Tal vez, en los protocolos del español urgente, es una “forma adverbial de duda”. Esta expresión tiene la condición de, en ocasiones, socorrer y reemplazar a varios términos como quizás (o quizá), capaz, posiblemente, acaso, probablemente, a lo mejor, puede ser. Estos términos hablan del país y de nosotros. Somos una nación y una sociedad edificada sobre un Tal vez continuo de inseguridad, molestias y promesas. Los siguientes talveces (sic) representan un ramillete de deseos personales, surgidos del soliloquio ingenuo de un argentino que no está solo y que todavía espera mucho.

Tal vez para encontrar coartadas más lúcidas para nuestros reparos tendremos que golpear con más fuerza y asiduidad a las puertas de las casas intelectuales de Scalabrini Ortiz, Manzi, Hernández Arregui, Jauretche, Discépolo y muchos más. Verán que bien recibidos seremos.

Tal vez, imitando a Milagro Sala que, en la escolaridad modo Tupac, estableció la materia “Autoestima”, tendríamos que sumar a la currícula un puñado de horas semanales que enseñen e ilustren acerca de lo Nacional y Popular.

Tal vez tengamos que dejar de creer, al menos por dos años, que el nuestro es un país de mierda. Y que lo mejor de la vida empieza más allá de Ezeiza.

Tal vez, cada tanto, debamos prometernos tomar distancia de los temas de los medios y habilitar un cachito de cabeza y corazón para pensar en los compatriotas desalentados, desventurados, desocupados, desdentados.

Tal vez, también, podríamos limitar un poco los neo verbos chatear, mensajear, whatsappear, twittear, instagramear, facebookear y dejar más lugar de pensamiento para los que nos rodean, que para algo están.

Tal vez deberíamos entender más profundamente lo que alguna vez nos enseñó el maestro Favio que nadie puede ser feliz en soledad.

Tal vez tuvimos que ofrecerle más resistencia a la posverdad. Porque mientras tolerábamos su presencia, por detrás se nos colaron operaciones de prensa, traiciones a la realidad y noticias falsas (que no por decirles fake news) son menos truchas.

Tal vez podríamos volver a pensar que no estaría tan mal cambiar el mundo.

Tal vez nunca más le pidamos al del bombo que se calle.

Tal vez sea cierto aquello que del humor al llanto no hay tanto. Por eso, aportemos a la carcajada, a la risotada, a la payasada. Seamos deudores, pero no del FMI, sino de risas compartidas.

Tal vez tendremos que dejar de creer que “estar felices es un delito de alta traición” (Gracias Eduardo Galeano).

Tal vez podamos prestarle mayor atención y ampliarle el crédito a la frase “La patria es el otro”.

Tal vez deberíamos resignar nuestra devoción por el dólar y rebelarnos contra la costumbre de que toda transacción deba liquidarse en moneda extranjera.

Tal vez volver a las gambas, los mangos y las lucas pueda ser un camino para recuperar valores e identidad.

Tal vez todavía estemos a tiempo de dejar de tomar como algo natural que miles de compatriotas obtengan asistencia con los que otros tiramos a la basura

Tal vez debamos entender y aceptar que así como nadie nació para puta, nadie nació para cartonero/a.

Tal vez podamos ayudarnos a pensar las razones de ser una sociedad que se cansa demasiado rápido de todo, incluido de sus mejores elecciones.

Tal vez los que no pensamos que “se robaron todo” y creemos que Nisman se suicidó podamos juntarnos para no perder definitivamente “la batalla cultural”. A esta comunidad podrán sumarse los que manifestemos lamento eterno porque el ciudadano argentino clase 1989 Maldonado, Santiago Andrés no tendrá ni voz ni voto en las próximas elecciones.

Tal vez tendríamos que haber repudiado muchos más títulos periodísticos como “La bala que no salió y el fallo que sí va a salir”.

 Tal vez si los periodistas no hubiéramos presentado por su apodo al tal Pepín, él no hubiera podido despepinarse de la risa sobre el vergonzoso edificio de la Justicia.

Tal vez sería el momento justo para reconocer que la única y verdadera revolución que se produjo en la Argentina (y en el mundo) fue la de las mujeres.

Tal vez no haya nada peor que el odio, una ponzoña que le abre la puerta al resentimiento, a la xenofobia, al racismo, a la discriminación y otras conjuras antidemocráticas.

Tal vez, el mejor de los caminos posibles sea elegir la lucha antes que zambullirse en la conmiseración o en la resignación. Y valorar el amor por encima del odio como desde 1977 ejemplarizan Madres, Abuelas y Familiares.

Tal vez un modo de propiciar acuerdos básicos sería reconocer y cuidar lo que, con esfuerzo y sufrimiento, conseguimos y aún permanece en estos 40 años de democracia.

Tal vez no todo está perdido como, de antemano, desean y sostienen los cultores del cuanto peor mejor.

Tal vez, tal vez, tal vez no es el estribillo de un bolero. Aunque podría ser.

Tal vez yo sea demasiado cándido. O, tal vez, me gustan demasiado los boleros.