Cáncer, tumor, pelotita, llámalo como quieras. Igual vas a llorar. Pensá que los chicos también lo pueden tener. Pensá que un hijo o hija tuya puede pasar por algo así.

¿Lo pensaste? ¿Viste que no hay nada que pueda ser peor?

El viernes hará un año de aquella madrugada en la que nos sentaron y nos lo dijeron por primera vez. Y fue por primera vez, porque no solo todas las mañanas cuando despertamos nos lo vuelven a decir, sino que la medicina varias veces nos lo confirmó. Esa madrugada, después de los primeros estudios, cada consulta a distintas instituciones especializadas del mundo en los días siguientes, cada solución mágica que nos proponían con la mejor intención acercándonos lo que le pasó a un amigo de un primo de un vecino. Cada vez el mismo diagnóstico, el mismo pronóstico.

Cada vez que escuchamos la misma respuesta, nos estaban diciendo una vez más que tenía cáncer. Y después los rayos. Y otra vez. Cada vez. 29 veces. Y después más estudios. Y otra vez lo mismo. Y después un nuevo tratamiento, porque otra vez. Y todavía no hace un año de tantas veces.

«¿Cómo está hoy?», preguntan a diario. «Y… Como ayer, y antes de ayer… Tiene cáncer», tengo ganas de contestar.

«La veo mucho mejor», dicen como para dar un mensaje positivo a quien imaginarán no es capaz de ver, pero les diría «¿en serio? ¿Tenés incorporada alguna cámara de rayos x?»

La soledad es enorme. Están los que te abrazan como pueden, los que te acompañan sin decir nada, los que quieren que sepas que están ahí. Y a todos: ¡Gracias!

También los que silbando bajito pareciera que dan un paso al costado, como si fuera contagioso. Les diría que no contagia. El cáncer no es contagioso, pero esas actitudes sí, así que mejor no decirles nada.

Al resto, sepan que quien tiene cáncer la lucha. Si es un niño con cáncer, da cátedra. Acérquense y aprendan. Son todo lo que está bien.

Sepan que los que estamos al lado de quien tiene cáncer somos nulos al resto, no por egoístas, sino por falta de reservas.

Pónganse todos la camiseta. Es importante estar acompañado. Y los que pueden dar pelea y ganarla lo necesitan más que nadie.

Nosotros, lamentablemente, pertenecemos al grupo de los que nada pueden hacer con una sentencia inapelable. Solo tratamos de estar, guardar recuerdos y crear el mejor presente que podamos.

Pónganse de pie: es superior y lo merece.

No hay barbijos, mascarillas, ni tapa bocas. No hay distanciamiento ni cuarentenas. No hay vacunas. El cáncer no da segunda oportunidad. Cuando aparece ya es tarde. Está y tenemos que convivir con su presencia. Cientos de miles de casos dan esperanza. Se puede pelear con una de las enfermedades más duras para las y los pacientes y su entorno. Lo que resulta imposible es que no distingue edades, género, raza, religión, intereses, estrato social. El muy hijo de puta es lo más democrático que existe. No hay prevención. Uno sabe que fumar aumenta las posibilidades de tener cáncer de pulmón. Sin embargo no siempre, no en todos los casos. No es exclusivo de los fumadores. Me acuerdo de una publicidad protagonizada por la gran China Zorrilla: «no era nada, solo cáncer», decía. Su personaje se ilusionaba con un futuro que todavía parece muy lejano. Cáncer, a secas, dice poco. Hay tantas opciones. Cáncer cerebral, dice poco. Hay tantas opciones. Y podríamos seguir un rato desmenuzando posibilidades.

Si me preguntaran qué se puede decir a otros que pasan por la misma situación, diría nada. Es que no hay nada para decir. Si hay una posibilidad, pongan todo y un poco más. Si no hay ninguna esperanza, pongan todo y mucho más. Cada segundo vale.

El tiempo. Es extraño su comportamiento, pero sabemos que el tiempo no siempre es el mismo. Pasa volando cuando estamos a gusto y es eterno cuando no. Para nosotros el tiempo cambió. Todo se mide según cómo despierte. No hay planes. Y los planes de los otros suenan raro. ¿Cómo puede alguien hablar de lo que hará en abril? ¿Alguien acaso puede asegurarnos que habrá «abril»?  ¿Y si este año no hay abril? Planes. Quino dibujó una vez a Dios con un libro de «Leyes de física general». Dios en ese dibujo reía a carcajadas. ¿No reirá igual cuando hacemos planes?

Antonia tiene 8 años. Es mi hija mayor. Duerme todas las noches abrazada a Néstor, un pingüino de peluche que le regalamos cuando tenía 4 años. Tiene cáncer terminal. Solo podemos acompañarla y hacer todo lo que esté a nuestro alcance y más, para que viva lo mejor posible lo que le quede por vivir. Qué importa si son horas, días, semanas. Solo importa que no sufra, que no tenga dolor, que no tenga miedos. Estamos para eso. Y mientras tanto no podemos sentarnos a esperar. Mientras tanto vive. Tiene 8 años. Cada día que pasa es un poco más cuesta arriba que el anterior. Cada día suprime una actividad que hasta el anterior tal vez era posible. Es fuerte. Es sabia. Sabe que hay una pelotita. Nos preguntó un día:

–Ya sé que le decimos pelotita, pero ¿cómo se llama?
–Tumor, dijimos.
–Me gusta más decirle pelotita.

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