblaciones decrecientes con los cambios sociales, ambientales y en el uso de la tierra operados durante el siglo XX y la jerarquización de las rutas en detrimento del ferrocarril. En pocas décadas, perdió su protagonismo como pueblo-estación y pasó a la invisibilización y el abandono». Las grandes tormentas que volaron techos, el vandalismo y las ruinas hicieron el resto.

El Hostal.

Naicó: la vida después de la vida

Más allá de que en el padrón figuran cinco habitantes, tras todo el proceso de agonía del pueblo quedó una sola familia sobreviviente: la de don Matías Alberto Kin, Mary y su hijo Daniel, aunque Matías es el único con domicilio en Naicó, el resto suele ir a Santa Rosa. Hombre de pocas palabras, suele ir al monte o salir poco de esas cáscaras de manzanas y galpones que guardan recuerdos de las matinés y la proyección de películas en una comunidad que sembraba, criaba animales y se movía en bloque. Algunas memorias quedaron encriptadas en las paredes ruinosas.

«Naicó es un caso icónico, porque ahí están resumidas todas las particularidades que hacen de La Pampa un territorio especialmente apto para recuperar identidades y cumplir sueños –remarca Leandro Vesco, periodista y escritor, que está preparando su nuevo libro sobre lugares desconocidos de esa provincia–. Es un pueblo fantasma, en ruinas, que hace muchísimo ha dejado de tener actividad, donde vivió un solo habitante que resiste a esa tormenta del olvido».

Pero Kin ya no está solo. Hay un matrimonio que se encargó de volver a poner a Naicó en el mapa. A mediados del 2017 Jessica Pundang y su esposo Marcelo Altube (originalmente plomero y electricista) adquirieron un viejo hostal: «mirando por internet él encontró que estaba en venta el lugar, las fotos eran muy bonitas, se podía ver todo el valle. Antiguamente lo había agarrado un tornado, incendios, estaba un poco deteriorado, quedaba mucho por hacer. Estuvimos varios meses cerrados».

Jessica y Marcelo en el Hostal Naicó.

La primera actividad fue en noviembre de 2017 cuando los visitó un grupo de doce jinetes: «primero se acercó uno y consultó si ya pensábamos abrir, le decíamos que no, que estaba muy sucio. Nos dicen: ‘mirá, vamos a hacer 40 kilómetros a caballo, lo único que queremos es algo para ducharnos, una buena cama y un buen asado. Con eso es suficiente‘. Ahí empezamos».

Después vino la inauguración oficial el 14 de febrero de 2018, la promoción en redes sociales y medios de la zona, las consultas de la gente que se empezaron a multiplicar. Luego llegó la pandemia, y el boom turístico pampeano postcovid. «La gente se siente identificada con nosotros, nos recomiendan todos. Hoy tenemos un turista belga, hemos tenido suizos, italianos, yanquis», describe.

En época de clases van a Santa Rosa, al no haber escuela ni posta sanitaria en Naicó. «Está en ruinas, apenas hay luz y agua. Cuando llegamos pasaba que nos quedaba la tranquera sin candado y venía la gente y entraba, se instalaban a tomar mate, hacer asadito. Al ver todo eso nos dio la pauta de qué podíamos hacer. Dijimos ‘vamos a iniciar con actividades a ver qué pasa'», cuenta Jessica, que antes era empleada de comercio.

Una clave es la oferta gastronómica autóctona. La estrella en ese sitio –que antaño fue un lodge de caza– es el cabrito a las finas hierbas, con cabra colorada. Cordero al disco, ciervo al champignón, escabeches de jabalí, jamón crudo de cordero, de las pocas zonas del país que lo ofrece. Jessica avizora el futuro con un dilema: «si nos ampliamos demasiado perdemos nuestra atención personalizada. El turista que nos visita además de disfrutar las comidas caseras pampeanas, destaca mucho la atención y el poder hablar con nosotros, intercambiar ideas. Si nos abrimos al turismo masivo eso se pierde».

A ellos se le suma el Destacamento de la Patrulla Rural y la presencia en ascenso de la Secretaría de Turismo que busca ensalzar el valor patrimonial del conjunto de la estación de tren, el Puente Negro, el cementerio, la Virgen del Valle, en un pueblo que con los años se volvió lugar de picnic o asados de visitantes al paso. «Cuando viajo por La Pampa me llaman la atención los paradores ruteros, parecen cuadros de una road movie, con sándwiches increíbles, como El Tentador de Rancul y Las Dos Rutas en Paraje Buodo –acota Vesco, que también lleva adelante la ONG Proyecto Pulpería–. Es un territorio que todavía no está contaminado por el turismo masivo, con beneficios naturales increíbles, lejos de ese prejuicio de que en La Pampa hay solo desierto”.

