Después de las monstruosidades que hizo el republicano Donald Trump con la diplomacia norteamericana, ensañado con los 54 países de África, el demócrata Joe Biden se postuló para remendar una relación demasiado fisurada. Sin mucha imaginación pensó que bastaría con una sucesión de visitas al continente, en las que las figuras más prominentes del gobierno abundarían en elogios y harían jugosas promesas. Solo en lo que va de este año viajaron a las principales capitales la primera dama, Jil Biden; el canciller, Antony Blinken; la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, y la jefa de la oficina de relaciones con los países africanos, Linda Thomas-Greenfield. El domingo 26 llegó el plato fuerte: la vicepresidenta Kamala Harris, una antigua demócrata con raíces asiáticas y africanas.

Según documentos filtrados del Departamento de Estado, la serie de visitas que inició la señora Biden y está coronando ahora la vicepresidenta Harris, se orientan a marcar presencia en el contexto de la competencia global con Rusia y China, un viejo y consagrado jugador en la cancha africana.

Negocios y solidaridad

China, con una presencia de crecimiento sostenido desde los años 60 del siglo XX, es el mayor socio comercial e inversor del continente –con fuerte presencia en las infraestructuras eléctrica y de comunicaciones– y Rusia coopera con casi la mitad de los 54 países en el ámbito de la seguridad y el abastecimiento de equipos militares, lo que no le impide desarrollar acciones solidarias en áreas como la salud y la alimentación.

Mientras los africanos tienen una visión positiva hacia ambos países, Estados Unidos reveló en agosto de 2022 que se propone “promover sus intereses en materia de seguridad nacional para exponer y resaltar los riesgos de las actividades negativas de China y Rusia”. Después, en diciembre, Biden tomó el compromiso de entregar una cartera de créditos por 55.000 mil millones de dólares, que no saldrían de las arcas de su país sino del FMI. El “compromiso”, que hasta ahora no pasó de ser una mera promesa, se opone a la decisión concreta de Rusia, que condonó deudas por casi 22.000 millones de dólares y derivó hacia los países más pobres, sin costo, alimentos y fertilizantes que antes destinaba a Ucrania.

África es la región del mundo donde tiene el techo más bajo el respaldo a la aventura bélica norteamericana en Ucrania. Sin embargo, así como sus antecesores llegaron a la región con la ilusión de abonar el terreno del cambio, Harris aterrizó ahora con igual mandato: lograr un vuelco en la estrategia africana. Aunque no son parte de la gira, Sudáfrica y Chad, en un extremo y el otro del mapa, avisaron que siguen siendo neutrales. Esas no fueron las únicas malas de estos días para la gran potencia. Chad, justamente, nacionalizó los activos y derechos de la ExxonMobil, la petrolera nacida como Standard Oil de la mano del viejo John Rockefeller. Y en el otro lado del mundo, Honduras rompió con Taiwán y profundizó el aislamiento de ese mimoso aliado de Estados Unidos.

En tal contexto, la gran mayoría de los países del continente participó de la II Conferencia Interparlamentaria Rusia-África. Los asistentes citaron un gesto que soldó las relaciones, cuando Moscú, junto con Cuba, fueron los primeros en acudir solidariamente, entregando grandes volúmenes de vacunas, elementos sanitarios y otros suministros médicos y humanitarios apenas se desató la pandemia de Covid. El presidente Vladimir Putin rescató lo hecho y anunció los próximos pasos: grandes proyectos de inversión con la participación de empresas estatales, como Rosneft y Lukoil (petroleras), Gazprom Neft (subsidiaria del gigante Gazprom), RusHydro (hidroeléctrica), Airosa (minería) y otras.

Mientras Harris hace lo suyo, como la señora Biden, Blinken, Yellen, Thomas-Greenflied y otros lo hicieron antes, la cancillería rusa está especialmente activa, firmando acuerdos con conceptos dominantes tales como “rechazo a un mundo unipolar opresivo”, “defensa de un orden mundial igualitario que respete la soberanía de los Estados”, “coordinación en los planos militar y de seguridad”, “asistencia al equipamiento militar y la modernización armamentística”. En algunos casos, como los de Egipto y Burundi, la calidad de los acuerdos alcanza un grado superior, como es el del desarrollo y uso de la energía atómica con fines pacíficos.

Harris arribó para una estadía de nueve días –una extensión poco común para viajes de este tipo– en la que visitará las viejas mecas de los esclavistas que bien podrían haber traficado a sus ancestros. Su aterrizaje inaugural en Ghana se correspondió con una serie de malos nuevas para la gran potencia, que si no fuera porque en las relaciones entre países este tipo de encuentros se programa con antelación, podría pensarse que fue planificada. Fuera o no así, lo cierto es que para la Casa Blanca deben de haber resultado hirientes los acuerdos estratégicos alcanzados estos días con China y Rusia, mientras la vicepresidenta se vuelve con las manos vacías.

Claro, costará mucho levantar el muerto dejado por Donald Trump cuando el 12 de enero de 2018 dijo que “África es un continente lleno de países de mierda”. «

Los atropellos británicos

Cuando la oleada anticolonialista africana de la última mitad del siglo pasado les pisó los talones a las metrópolis, Gran Bretaña sintió la presión e inició un proceso “voluntario” de descolonización. Incluyó desde Gambia, en el Atlántico, hasta Maldivas, en el Índico. Como resultado de una tramposa negociación con Mauricio, se topó con un paquete de 58 islas y atolones sin dueño a la vista, Chagos, y ya que estaba allí, creó una nueva colonia a la que llamó British Indian Ocean Territory (BIOT). Desde entonces, 1965, nada hizo allí, salvo entregar Diego García, la más estratégica de las 58, para que Estados Unidos montara una base aeronaval para intervenir mejor en la región, ponerse cara a cara ante China y monitorear las vitales rutas marítimas del petróleo y otros commodities asiáticos.

De los 17 casos a consideración del Comité de Descolonización de las Naciones Unidas, 10 se corresponden con atropellos británicos en todos los confines. No casualmente, cada uno de esos expedientes se vincula con territorios insulares, los elegidos de las potencias coloniales para cumplir en todos los mares la función de verdaderos portaaviones. En el paquete están las Malvinas, pero Gran Bretaña ha logrado que el Archipiélago Chagos, reclamado por Mauricio, no integre la oprobiosa lista de los 17.

Aunque las tropas británicas se instalaron en Chagos al cabo de una negociación entre dos países supuestamente soberanos, las exigencias de Washington para tomar el control de Diego García obligaron a que Londres volviera a los usos de los tiempos más brutales del coloniaje. El Pentágono exigió que se le entregara la isla vacía. Londres cumplió,  obediente. Los chagosianos fueron expulsados de su tierra con prohibición de regreso “por todas las generaciones”, sus chozas fueron quemadas, se suspendió todo suministro de alimentos y medicinas, y se mató por envenenamiento o gaseado a sus perros y otros animales domésticos. En 1973, sólo medio siglo atrás, los últimos habitantes fueron llevados a Mauricio en las bodegas de buques de carga.