Hay que ir y verlos. Contemplarlos. Escucharlos. Sentirlos. Porque las casi 30 variedades que florecen en el campo Tulipanes de Patagonia cada mes de octubre, están a pleno. Son hileras de 400 metros de colores que se unen en el horizonte recortado por las montañas nevadas y el cielo inmensamente claro. Un infinito al alcance de la mano.

Trevelin, en el oeste chubutense, al pie de la Cordillera de Los Andes, significa Pueblo del Molino en idioma galés. Hasta ahí llegaron hace dos siglos miembros de esta comunidad europea huyendo del yugo inglés y remontaron el Río Chubut. Trabajaron la tierra. En muchos casos, junto a los tehuelches.

A unos minutos del Parque Nacional Los Alerces, Patrimonio de la Humanidad, la primavera se expresa en una plenitud multicolor (flores amarillas, rosas, violetas, blancas e incluso negras) y de formas: pétalos simples, dobles, grandes, chicos, pimpollos o abiertos.

Quien los señala es Juan Carlos Ledesma, dueño del campo. Exhibe uno delicado, pequeño, rosa suave. Se llama “Angelique”. Sólo uno tiene perfume: “Montecarlo”, de color amarillo fuerte. Es la última flor en abrir, cuando ya la chacra explota. En general, el tallo de la tulipa puede elevarse de 20 a 70 centímetros. La apertura fue a principios de octubre. Cada día del mes van floreciendo las distintas especies. Hoy todo el campo está brillante, incluso con las últimas en abrir, las de color rojo.

La temporada de tulipanes culmina el próximo domingo. Una las novedades fue la inauguración de una casa de té, el clásico five o’clock tea, como se disfruta en el centro de Trevelin, pero en el medio del campo con un deck aterrazado. A tono con la tradición inmigrante, la estrella es la torta galesa. Si bien en cualquier momento se puede apreciar la majestuosidad visual del paisaje, hay tres situaciones predilectas: a la mañana temprano, cuando el sol cambia los colores; la hora mágica del atardecer; y las noches de luna llena.

En pandemia las restricciones no permitieron visitar y admirar la belleza. Entonces Juan Carlos la llevó a la gente: organizó con un grupo de vecinos, a bordo de una avioneta, la “lluvia de pétalos” en la plaza de Trevelin. Las alturas son lo suyo. Esta temporada buscaban instalar un globo aeroestático «para ver desde el cielo los tulipanes». Igual Ledesma ve más allá del paisaje. Se dedica a comercializar los bulbos. Acá y en el exterior. Cuando se corten las flores, la cosecha del bulbo es un trabajo intenso de clasificación para verificar que el bulbo haya adquirido el tamaño ideal, y resguardarlos en orden por color y tamaño en cámaras frigoríficas. Si el tamaño no le permite salir a la venta, será plantado el año que viene. El campo exige un trabajo de todo el año. Se prepara la tierra de tres hectáreas. Se planta en mayo y abril. Después de la floración se cortan las “tulipas”, y a fin de verano se sacan los bulbos. En una buena cosecha llegan a ser 2,7 millones.

Juan Carlos Ledesma

La flor es un símbolo de Trevelin. Está en las ferias, en imanes, percheros, fotos y bordados. El sendero para caminar por el campo tiene cartelería donde cuentan que el tulipán está presente en la historia de distintas zonas del planeta. Después de la rosa y el crisantemo, ocupa el tercer lugar en el ranking mundial de venta de flores.

El turismo natural es parte de la tendencia mundial, sobre todo tras la pandemia. Algunos lo llaman turismo “slow”: andar despacio, disfrutando, contemplando, sin apuros ni exigencias. Algo de eso tiene Juan Carlos. Comenzó en 1996 con el tema de los tulipanes. Dice que cada fin de septiembre, cuando asoman las primeras flores, siente la misma alegría de cuando empezó. Como un visitante más.

Su abuelo materno, Cadfan Hughes, fue uno de los galeses que llegó a bordo de la nave Mimosa en 1865 a las costas de Puerto Madryn. Sin embargo, más allá de Gales, a los tulipanes se los vincula con Turquía (de donde vendría su flor) y, especialmente, a los Países Bajos. En 1593 el botánico Carolus Clusius ingresó los tulipanes a esas tierras para estudiarlos y adornar los jardines del emperador Maximiliano II. En una década se convirtieron en la moda para ornamentar jardines y parques. El nombre –dicen– fue a partir de que un embajador austríaco vio la flor desconocida en el turbante de un extranjero y al consultar su nombre, confundieron la flor con la prenda. Y le contestaron: “Turbante” (tulbent). Menos de un siglo después su altísima demanda generó una burbuja financiera. Las cuatro decenas de bulbos llegaron a costar 1000 florines, cuando un artesano ganaba 200 en todo el año. Entonces se registró una mala cosecha, estalló todo y en 1637 se vivió la primera crisis económica de la época moderna. Pero los tulipanes resisten y florecen. Y demuestran, cada año, una certeza: la energía que irradian genera alegría.

También hay tulipanes negros.
Previaje 4

Según anticipó el ministro Matías Lammens en la Feria Internacional de Turismo (FIT), la ideal del gobierno nacional es lanzar el Previaje 4, que irá en línea con su antecesor: buscar la temporada baja. La idea rectora será impulsarlo en otoño. “El Previaje 3 hizo posible que entre la temporada de invierno y la próxima de verano, casi no haya temporada baja”, comentaron desde la cartera.


En esa línea irá la cuarta versión del programa de subsidios que devuelve la mitad de lo gastado en el rubro turístico. Hasta el momento, las tres primeras ediciones beneficiaron a 6 millones de personas por un monto total de 200 mil millones de pesos.

La magia de los tulipanes de Trevelín, de todo tipo y color.