Gastronomía autóctona con animales salvajes del monte.
El Pensamiento

Leandro Vesco es presidente de la ONG Proyecto Pulpería que busca revalorizar la vida rural en territorio bonaerense, ayudando «a que pequeños pueblos y pulperías no desaparezcan del mapa». Desde hace diez años trabajan en El Pensamiento (Coronel Pringles), donde fundaron la biblioteca, llevaron internet y agua potable a la escuela. Ahora el Almacén de Ramos Generales de ese pueblo de 4 habitantes quedó en alquiler. «Hicimos una convocatoria provincial para que una familia pueda hacerse cargo del Almacén, dentro de un circuito de turismo rural. Será un actor fundamental en la recuperación del pueblo. El alquiler es muy accesible y tiene las sierras de Pillahuincó como telón de fondo».

El potencial del turismo rural, que va más allá de las estancias

Naicó, declarada Sitio Histórico de la Nación en los ’40, guarda historias de soldados, indígenas, pioneros, luchas obreras, el ferrocarril. En el último tiempo le instalaron cartelería interpretativa, arreglaron los baños de la Estación y ya está aprobado el acuerdo de La Pampa con el Ministerio de Obras de la provincia para construir un local de proveeduría y servicios básicos al lado de la vieja comisaría, junto con una oficina de turismo. Sobre todo para agregarle presencia permanente y evitar vandalismos. “La planificación implica contemplar a los servicios que se requieren para que el lugar pueda ofrecer experiencias conectadas con la historia, el patrimonio, la conexión con la ruralidad, con recursos interpretativos específicos, por ejemplo capacitando a guías de sitio”, menciona la secretaria de Turismo, Adriana Romero.

Pero Naicó no es una excepción. La Pampa tiene más de un pueblo con escasos habitantes que luchan contra el olvido. Hucal es un caso similar de increíble patrimonio ferroviario. Allí trabaja la ONG Hucal Despierta. “Pero la inversión que debería hacerse para recuperar la Estación, los galpones y otras construcciones está fuera de sus posibilidades”, se lamenta Romero, que encuentra en el turismo una posible salida para el crecimiento de estos lugares. De hecho La Pampa creció fuertemente en este sector tras la pandemia. “El turismo rural sigue desarrollándose con experiencias maravillosas que pueden disfrutarse en cada establecimiento. Lo rural va más allá de las estancias, que fueron las pioneras. Incluye a los pueblos rurales, las rutas temáticas, el turismo de fe, la gastronomía, la ruta de la sal, la Ruta de las Artesanías del Oeste Pampeano, el Turismo del Vino y otros, ya que nuestro contexto es rural por historia e identidad”, resalta.

Y completa: “el turismo -no es ninguna novedad- es creador de oportunidades y de emprendedurismo, especialmente con relación a las mujeres y los jóvenes. Es una herramienta fantástica para el progreso, el cuidado ambiental y la protección del patrimonio”.

Vinos pampeanos, otro sector de la provincia como conocido en el resto del país.
Una Red de Almacenes de Ramos Generales

«El matrimonio que adquirió el Hostal revalorizó el valle de Naicó y transformó a ese pueblo donde no había nadie en un destino de turismo rural, de relax, de conciencia y conexión. Por fin de semana pueden llegar a ir hasta 150 personas. Es un caso que demuestra que los lugares donde alguna vez hubo movimiento se puede modificar a través de emprendimientos de turismo con bases solidificadas en la honestidad de la propuesta, del menú y en un trato personalizado».

Leandro Vesco destila emoción y pasión cuando habla de casos como el de Naicó. Menciona el plus de la «desconexión del modo urbano» y se refiere a La Pampa como «la otra Patagonia. Es un territorio muy poco explorado, en un país donde hay tantas regiones, tantas rutas y tantos destinos consolidados. Hace años comencé a sentir que ese mapa me llamaba, comencé a realizar viajes periódicos allí y hoy estoy escribiendo un libro que recoge historias tierra adentro».

Agrega que la provincia incluso tiene bodegas «poco conocidas y de gran calidad; la amplitud térmica permite que crezcan vides con característica bien pronunciada, vinos con una personalidad y color únicos, muy diferente a los cuyanos. También está la carne pampeana, de las mejores del país

Y destaca a las hosterías de pueblo: «La Pampa tiene una Red de Almacenes de Ramos Generales donde se forjaron las identidades de pueblos, que muestran cómo fue la vida pampeana hace un siglo atrás. Y se mantuvieron de una manera casi mágica. Como La Moderna en General Acha con vajilla enlosada (que incluso va a abrir un local en Miami), o el del Gallego en Ataliva Roca, son máquinas en el tiempo. Ahí el tiempo pasa de otra manera».