Llama a despiste que payasada sea sinónimo de bufonada, mamarrachada, bobada, farsa. Suena a irrespetuosidad, a cruel injusticia sobre esos artistas, normalmente muy mal remunerados, que les provocan tanta alegría a los pibes y también a los grandes. Esos carapintadas, tan lejos de ser los bravucones que huelen a milicos y juegan con cosas que no tienen repuesto.

Distinto es el caso de ese periodista serio, enjuto, tan creíble para muchos, que una vez diagnosticó a CFK por televisión. Desvergonzado, exageró su rictus circunspecto para asegurar, “según fuentes inobjetables”, que el oso que tripuló Putin estaba “amaestrado” y, adrede, alimenta una de las múltiples  fake news. Tal vez también él haya reiterado que los «aborrecibles comunistas» bombardearon un hospital de niños que en realidad es un viejo edificio de Mariúpol (no confundir con Mariuvidal), base del grupo ultranacionalista Azov y otras organizaciones radicalizadas.

Como muchos otros, seguro que ese señor que carga el pesadísimo karma de vivir con el mismo apellido de Fidel, no disfruta de una sabrosa crema rusa y devora la americana. Siquiera en los caros restó de comida rusa de San Telmo, que en realidad, suelen estar comandados por chefs ucranianos, como en el resto del mundo. ¿Habrá reparado que las empresas del megagrupo Meta, sin pudor,  decidieron admitir discursos políticos del tipo “muerte a los rusos”? Todo sea por la guerra.

Esa rusofobia no se cura con una rusomanía. De ningún modo.

Pero viendo a quienes intentan hacer creer que Moscú no es parte de Europa o que los militares de la Otan son carmelitas descalzas… Los que celebran que en EE UU -el cenit de la libertad individual, según pregona ese vasto espectro- se prohibe el vodka Stolichnaya que se destila en Lituania, o el Smirnoff, que genera laburo en una fábrica tan yanqui como la de Plainfield, Illinois. Los paladines del orden mundial -que se privan en la Ópera de Nueva York de la soprano Anna Netrebko por ser rusa y, como si fuera poco, adepta a Putin- ahora descubrieron que Maduro se llama Nicolás y no «dictador», porque necesitan su petróleo. De la mano de Biden (el mal menor ante Trump, qué destino el del mundo…) que en Texas se mostró desorientado, como una remake atroz de cuando De la Rúa no supo qué trolley debía tomar.

¿No creemos, verdad, que EE UU utiliza laboratorios de Ucrania para elaborar armas químicas, mientras sus soldaditos andan a los tiros por Somalia, por Yemen, o por donde cuadre? ¿O que siguen apañando con tecnología, armamento, logísitica y dólares a Israel, que cada dos por tres incursiona con sus bombarderos por Franja de Gaza? Son de allí unas imágenes que la impoluta prensa occidental le quiere endilgar a los rusos.

Ucrania no tiene paz, vaya definición. Encima, el FMI decidió brindarle asistencia financiera de emergencia: ese sí que es el peor de los horizontes.

En el fondo del mar

Mientras, en Argentina se impuso la lectura: «Hay acuerdo o el escenario es catastrófico». ¿Siempre lo fue? ¿No hay más alternativa que dejarlos entrar a nuestro living y servirles nuestros mejores platos a esos sicarios del mal? ¿Nunca hubo otro destino que someterse a una perversa convivencia con quienes nos esquilman? ¿Será de dios que un gobierno que se dice nacional y popular se tope una y otra vez con los exiguos límites del posibilismo? ¿De nuevo se despilfarra la convicción popular, el generoso sostén de los que se dice representar, de quienes echaron a patadas en las urnas al gobierno anterior, para mostrar las manos atadas en toda intención de hacer otra cosa? 

¿Otra vez se pierde la calle? ¿Otra vez llamaremos amigos a los enemigos?

Porque, en tren de confesiones de café, significa deglutirse un sapo obeso verificar que la mayoría de quienes votaron por la aprobación del acuerdo en Diputados son los que generaron la nueva tragedia. Qué extrañas argucias dialécticas justifican que de 202 positivos, 111 son de la “oposición” y sólo 76 de la coalición oficialista. Seremos benévolos para colegir que tan sencillamente se deje resucitar a los verdaderos culpables del saqueo, ahora asumidos como sensatos, prudentes, juiciosos. No nos une el amor sino el espanto: hasta Espert votó en contra del acuerdo “porque va a matar a la gente con impuestos”.

Es vergonzoso el bagaje de cinismo de esos delincuentes responsables del mayor proceso de endeudamiento. Los que formaron parte del gobierno –o usufructuaron de él- que recibió no sólo los millones del FMI sino que fue a enterrarnos en el Fondo cuando los acreedores privados pusieron la canilla en stop. Bien rememora el colega Fernando Borroni: contaron con indulgencia (un voto positivo que se parece mucho a complicidad) para tomar decenas de millones de esa deuda (un bono a cien años, por caso) y llenar las arcas de los buitres: allí apretaron el botón verde toda la gente de Massa (de nuevo, tan influyente) y de otras organizaciones cohesivas con la actual administración, tanto que algunos son funcionarios. 

En fin, vivimos tiempos en los que no se podía tocar una letra del acuerdo original que armó Martín Guzmán. Pero la negociación, que siempre es más fuerte que el amor, traspasó las barreras de cualquier pudor y dejó desairado al ministro. Pergeñaron otro despacho. Mientras el despacho de pan está en crisis por el aumento del precio del trigo, por la guerra, por el acuerdo, porque perdió el PSG, porque sí, porque siempre habrá un motivo para que los precios se vayan al diablo, y sin el menor resquicio de quedar despechado.

La sensación de derrota que queda en el aire tiene un tono comparable con el de desazón y tristeza de CFK en el video entre vidrios rotos. ¿Qué más se habrá quebrado? ¿Quedará espacio para la reconstrucción? ¿Finalmente, antes de que sea demasiado tarde, se pagará la deuda con el pueblo que está en el fondo, pero en el fondo del mar?

Ah, sí, antes de apagar la compu, otra pregunta, final, sencilla, dolorosa: ¿Todavía está presa Milagro? «