Gordo, peludo y de color negro. Así lo vi la primera vez al chinchillon anaranjado durante una travesía unos años atrás entre paredes rocosas en el noroeste santacruceño, en la patagonia argentina

En aquel momento, el guía recomendó mirar siempre para arriba durante un tramo de montañas, curvas y contra curvas. Todos le hicimos caso. Las paredes rocosas “algo escondían” y teníamos que descubrirlo. Parecía imposible, pero de pronto, un bicho regordete y peludo se veía claramente acurrucado en el filo. A contraluz, su color era casi negro pero al girar un poco casi se percibía un color claro. Beige. O café con leche, como esos gatos domésticos a rayas claras. Y quedó ahí, la anécdota. 

Foto: Fundación Rewilding

Diez años después, ahora, casi en la misma zona, del noroeste santacruceño, entre los senderos para caminar en los paisajes infinitos, la sugerencia fue iniciar la caminata en busca del “chinchillón anaranjado”. 

Fuerte fue la curiosidad, porque el tiempo transcurrido desde el primer avistaje de este enorme roedor, propio de la región, endémico y que sólo compartimos con el sur de Chile como las regiones de Aysen y Magallnes, acrecentó su imagen. 

Entre la primera vez y esta, la propuesta prometía revelar su escondite. Y fuimos, a paso lento, por uno de los senderos demarcados que son la novedad de la Patagonia en cuanto a opciones para disfrutar de la naturaleza. 

Sucede en la reserva privada que abarca el Parque Patagonia Argentina en el portal de acceso Cañadón Pinturas entre los paredones rocosos del río Pinturas, en Santa Cruz. Allí se resguarda a las pinturas rupestres, y Patrimonio de la Humanidad Cueva de Las Manos. Pero aquí, sobre la margen opuesta, el sendero señalizado con pequeñas flechas dibujadas en tabiques de madera sobre el suelo, indican que vas por  la senda. Por momentos parecieran señalar el infinito. 

Foto: Fundación Rewilding

Es de tarde, el guía nos asegura que es mejor, porque el comportamiento de este roedor gigante es salir a tomar sol, asolearse. Pasan los minutos, el paso es tranquilo, el cielo despejado, el solcito nos caliente el cuerpo sobre el cual llevamos desde camisetas térmicas hasta camperas, cuello y gorro “polar”. Y agua. Siempre. 

Se arranca desde un sector del campo que perteneció a una estancia de dos siglos,  “La señalada”, donde para este verano está todo listo con “baños secos”. Entre las instalaciones, hay unos acampes, unas especies de corrales o circunferencias demarcadas con troncos, todos igualitos y que hacen de refugios para los senderistas y excursionistas. 

Vamos por arriba. Y eso es mucho, porque estamos a unos 600 metros de altura, sobre la cima, digamos, de lo que en el borde se descubre como los paredones del cañadón que acompaña allá abajo, bien abajo, al río Pinturas. Durante un descanso y casi arrodillados para no ser volados por el viento, hasta se ve una manada de guanacos que cruzan el río y se detienen para tomar agua. Con teleobjetivos se ven, a simple vista: son manchitas en el paisaje. 

Los cañadones son una formación rocosa que a modo de cremallera gigante se pierden en el paisaje y uno apenas está acostumbrado a verlos en fotos. Por eso, caminar sobre este mundo del terciario, despierta la adrenalina del pionero, una sensación de ser los primeros que estamos aquí, que pisamos este suelo de roca casi de color rosa morado con líquenes pegados de varios colores y del infinito al alcance de nuestros sentidos.

Foto: Fundación Rewilding

Cuando promedia la tarde y casi nos olvidamos del “chinchillón anaranjado”, el guía nos pide más silencio del que venimos haciendo. Se adelanta y apura suave su paso y busca entre las grietas de las rocas y del paredón al famoso roedor que en las fotos se parece a un conejo gordo despeinado y de orejas cortitas.

Quizás en estas líneas, no te resulte espectacular ver un ratón gigante. Pero para los amantes de la naturaleza en estado silvestre, llegar a lo alto de unos cañadones que se forjaron después de los volcanes y glaciaciones, y ver en su hábitat natural a un animal que solo vive aquí, es un hecho de la naturaleza imperdible. Y si el bicho, además, está superando su extinción, es casi un milagro. 

No llores. Porque, en un instante, la mirada severa del guía nos perfora al tiempo que extiende sus manos que sostienen unos vellones en sus dedos de color anaranjado. Estuvo aquí, peor, alguien se lo comió. Nadie lo dice pero el comilón puede ser un puma y ahí estamos -pienso- en la línea de fuego. De un lado el precipicio, del otro los chinchillones en la panza del León Americano.  Por suerte el sol hace que todo sea mejor. 

De regreso, el guía nos cuenta que los biólogos de la Fundación Rewilding Argentina ONG que administra esta reserva privada, trabajan en la reinserción del chinchillón. Han logrado “anillar” a algunos para estudiar su comportamiento y contribuir a repoblar la región. 

Faltan un par de kilómetros para llegar al llano, descansar y recuperar energías para retomar las expediciones en cada uno de los 14 senderos que unen unos 40 kilómetros en este rincón de la Patagonia. Es una de las novedades que ofrece el territorio para esta temporada, en el Parque Patagonia en este sector, el Portal Cañadón Pinturas donde además  está el casco de lo que fuera la estancia Los Toldos y hoy ofrece alojamiento. 

Foto: Fundación Rewilding

La aventura es plena cuando el día culmina con el confort de una buena comida y abrigados dentro del hospedaje. Hay para todos los gustos, porque también estrenan como segunda temporada el sitio para motor home, ideal para quienes eligen travesías en 4×4 y deben tener este dato: hay una especie de “club House” en medio de la estepa con duchas nuevas con agua caliente, cocina y living, todo vidriado que te permite ver el paisaje inabarcable de la estepa que rodea al lugar. Y cada uno tiene, además, un refugio para descansar del vehículo y hacer un alto en el recorrido para conocer esta inmensidad de a pie. Por los senderos y el bonus track del Parque Provincial Cueva de las Manos, con el sitio que es Patrimonio de la Humanidad, a un sendero (largo) de distancia.